Dicen que la pereza es la madre de todos los vicios, es la que impide tomar una decisión, así sea simple, así sea de la simplicidad de levantarse y de allí que ella misma se nutra de la indecisión.
Ya voy, en cinco minutos más. Son parte de las excusas a
las que nos hemos acostumbrado, tanto para responder a alguien, como para uno
mismo, cuando se es el mismo interlocutor.
Claro está que hay perezas de perezas. Las hay obligadas,
las desganadas, las eternas, las debilitadoras, las angustiantes y hasta las
culposas, como también las culpables. Hay de todo y para todos. Y todo se
reduce a la decisión, cinco minutos más, cinco menos, es solo pereza de
decidir, de tomar aliento y acometer.
Aunque hay una pereza particular, la del pensionado, que
no tiene afán para hacer algo porque dispone de todo el tiempo del mundo y
supongo que es la especialización de la pereza, por los tantos años de
experiencia y que puede darse el lujo de hacerla porque ella igualmente se
pensionó con uno. Para el pensionado cinco minutos más, cinco menos, no hacen
la diferencia, esa es la virtud de la pereza del pensionado.
Y es
todo un lujo.
… tengo que pasar fuera todo el día. ¿Sabes lo
difícil que es matar el tiempo?
Lo sabía.[1]
[1] El dramaturgo. Ken Bruen.
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