Un bus, muchas caras, muchas máscaras.
A la hora de la mañana, todos camino al trabajo o al estudio, muchas caras,
caras aburridas, caras somnolientas, caras dormidas, caras a medio despertar;
unas renegando por el sueño que obligadamente dejaron en la almohada; otras renegando
por un nuevo día de trabajo o estudio; caras angustiadas por el examen que
deben presentar, otras concentradas en la lectura de la lección que deben
aprender, otras indiferentes; otras caras vanidosas maquillándose para ese
nuevo día, otras más aburridas, caras afanadas y curiosamente pocas caras
alegres, alegres por la sinceridad del día que les espera o por la máscara de
la alegría, realmente muy pocas caras maravilladas por el día.
Y qué decir de los pensamientos que
ocultan esas máscaras o esas caras? Tan difícil que sería descifrarlas, tan
difícil que podría ser determinar si es la cara o la máscara. Aburridas como
sus pensamientos, adormiladas por los recuerdos, tristes por el nuevo día,
abandonadas por el tiempo que falta por llegar al destino, maquillándose para
ocultar y las pocas alegres sin saberse qué oculta esa alegría.
Un viaje monótono, frenadas
inesperadas, velocidades fugaces, parecería que el viaje confluye con las caras
y con sus propias vidas.
Un vendedor que se sube y rompe con
esa monotonía del viaje; una primera voz que se oye dando unos buenos días
inesperados para todos y con ello todas las máscaras recuerdan que es un nuevo
día y de alguna manera se alegran o se entristecen más de lo que estaban. Pero
más que un vendedor se observa que parece un mendigo por sus ropas de mendigo;
por su cara todos le rehuirían, si pudieran hacerlo, pero estaban encarcelados
en sus puestos, sin oportunidad de huir.
Una voz extraña que pide que no tengan
temor, una voz que dice desde la puerta trasera por donde entró:
No tengan miedo,
también soy trabajador, vendo estos almanaques, recíbalo madrecita mía, no me
tenga miedo por mis ropas, que este es mi trabajo. Este es mi trabajo y
prefiero hacerlo a estar en las calles robando lo que no es mío. No tema señor,
reciba este almanaque que es mi sustento, sé que soy feo pero no me rehúya, es
mi trabajo. Dicen que tengo derechos humanos, pero no los veo. No teman que
sólo vengo a hacer mi trabajo, sólo reciba este almanaque madrecita mía.
Bienaventurados los que tienen trabajo, por eso cuídenlo mucho, que no tener
nada es muy duro, cuídelo madrecita, cuídelo amigo, lo digo yo. Soy un
desplazado, me gano la vida vendiendo esos almanaques del año entrante y si los
compran de esa manera ustedes me ayudan y yo les ayudo. Les vendo la ilusión
del año entrante, les vendo los sueños que desean realizar, les vendo un futuro
que tal vez se llegue a concretar. Eso les vengo a vender y todo por la moneda
que quieran darme, o por el billete que se les pueda deslizar, sólo vendo
ilusión y sueños, todas esas fantasías que llevamos en nuestro corazón, toda
esa esperanza de mejorar que siempre tenemos dentro, allá muy adentro. Les
vendo la lotería de la vida a muy poco precio. Dentro de un año de pronto
también les estaré vendiendo las ilusiones del año que le sigue y ese día me
contarán si los sueños, las ilusiones y las esperanzas de hoy lograron
realizarse y me llamarán adivino o farsante, qué más da? Por lo menos tienen un
año de ilusión, de esperanza, de sueño y todo a cambio de una moneda. Me
ayudará madrecita mía? El caballero se compadecerá de esta cara tan fea?
Comprarán estas ilusiones que estoy vendiendo? No teman, sé que estoy andrajoso
y para colmo soy feo, pero les vendo esta ilusión. Gracias madrecita por esa
moneda, el señor me ayudará? Gracias. Gracias niña linda, sé que también está
comprando la ilusión. No importa señor, no sabrá si ganó o no la rifa.
Madrecita, no se preocupe tal vez otro día será. Tranquilo joven, se nota que
no tiene la moneda para comprar el sueño, pero el solo pesar de no poderlo
comprar ya ha sido otorgado. Gracias a todos, tengan un buen día, que Dios los
acompañe a todos y en un año nos veremos...
Así como subió bajó. Las caras
cambiaron en su mayoría, algunas sonrientes de la ingenuidad de quienes se
comieron el cuento; otras alegres por haber sido alegrados de cualquier manera;
otras más con la seguridad de un sueño más; otros con la esperanza creciendo en
sus corazones; algunos esperando que el año transcurriera; otros con la culpa
de haberse negado la ilusión y otros frustrados por haber perdido la
oportunidad.
Y todos pensando en ese mañana las
caras se fueron iluminando con esa esperanza que fue renaciendo en sus
corazones.
Pero mientras me preparaba para ir a la
cama, no tenía motivos para creer que la Fortuna, la sombría diosa que hace
girar su rueda y sujeta el timón que gobierna nuestras vidas, tenía algún otro
plan para mí que no fuese la vida que llevaba.(1)
Foto: JHB. (D.R.A.)