miércoles, 30 de octubre de 2024

MAS FELICIDAD

                 En una película oí una frase atribuida a Séneca: La felicidad es no desear nada. Naturalmente resulta simplista la afirmación, tal como la oí, tal como la planteé. Dentro de otro contexto ya más profundo otro filósofo afirma: La felicidad para Séneca solo puede venir de la vida virtuosa, y de la autosuficiencia, no de entregarse al placer[1]. En otro lado encuentro otra: Séneca, de acuerdo con la doctrina estoica, arguye que la naturaleza es razón (en griego logos) y que la persona deberá emplear su facultad de razonar para vivir en concordia con la naturaleza y de este modo alcanzar la felicidad[2].

                 Como se ve, los filósofos o bien tergiversan o bien enredan y uno no termina por saber con certeza que fue lo que dijo y eso sin olvidar que, tratándose de filósofos, los hay más enredados unos de otros, pero enredados son y en definitiva uno no termina sabiendo con tanto argumento y contraargumento. Entonces vuelvo al vulgo, la felicidad es no desear nada, estando satisfecho con lo que se tiene. Otra simplista afirmación porque el abogado más malicioso que el filósofo preguntará y si ya se tiene se puede tener o se debe buscar otro sueño, dado que el hombre es insatisfecho por esencia? Y después de obtenido qué? Y si se tiene y no se aspira a más entonces es un insatisfecho… y miles de preguntas que amargarán al más simplista, al que se conformaba con que era feliz no deseando nada, teniéndolo todo con lo que tenía, no requiriendo de nada más, para de esa forma estar contento[3].

                 Y me puse a buscar con el doctor Google sobre lo que entendían científicos, filósofos y demás genios sobre la felicidad (Einstein, Freud, Platón, Aristóteles, Sartre, Piaget, Kierkegaard, Descartes, Foucault, Spinoza, por citar algunos) y complicados todos ellos y con tal mano de definiciones, que además de borracho, uno queda más confundido de lo que estaba.

                 Y me di cuenta que eso mismo pasaba con la felicidad, cada cual tiene su versión para su diversión, cada cual la enreda a su modo y el todo es centrarla con mirada simplista. Pero en últimas, para qué carajos centrarse en la opinión ajena (sabiendo que la mayoría de filósofos son además de pesimistas, depresivos) y también resulta cierto que muchas cosas no se aprenden de lo que otros escribieron, de lo que otros vivieron o dijeron, la cosa no es por ahí, en muchos casos (Entonces para qué empezó este discurso, se preguntará alguien; algún otro será más malvado y dirá muchas cosas, pero…) Sí, pero, me hizo recordar que la voz popular puede ser tan inteligente como un filósofo y recurrí a los grafitis que en otra época copié y, como tales, desconozco su origen y autor. 

La felicidad está a la vuelta de esa esquina... que no llegamos a doblar nunca. 

La felicidad empieza donde la realidad muere. 

Hay dos manera de lograr la felicidad: una es hacerse el bobo y la otra, serlo. 

Pinocho también era feliz. 

Ser feliz es jartísisimo.

Y el último, oído de un poema que en su juventud citaba un hermano: Feliz el que murió cagando, su alma se fue al cielo y el bollo quedó colgando.

 Amén. 

Saber muchas cosas que ya no sirven para nada. ¿No era eso, también, hacerse viejo?[4]

Tomado de Facebook
464523697_9342221955804884_8506322918296997395_n


[1] https://www.icns.es/noticia_seneca-sobre-la-felicidad-de-vita-beata

[2] https://www.google.com/search?q=que+dijo+seneca+sobre+la+felicidad&rlz=1C1UUXU_esCO936CO936&oq=que+dijo+seneca+sobre+la+felicidad&gs_lcrp=EgZjaHJvbWUyBggAEEUYOdIBCDU2MzVqMGo3qAIIsAIB&sourceid=chrome&ie=UTF-8.

[3] En la filosofía oriental, la felicidad se concibe como una cualidad producto de un estado de armonía interna que se manifiesta como un sentimiento de bienestar que perdura en el tiempo y no como un estado de ánimo de origen pasajero, como generalmente se la define en occidente.

[4] La víspera de casi todo. Víctor del Árbol Romero.


lunes, 28 de octubre de 2024

MÁS SUEÑOS

                 Sé que me ha dado por escribir sobre sueños (particularmente de los míos), pero sueños, sueños son, como predicaba Calderón.

                 Este no tiene nada diferente de lo que comúnmente sueño, tramoyas semejantes, personajes igualmente, paisajes los mismos, con las variaciones que cada noche presenta. Al parecer reiterativos, rutinarios, expresión de mi propia vida (¿). Tal vez y a la larga, qué importa.

                 A alguno de los personajes de este sueño, viejo conocido, estando (y no estando, por ser un sueño) en su carro aparece una bolsita de mariguana. Y como si no fuera nada extraño en nuestra relación, le pregunto si la fumaba. Y él, como si fuera algo normal, me dice que sí, que de vez en cuando. No hay recriminación alguna, porque no puede haberla, es charla de amigos.

                 Y el sueño intrascendental continúa , hasta que al final, supongo que ocurre hacia el finalizar el sueño ocurre algo que lo hace diferente.

                 Estaban todos los personajes, supongo que yo incluido o al menos estaba en la distancia de espectador-actor, creo que más como espectador, pero estábamos todos allí. Como una película filmada desde la distancia, grabando escenario, actores, tramoya a todo color.

                 Pero… siempre hay un pero, de un momento a otro el color se fue perdiendo, se fue difuminando, todo se iba agrisando gradualmente, la escenografía multicolor se fue encementando, con ese gris que le es característico, transformándose en una bodega abandonada por la mano de Dios.

                 Los personajes, no sé si incluirme, con los vistosos colores de sus vestimentas también empezaron a agrisarse, desvaneciéndose el color y los actores, no sé si yo también, pues veía todo desde la distancia, se fueron desvaneciendo en y con el color, transformándose en parte del paisaje y ellos ya no eran lo que aparentaban, eran más imágenes o sombras de distancia aunque nítidas, escondidas bajo la percepción de la irrealidad, cobijadas en el manto de lo que no es y cuando se desnudan del color queda el espacio encementado, todo gris, todo en obra inconclusa, en una mala obra.

                 Eso me llevó a pensar que no somos lo que creemos ser ni somos lo que no creemos ser, simplemente no eran lo que me imaginaba, qué desilusión. 

Había reparado de repente en una verdad que me había ocultado cuidadosamente a mí mismo: desde hacía tiempo, ya no tenía ni un solo amigo. Puede que eso sea normal cuando llegas a los cuarenta. Todos tienen sus ocupaciones, familias, niños, separaciones, carreras, amantes, y la amistad es un lujo que no se pueden permitir. Quizá la verdadera amistad es el lujo de los veinte años. O, a lo mejor, es que sólo digo chorradas. El caso es que en aquel momento me di cuenta, dolorosamente, de que ya no tenía amigos.[1]

Tonado de Facebook
464023258_1065016881949400_2177045058834733077_n



[1] Con los ojos cerrados. Gianrico Carofiglio.

miércoles, 23 de octubre de 2024

FRASES HECHAS, FRASES CONTRAHECHAS

                 Tiene toda la vida por delante, se suele decir, pero cuando se es joven.

                 Y como para qué? Se pregunta uno, cuando se es joven.

                 Mirando hacia atrás, se puede ver que en efecto, es tenerla delante, pero pasa tan rápido, que uno ni la siente, ni se da cuenta, solo se choca contra ella cuando se pensiona y ahí es donde se da cuenta que tenía la vida por delante, pero por estar entretenido en otras cosas ni la vio, se dio cuenta que toda la vida no estaba por delante y lo que es peor, que el adelante ya no era suma, era resta, lo que le resta de futuro que ya no es tan futuro, ya no tiene toda la vida por delante, pero adelante, no hay nada más qué hacer. Y como para qué? Se pregunta uno, cuando se es viejo.

                 Otras frase de autoayuda, tengo todo el futuro adelante, en mi caso no más de diez, quizás quince años, empero eso espero, pero sin saber en qué condiciones me espera ese futuro, no muy elocuente, no muy esperanzador, creo.

                 Pero tengo toda la vida por delante! Ya es muy jodido, futuro adelante! Y adelante es a la vuelta de la esquina, concluyo. 

Puedes mentirte a ti y a mí —replica Parada—, pero no a Dios.
¿Por qué no?, se pregunta Adán. Él nos miente a nosotros.
[1]

Tomado de Facebook
463786797_858332226462569_2605945152151848200_n


[1] El poder del perro. Don Winslow.


lunes, 21 de octubre de 2024

UN PRIVILEGIO, PARA APRENDER.

                 Oyendo un podcast (nombres que se inventan ahora a una grabación), sobre el reino de Navarra; me llamó la atención un artículo del conocido Privilegio de la unión[1] (conocido entre ellos, claro está, aunque la juventud creo que tampoco lo conozca ni les interesará conocer), en el cual se trazaba la paz de una manera tajante, sin pendejadas y para que de inmediato se respetara. Una referencia a este mundo moderno, lleno de guerras, internas o internacionales, como se está dando.

                 Muy simples las palabras, sin lugar a que leguleyos se pongan a interpretar y decía simplemente:

 

Cese de pleitos, debates y demandas entre los burgos.

Para que la unión tenga mayor eficacia y sea duradera se ordena cesen todos los pleitos, debates, cuestiones y demandas que hasta ahora haya podido haber entre los vecindarios, debiéndose perdonar para siempre las malquerencias y enemistades, viviendo en adelante en servicio de Dios, en paz, amor y caridad, como buen pueblo unido debe hacer.

 

                Debiéndose perdonar para siempre las malquerencias y enemistades… Difícil de aplicar hoy, pero qué le vamos a hacer, en el pasado había gente más inteligente que hoy, supongo.

 

—La memoria es algo prodigioso. Inventa como quiere el relato de una vida, utiliza lo que le conviene y desecha lo que le estorba, y es como si nada hubiese existido… Diría que de eso habla Proust.[2]

Tomado de Google


[1] Artículo 14 del Privilegio de la Unión. En el 600 aniversario del Privilegio de la Unión queremos recordar el capítulo XIV: El Privilegio de la Unión es el tratado por el que los tres burgos principales que formaban la ciudad de Pamplona en la Edad Media se unieron mediante un documento firmado el 8 de septiembre de 1423 por el rey Carlos III el Noble.

[2] Un millón de gotas. Víctor del Árbol Romero.


viernes, 18 de octubre de 2024

QUÉ ES LA TAL I.A.

                 Sin entrar en detalle, pues mi ignorancia en el tema sigue siendo supina, es autodecisión, es actuar sin ayuda ajena, es poder decir quiero esto, voy a hacer aquello. Si nos atenemos a la Real Academia es Capacidad de entender o comprender. Capacidad de resolver problemas. Visto así hasta un celular lo hace, aunque los problemas se los arreglamos con el tradicional ctrl+alt+del o reinicio.

 Tener inteligencia es Una capacidad mental muy general que, entre otras cosas, implica la habilidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápidamente y aprender de la experiencia. Y también Es aquel tipo de habilidad que nos permite aprender a partir de la experiencia. También se vincula a la creatividad y a la resolución de problemas no experimentados anteriormente. Encuentro en Google.

                 Como dije, dentro de mi inteligencia me preguntaba si la inteligencia artificial que hoy nos ofrecen es eso, inteligencia -o mera herramienta tecnológica-. Si acudo a ella y le digo quiero que me diga en dos páginas cual es el trasfondo e implicación de la economía en la edad media, en cuestión de segundos me aparecerá un artículo que genera la computadora, de la búsqueda de información en toda la red, la reúne, compara con los parámetros señalados y voilá aparece un escrito, que a la larga resulta tan semejante a cuando le digo a Google que busque el trasfondo e implicación de la economía en la edad media; no le veo diferencia alguna a la tal IA y a los motores de búsqueda, que supongo son inteligencias insipientes.

                 Siempre he pensado, como lo ha mostrado el cine, que la inteligencia artificial debe ser algo más, una máquina con autonomía, con pensamiento propio, con poder de decisión -diferenciando a los humanos en cuanto a sentimientos y sensaciones-. La actual inteligencia artificial carece de ellos -y me refiero además a la autonomía, al pensamiento propio, al poder de decisión-.

                 Y por más que traten de explicarme, sigo sin explicarme qué es realmente la inteligencia artificial o es simplemente, como dije, una herramienta tecnológica. Creo que moriré sin saberlo y menos sin entenderlo. (Y quedé como artículo inconcluso). Y eso me lleva a preguntarme qué tan inteligente soy, pues, si sigo la definición transcrita, planeo (pero casi nunca sale como fue planeado), resuelvo problemas (aunque de tanto en  tanto en vez de resolverlo los agravo), aprendo (ahora con la lentitud de la vejez y respecto de aprender con la experiencia, déjame decirte) pienso (de manera abstracta? El tiempo se me va echando globos) y lo de comprender ideas abstractas, este escrito me deja en evidencia (estoy jodido, por punta y punta). 

Decía que leí un libro hace tiempo; hablaba de un sabio griego, no recuerdo el nombre. Pero se me quedó grabada una frase: «La mayor virtud del lenguaje es la claridad».
Waldo no tardó cinco segundos en identificar la cita. Hipócrates.
—Cuando la verdad se despoja de adjetivos quedan el sujeto, el verbo y el predicado.[1]

Tomada de Google
https://neock.es/memes-neock



[1] Nadie en esta tierra. Víctor del Árbol Romero.

miércoles, 16 de octubre de 2024

EL ÚLTIMO VIAJE

                 Al hablar de él no quiero que se piense en lo que no es, ni se piense lo que no quiero decir, evitando malos entendidos, simplemente son pensamientos que me surgieron al presenciarlos, lejos de ironías y sarcasmos.

                 Es un tema espinoso para hablarlo, cuando se está frente a la situación; en la lejanía es otra cosa, como en este momento en que escribo, pero me picó la curiosidad, aunque es cierto que sigo sin explicación, es solo especulación.

                 Antaño -y hablo de cosa de hace unos tres años para atrás-, los difuntos recorrían su camino tradicional. De la funeraria, para hablar del último viaje, se pasaba a la iglesia, de la iglesia al cementerio o al crematorio. Eso era todo. Allí era la última despedida y uno regresaba a continuar con la vida.

                 Ahora hay un salto de tiempo-espacio que supongo que también es un golpe para los deudos, por lo que sigo sin entenderlo. (Pero entre ya en el tema, oigo; ya voy, digo).

                 La persona fallece, se pasa a la funeraria (ya con horarios de visita, como en clínica), se hace el consiguiente servicio religioso, termina éste y es el último adiós, a las puertas de la iglesia. El cadáver se va en la carroza fúnebre, sin séquito, para emprender otro viaje, el último (lo que sigue lo deduzco, no sé si sea verdad, solo me lo indica la malicia),  uno gélido, se va a algún congelador de la funeraria y lo mantienen allí hasta que haya un determinado número de muertos para que una vez llenado el cupo, en un vehículo refrigerado (pues se va para tierra caliente) emprende otro viaje. Como dije, a tierra caliente (así se decía cuando los bogotanos salíamos a veranear) y como dije, espero que no se interpreten estas palabras como antipáticas pues así es y se inicia otro periplo.

                 Al menos en Bogotá (cosa rara, siendo la capital y teniendo todos los recursos del caso) los difuntos son transportados a Girardot, donde termina el viaje del cuerpo físico, pues allí son cremados. Por qué? No lo entiendo, deben gastar en logística inicial, en gastos de transporte, peajes y el resto de gastos adicionales que ello implica (permisos de traslado, gasolina y qué más sé yo) y el viaje es largo (nada más pensar en los trancones de la salida). Una vez cremados hacen el viaje de retorno, pero ya convertidos en cenizas, pero que en todo caso implica el retorno (transporte, gasolina, peajes, costos asociados).

                 En eso sigo pensando, pues no entiendo la vuelta -costo beneficio, pensándolo con simpleza- y si fuera por escasez de crematorios, por rentabilidad sale más barato construirlos en Bogotá, me digo en mi simplismo mental. Entonces?

                 Un viaje último, ida y regreso, a tierra caliente y sin la compañía familiar, es bastante curioso pero con lo mal pensado que soy, sigo sin explicarme cómo le dan a uno un viaje final, ida y vuelta y a tierra caliente! 

Recordar no es malo. Significa que hemos vivido.[1]

Foto JHB



[1] Por encima de la lluvia. Víctor del Árbol Romero.

viernes, 11 de octubre de 2024

COSAS QUE SE PIENSAN

                 Pero que no se dicen porque pueden resultar peligrosas, especialmente en cualquier relación. Hay frases que no tienen continuación. Y si la tienen, más vale callársela. Por eso pensé en transcribir algunos apartes que Adolfo Marsillach[1] escribió con gran sabiduría, es como un manual matrimonial, pensé. Pero claro, puras bobadas mías, ya que muchas pueden pensarse, pero lo mejor es, precisamente, callárselas y qué mejor que escudarse en palabras ajenas. 

Naturalmente, ignoro cuál es la experiencia de ustedes en discusiones conyugales o extraconyugales, pero deseo que alguien les haya advertido que por mucha razón que se tenga —o que se crea tener— lo más prudente es no iniciarlas. Ni continuarlas, aunque las hostilidades las haya abierto el contrincante.  

Era verdad que tampoco entendía lo que le estaba pasando. Su matrimonio había resultado un fracaso. Pasada la euforia de la primera etapa —ese tiempo milagroso en el que todo lo que ocurre da la impresión de haber sido tocado por el dedo de la buena suerte—, la dura realidad le demostró que se había equivocado. Julia y él eran distintos. Nada impide, desde luego, que dos personas de comportamientos y opiniones diferentes puedan convivir y hasta —quién sabe— ser felices. 

Había compartido pasta de dientes, aspirinas, contestador, vídeo, letras del piso y pruebas de embarazo con Julia durante ocho años. Y en el transcurso de trescientos sesenta y cinco días multiplicados por ocho suceden muchas cosas. Unas buenas y otras malas sin duda, pero la mayoría —y es lo peor— simplemente regulares. Casi todas las parejas se separan no cuando más discuten —a menos, claro, que intenten arrojarse mutuamente por el hueco del ascensor—, sino cuando ya no tienen estímulos para seguir discutiendo. Les ocurre lo que a los boxeadores que, después de un round agotador y en los segundos que descansan en su esquina del cuadrilátero, piensan que es bastante absurdo volver a levantarse para liarse a tortazos con un individuo que, en el fondo, les tiene sin cuidado. Algo de esto —las comparaciones son siempre odiosas, no lo ignoro— le pasó. Al principio de su noviazgo —si todavía tiene algún sentido llamar de esta manera al desmadrado deseo de los machos de nuestra especie por convencer a las hembras de su perentoria obligación biológica de acostarse con ellos—, las supuestas rebeldías, las extravagancias o las salidas de tono de Julia le divertían muchísimo. Así, por ejemplo, cuando en un restaurante pedía almejas con crema catalana o en unos almacenes se empeñaba en comprar un sombrero mexicano que la tapaba hasta los ojos, se reía una barbaridad y se felicitaba a sí mismo por la inmensa fortuna de haber tropezado en su vida con una criatura tan singular. Lentamente, sin embargo, su punto de vista sobre Julia, como ya he dicho, fue variando: la pasión condujo a la bronca y ésta, tristemente, a la indiferencia. La noche en que ella tuvo que contener un bostezo al desnudarse y Germán decidió pensar en Kathleen Turner para atreverse a hacer el amor con su mujer, el matrimonio de ambos —aún ellos no lo sabían— fue incluido en una sala especial del Museo Arqueológico de Madrid.  

—Te quiero.
—Yo también.

¿Eran sinceros? ¿Se querían? ¿No se querían? ¿Necesitaban quererse? ¿Necesitaban tan sólo creer que se querían? ¿Tenían miedo a que su amor se acabara como se contempla, con una angustia instintiva, el final de esa botella de vino que tanto placer nos ha proporcionado? ¿O, por el contrario, estaban deseando abrir un frasco nuevo?  

No parece obligatorio que la convivencia se base en la similitud de actitudes o de ideas. Pero hay un punto de no retorno en el que el pacto tácito —«yo me aguanto, tú me soportas»— se rompe. Es ese día en el que todas las supuestas gracias de tu compañero o compañera se convierten en torpezas insoportables. Su agudísima conversación llena de ingenio y de ironía se transforma en una irritante serie de estupideces que nos avergüenzan. Su delicada forma de caminar por las calles o de pasear bajo la lluvia se convierte en el penoso balanceo de un marinero borracho y, para colmo, su considerada costumbre de rociarse los alrededores de las ingles con colonia antes de meterse en la cama, lo descubrimos de una ordinariez insultante. 

Es curiosa —y patética— la ceguera que invade a las parejas con el tiempo. Al principio de la relación amorosa, cualquier detalle —un pecho impertinente que asoma en el escote, un apretado bulto que marca los pantalones— se convierte en un signo erótico apreciadísimo, pero luego… La convivencia es casta por definición.  

Lo prudente hubiera sido detenerse aquí. Si se hubiese enfrascado de nuevo en la lectura, su mujer habría conseguido quitarse definitivamente la espinilla y, ya más aliviada, se habría metido en la cama dando el asunto por terminado. Al menos momentáneamente. Pero no. Los hombres —no conviene que este rumor circule— somos bastante más tontos de lo que las mujeres nos suponen.  

El amor, cuando dura algo más de cuarenta y cinco días, se vuelve repetitivo. Es una ley general a la que ninguna pareja consigue sustraerse. (Tampoco estoy seguro de que lo intente.) La relación amorosa no esconde muchas sorpresas. (Y las que podía ocultar se descubren con decepcionante rapidez.) No hay razones para alarmarse: si los hombres —y mujeres— somos genéticamente monótonos, ¿por qué íbamos a dejar de serlo cuando nos enamoramos? Con ligerísimas variantes, todos decimos lo mismo en las diversas etapas de nuestro trayecto sentimental. La fidelidad es una repetición, pero la infidelidad también.  

Los hombres —jóvenes, ancianos y maduros— sabemos por nuestra experiencia de siglos que, en cuestiones sentimentales, decir siempre la verdad no es un buen negocio. (Las mujeres, por supuesto, también lo saben.)  

—¿Qué?
—¿Estás dormida?
—Si estuviera dormida no habría contestado.
Era así de respondona. 

Aunque no desconocía estas salidas de tono de su mujer, intentó una discreta maniobra de aproximación.
—Es que…

—¿Qué?
—No…, nada.

Es un sistema que no acostumbra a fallar. Si uno simula que va a confesar algo importante y luego finge arrepentirse y se calla, el otro, con casi absoluta seguridad, acaba picando.
—No me pongas nerviosa, ¿quieres? Venga: ¿qué ibas a decir?  

Hay que tener muchos arrestos para hacer lo que a uno realmente le apetece hacer (o decir)

Siempre me ha chocado la necesidad que tenemos todos de compartir con el prójimo nuestros problemas como si los demás —los amigos, los parientes, los conocidos, los compañeros circunstanciales de avión, de tren o de restaurante— tuviesen la obligación social de escucharnos y comprendernos. Resulta bastante tonto, pero nadie ignora que el animal humano es una combinación química de agua y estupidez en proporciones alarmantemente equilibradas.  

La añoranza de nosotros mismos debería estar prohibida igual que se persigue el tráfico de drogas. Sus consecuencias acostumbran a ser letales

 

Tomado de Facebook
448020203_7593399084074397_1701117411988860476_n



[1] Se vende ático. Adolfo Marsillach.

lunes, 7 de octubre de 2024

TEATRO

                 Una obra de teatro requiere unas instalaciones, un escenario, un libreto, unos personajes principales y otros secundarios y un público. Con estos elementos ya se puede disfrutar de la obra, sea comedia o tragedia y dependiendo de unos y otros la obra será aplaudida o no.

                 A una iglesia entro por dos motivos fundamentales. El más importante, por la fotografía, porque en cualquier recodo puede haber una buena historia fotográfica, en los techos abovedados, en el campanario, en la escalera que conduce a él, en el púlpito, el altar mayor o en los menores, en los vitrales, en las lámparas, por no citar cuadros y esculturas. Todo tiene su llamativo (así sean feas obras de arte y por eso mismo; no todas las iglesias tienen ostentación o por sus feas y muchas veces odiosas gárgolas). El otro motivo es el forzoso, el obligatorio, de compromiso ineludible (matrimonio, defunción, bautizo), pero al asistir a estos rituales aprovecho para sacarle el jugo a la fotografía, hasta con mayor libertad de movimiento, por lo que no es tiempo perdido.

                 En estos días tuve que hacerlo por la segunda razón, triste por demás la ocasión. El lleno fue total por lo que, arrastrado por la multitud, terminé ubicado en un ala lateral del altar mayor y desde allí tenía la vista completa del ritual que acompañó el momento. A la vista y sin interferencia (generalmente en estos casos me hago cerca de la puerta de salida y desde la distancia paso el tiempo consabido). Estaba, en una palabra, al ladito del altar mayor, en misa concelebrada -dos curas-, más un diácono -supongo- y dos acólitos, éstos con sus sotanas propias de los acólitos de antaño, de rojo y blanco dando un bonito espectáculo en el recuerdo. En el ala contraria se encontraban los músicos -saxo y organeta-. La iluminación dentro de la iglesia era fuerte, compacta, con personalidad.

                 Luego de alguna expectativa fueron saliendo los actores principales, con parsimonia, paso lento, mirada agobiada, con reflejo de tristeza, mirada a la infinitud en el orden correspondiente. Me hizo acordar aquellas misas solemnes de mi niñez, cuando era ferviente creyente, educado por monjas y curas, o sea, bien adoctrinado.

                 Y esa similitud me llamó la atención, la del momento y la del recuerdo y luego de los inicios de los rituales, la forma en como se daban la bendición, elevaban oraciones y empezaban las primeras letanías me hizo asociar las imágenes con una obra de teatro, en este caso una tragedia. Reunía todos los requisitos para serlo, locación, iluminación, libreto, personajes principales y secundarios y el público. Movimientos programados, monólogos y diálogos, todo perfectamente calculado.

                 Y eso me hizo recordar que alguna vez leí que para ser cura no bastaba aprenderse las oraciones, tener una fe férrea, con la locuacidad necesaria para defenderla, sino que pareciera que hicieran curso de oratoria, modulación de voz, histrionismo y todas aquellas técnicas que deben aprender los actores para dominar el arte. Nada más ver al Papa dando su bendición urbi et orbis y se comprende la parsimonia que hay que representar.           O ver un cardenal pavoneándose ante la grey, como ser superior que se cree, por no seguir con la escala jerárquica correspondiente hasta el más bajo nivel. Hasta recuerdo que en esta ceremonia en particular los curas concelebrantes, en uno de ellos me pareció (nótese que digo que me pareció) que trataba de lucirse más en sus intervenciones, como lo hace cualquier macho alfa, ante otro semejante. (El tema parece que ya empieza a caldearse en mi mente, como se ve). 

                Para no ir más lejos y para evitar males mayores con mis comentarios, el sabor que me quedó fue el de haber asistido a una obra de teatro, que prefiero no calificar, una verdadera obra de teatro, percepción que tuve haciéndome viejo. Lo hubiera sabido antes… 

Al envejecer, … había perdido la mayor parte de los filtros sociales que se emplean normalmente en compañía educada.[1]

Tomada de Facebook
447414705_7823352691062520_2645856674433801948_n


[1] Los dioses de la culpa. Michael Connelly.


viernes, 4 de octubre de 2024

REDES SOCIALES

                 Nuevamente el punto, pero con otra arista (supongo). Las redes sociales fueron creadas para demostrar que existimos.

                 Están para poder demostrarme que soy, que existo, que manteniéndome visible genero amistades (si así pueden llamarse), reviviendo algunas que más que amistades fueron conocidos y que con las redes, siguen siendo conocidos.

                 Están allí también para decir lo que no podría decir en voz alta en otros escenarios, por hipocresía o por timidez y hasta se puede expresar con gritos de protesta o de rabia o simplemente insultar impunemente cuando uno quiere o llega hasta esos límites. Reina la impunidad hasta que al proveedor del servicio se le ocurra bloquearlo, con o sin razón.

                 Es un medio que sirve para la protesta, todos contra todos, contra un grupo, contra un sector, para hundirlos o para alabarlos, según sea.

                 No soy amigo de todos los que se dicen ser mis amigos (aprendí de un llanero cuando le preguntaron si era amigo de fulanito y dijo: amigo? No, pero lo distingo, sabia sabiduría popular). Soy un solo duplicador de información (buena o mala, para alabar o para hundir), que me escudo detrás de una pantalla, que no refleja mi ironía, mi risa, mi piedra, mi ira, porque no pueden ver mi cara, no me pueden ver a los ojos y eso, supongo, me hace sentir superior, me hace sentir libre, en medio de mi misma hipocresía. Nadie me podrá culpar, tal vez tildar, de algo o de nada, pero la pantalla aguanta todo, hasta la desconexión, cuando es una forma de huir.

                 Estoy bien blindado, bien escondido, bien camuflado y no me sonrojo y si lo hago, nadie se da cuenta, por eso las redes sociales alimentan mi ego, sabiendo que lo que comparto ni siquiera ha sido creado por mí, ni siquiera he tenido la necesidad de pensar, me ha bastado compartir lo que otro ha pensado, lo que otro ha creado y yo, un zángano más, con un simple click escondido hago énfasis en que sí existo, no soy un anónimo ni un completo desconocido (‘tengo amigos’), aunque eso sí, soy un hipócrita abusivo, queriendo ser agradable o al menos tratar de parecerlo. 

Era una ideóloga pura de la oposición. Siempre contra algo. Contra alguien. Sin descansar nunca. Sin llegar nunca a su destino. Sin olvidar jamás. Su fanatismo, me parece, era el mayor soporte de su yo. Ni siquiera su embarazo le impidió lanzarse a ese mar de intrigas, mentiras y manipulaciones…[1]

Tomado de Facebook
425397684_1171577960914787_5380903158876782077_n


[1] La octava vida (para Brilka) - Nino Haratischwili.