Esas palabras resonaron en mí y me llevaron del sueño a la realidad. (Mónica ya se había despertado y estaba oyendo algún mensaje que contenía esa pregunta o interrogativa afirmación, no lo tengo muy claro por la transición que se produce entre el sueño profundo y el despertar de imprevisto). Lo único que recuerdo haber pensado o dicho en voz alta, no lo sé, fue: ¡Hijueputa! ¡No!
Estaba soñando que estaba en algún
país nórdico, el suelo helado, congelado bajo mis pies y se veía el fondo de lo
que pudo haber sido un lago. (Suecia, supongo, por estar embebido en la lectura
de la novela negra sueca, el inspector Wallander). Hacía frío pero no se sentía,
como si viviera en tan lejanas tierras por mí desconocidas.
Y antes de que la pregunta (ofensiva
por demás) llegara a mí, me había dado cuenta de que era eterno, que nunca
moriría. Y oír a continuación la pregunta: ¿te parece mucho?, lo único que pude
contestar, no sé si dentro del sueño o en voz alta retornando del sueño, fue: ¡Hijueputa!
¡No!
¿Qué otra respuesta podría dar? ¿Qué
más podía decir? Con lo vivido es más que suficiente y volverse eterno eso sí
que sería una maldición.
¡No! Hijueputa! ¡No! ¡Eterno no!
¿Qué más podía decir?
… pensó que, con independencia de
cuándo llega la muerte, cuando llega, hace daño. La muerte se presenta
inoportunamente, sea porque queda sin tomarse una taza de café por la mañana, o
por cualquier otra cosa.[1]
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