Desde que la humanidad apareció, siempre se ha visto rodeada de violencia. Al menos eso es lo que nos enseñan los que han escrito al respecto. Para comer, había que matar. Para obtener algo, se debía conquistar y la conquista siempre ha implicado el sometimiento de un prójimo y rara vez ese sometimiento se logra a las buenas.
Cuando
ya el hombre se adaptó a vivir en comunidad para mantener la paz requirió del
poder de la violencia, ya fuera castigando al alevoso que se quería imponer o
al vecino que quería invadirle.
Y
viendo la historia, cada etapa ha sido constantemente regida por la violencia,
para mantener la paz o para hacer la guerra, a pesar de la contradicción. Son
pocos los períodos históricos que han sido reseñados como pacíficos o al menos
estables, porque en cualquier caso la intriga humana es factor disociativo,
producto de la envidia o del deseo de tener más.
Eso
nos ha hecho seres permanentemente violentos, por defensa o por ataque. Si se
hiciera un recuento histórico no ha habido siglo sin guerras, internas o
externas. Nada más pensar en los exterminios que se generaron el siglo pasado,
con dos guerras mundiales, la de Corea, la de Vietnam y de ahí para adelante,
entrando en este siglo que tampoco se ha caracterizado por ser tranquilo. Que
no la hayamos tocado de cerca, pensando en el caso particular, eso no quiere
decir que la violencia no esté patente a cada momento. Nada más hoy, además de
la violencia física que se genera con tanta ansia de poder, tenemos la
violencia sicológica, la que usamos con nuestros comentarios ácidos, perversos,
discriminatorios y desobligantes contra las autoridades. Me confieso, no me
gusta el gobierno y así lo hacía saber, pero viendo el desgaste que eso
produce, al tener que mordernos de nuestras palabras, encuentro que es un
desgaste inútil, que naturalmente envenena a más de uno, a los contradictores y
a los que pueden pensar como uno, es de doble vía.
Pero
sí, pareciera que el ser humano es violento por naturaleza o por costumbre,
nada más vernos recién nacidos y las formas que se utilizan para llamar la
atención, para hacer ver que somos el centro del mundo, por no decir su
ombligo. Y si pudiéramos vernos como individuos, a lo largo de los años, el
ingrediente violento ha esta presente en todo momento, cuántas veces no hemos
recurrido a ella, cuántas otras hemos ahogado el piedronón que nos sacan,
cuántas más hemos estado tranquilos pero a la defensiva. Ninguno puede afirmar
que no sea violento, de alguna manera, de pensamiento, palabra y obra, ni el
santo padre que debe enfrentar a la curia, que no es precisamente un nido de
amor.
Ya de
tiempo atrás, sin ir demasiado lejos, se sentía desde épocas del Libertador vitoreaban una era
de paz y de bonanza, que aún estamos aguardando al cabo de más de noventa años
de independencia y desde entonces hemos ensayado innumerables sistemas gubernativos,
los cuales nunca nos han dado la paz, la tranquilidad y la dignidad que apetece
un pueblo capaz de gozar de ese bello inapreciable que se llama la libertad
bien entendida. Sin embargo, es deber de todos confiar en lo por venir y trabajar
sin tregua en el espíritu de las nuevas generaciones para inocularles esas virtudes
sin las cuales no habrá país ninguno digno de inspirar respeto en los demás; á
saber: patriotismo verdadero, respeto á las leyes, honradez acrisolada y caridad
cristiana. Pero sucedió lo que acontece en los pueblos que aún no comprenden la
verdadera libertad: todos querían mandar, ninguno obedecer.[1]
Entonces
eso es lo que somos? La dualidad en nosotros mismos, el bien y el mal
confabulando entre la defensa y el ataque. Triste realidad.
En
realidad, tenía ganas de agarrar a Uno por la oreja y arrastrarlo fuera de la
sala de reuniones, como si se tratara de un niño desobediente, pero la
democracia era la democracia y tuvo que reprimirse—.[2]
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