Si algo es difícil de explicar es el mundo del
recuerdo asociado a olores, sabores, imágenes, sensaciones.
Es
mirarlos más allá de las paredes, dejando volar el recuerdo, recordando el
lugar, el momento de un pasado lejano, cuando se apreció por primera o por
única vez, quedando con los girones del recuerdo.
Será
eso lo que se llama nostalgia?
Y
esas sensaciones sentidas no son precisamente el recuerdo completo de lo que
fue vivido en su momento, son solo las apreciaciones que nos trae el recuerdo,
más allá de esas paredes que las encierran, sujetas a una subjetividad
inexplicable, propia del recuerdo.
Un
olor a leña de cocina me ha traído unas pocas veces el recuerdo de la vieja
abuela lejana, el simple olor me retrotrajo a esa abuela que pocas veces vi,
pocas veces compartí, pero es ese simple olor, no cualquiera, el que lo asocia
con la imagen de la abuela, pequeñita, formal de las tierras ancestrales de mi
mamá. También rememoro el olor a cocina de medio día que desprendía la casa de
una tía, cuando conviví con ellos en su hogar en épocas de vacaciones. Un olor
inconfundible a los productos de la tierra –papa, cubios, habas-, pero que no
logro encontrarlo en cualquier parte, era el olor a su cocina el que me trae a
la memoria a esa mujer, hija de la otra imagen, envolatada con los quehaceres
culinarios para los comensales, bastante grande por cierto. Otro muy particular
el de la ropa de mi papá, fumador pero con una esencia que pocas veces he
podido volver a sentir, porque olía a mi papá, aún con sus viejas colonias que
ambientaban luego de su baño diario. El Chanel de mi mamá, el número cinco,
puntualizaba ella con elegancia, que igualmente me acompaña, pero no
cualquiera, solo el que va aparejado a su imagen. Y todos los olores igualmente
aparejados con una imagen, imagen que no se ve, que simplemente se siente en
presencia al no tener cabida en el imaginario, porque pienso en la abuela, en
la tía, en mi papá o en mi mamá y no es que me proyecte la imagen, me proyectan
las presencias y sé que en ese momento están allí, alegrando mi recuerdo.
Y
qué decir del sabor, hay sabores de nostalgia, de placer compartido, aunque es
difícil recordar el sabor de los besos dados, los que fueron bien saboreados,
compartidos, llenos de ilusión, de deseo y de placer. Esos sí son difíciles de
que retornen del recuerdo, se difuminan,
se evaporan y resultan difíciles de recuperar. Al igual que aquel sabor de
roscón recién horneado, pero el de la vieja panadería, no cualquiera, la que
nos transporta a la niñez llena de ilusión, de esa ilusión de placer de poder
comer el roscón recién horneado, caliente que venía acompañado con todas las
sensaciones, el tacto que dejaba el tomarlo en la mano con su azúcar tan
particular, el olor tan característico, ese sabor de bocadillo caliente.
Sensaciones de antaño, recuerdos del ayer que no llegan tan fácilmente a hacer
presencia luego de tanto tiempo.
Y
queda el mundo de los sonidos, por ejemplo, la siesta de la tarde, en el
silencio de la casa que me arrullaba hasta caer en la profundidad del sueño,
gracias al tictac del viejo reloj que estaba en el comedor. O el de oír a mi
mamá en el lavadero, cuyos sonidos igualmente me arrullaban hasta lograr el
entresueño, tal vez con un toque de seguridad, de seguridad materna, la
necesitada en la infancia, no verla pero saber que estaba allí. Sonidos del
recuerdo, ilusiones del pasado.
No
olvido el de las imágenes, otro mundo de recuerdo, siendo curioso que el
paisaje, la imagen, el contorno no se presenten ante nuestro recuerdo como una
foto de álbum, de aquellas que eternizan y que las hace indelebles al paso del
tiempo. Son imágenes que sabemos que no vemos, pero que nuestro cerebro nos
permite identificar desde algún recóndito rincón en donde están archivadas.
Pensar en la imagen del recuerdo que me da el nombre de mi papá, o de mi mamá,
o de muchas personas que vimos jóvenes y luego envejecidas, pero que con solo
la mención objeto de recuerdo, aún sin verlas en la mente, sabemos que son lo
que nos hace añorarlos, manteniendo en la distancia esa imagen de recuerdo, del
que quedó grabado, a pesar del paso del tiempo.
Y
si todas las sensaciones –su olor, su forma, su color- se juntan en el recuerdo,
éste se hace más real, pero son sensaciones que no se consiguen todos los días,
muy esporádicas, muy escasas, tal vez por eso se disfruten mucho más, al no ser
cotidianas, aunque muchas de ellas se olvidan, como se olvidan los primeros
besos dados, pero que, de alguna manera, se han incrustado para volver al
recuerdo, cuando menos se espera, llenos de nostalgia, de recuerdo vivo, que
nos hace sentir los buenos momentos. (Entre paréntesis y sin ánimo de ofensa,
también los hay de aquellos momentos no tan buenos, que también entristecen).
Enamorado
de su mujer, orgulloso de sus hijos, competente en el trabajo, ¿por qué
preocuparse por la felicidad? ¿Y en qué, si no, en esta ausencia de
preocupación podía consistir la felicidad?
Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.)
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