La pregunta me llegó de improviso. ¿Qué es lo que realmente somos en el fondo? Y miré a mi alrededor y solo vi gente, cosas, ambientes y cada uno refería a la experiencia anterior que tenía de ellas o de cosas semejantes, cosas que recordaba. Y oía conversaciones ajenas que hablaban de lo que les había sucedido ayer, de lo que habían vivido.
Y la
pregunta se me quedó incrustada. ¿qué es lo que realmente somos? Y por más explicaciones
que trataba de darle al tema solo veía recuerdos. Del ayer, del antier, de hace
una semana o un mes, tal vez de lo ocurrido hace un año o veinte. Y todo
quedaba condensado en la palabra recuerdo, como experiencia vivida, como
similitud ante la imposibilidad de tener la certeza.
Sin ellos
no había nada diferente, todo quedaba en blanco, todo se paraba a mi alrededor
y al pensarlo me daba cuenta que sin esos recuerdos no había historia, no había
nada que narrar, no había ayer. La historia sin hechos no era nada, eran los
recuerdos los que hacían la historia de la humanidad y de nosotros mismos.
Y como
recuerdos que son, muchos se diluían, se transformaban , se creaban nuevamente
volatilizando su realidad, la realidad verdadera, pues es claro que somos
recuerdos, pero acomodados a nuestra conveniencia, para no aparecer altaneros, cobardes o vergonzantes ni tan santos como
pretendemos ser.
Entonces,
mirando a mi alrededor, solo pude concluir que somos la suma de nuestros
recuerdos, adicionados con los recuerdos ajenos. Meros recuerdos hasta que
olvidemos que también lo fuimos.
—¿De qué va a tratar?
—De la realidad.
—Una idea interesante. ¿De qué realidad?
—Del irremediable aburrimiento de lo
cotidiano.[1]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario