Que
no solo carcomen, roen y se mantienen con la insidia, llevando la eufórica
sensación de temor al mismo miedo, implantado con síntomas de terror.
Es
la inoculación del miedo gracias a una visita médica, por ejemplo de biopsia,
que es esperanza de descartar algo malo, pero que se aposenta en la idea
precisamente de que todo salga mal antes de conocer el resultado, como
sentencia definitiva, antes de tiempo.
Y
así es, la anticipación de noticias es cruel, autónoma dictatorial porque no
admite la duda positiva, solo piensa en negativo. Se asienta hasta que se
instala la angustia, llega y entre ellos, contra el tiempo, alargándose lo más
posible, se atornilla en la desgracia, en el peor escenario, en el más negro,
en lo impensable, haciéndolo real.
El
tiempo de espera, en vez de ser indiferente o al menos objetivamente neutro,
sin adelantar resultado, se empeña en lo negativo, en ese: sí, sí es un tumor.
Y luego que angustia, temor y miedo se unen, se agravan con el pensamiento de
cuán malo es. Cuánto tiempo queda. Cómo será ese fin.
Es
como una escalera de males, peldaño a peldaño y el superior o inferior, según
se vea, según sea la fatal depresión, subir se hace dificultoso, bajar es
peligroso.
Aproximándose
la hora de conocer el resultado, fatídicamente malo según dicta el pensamiento,
por su propio pesimismo, adelanta sudor, taquicardia producto precisamente del
diagnóstico precipitado y fatídico realizado desde la ignorancia.
No
es nada, dice el que sí sabe. Y nuestro interior atónito. Hasta cierto punto
decepcionado, porque nos encanta la victimización. Pero la realidad nos trae a
la realidad, al mundo real, en que no pasa nada, a pesar de la tragedia
imaginaria que nos tocó pasar, por pendejos, simplemente por eso, por pararle
bolas al que solo nos infunde miedo.
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