lunes, 7 de octubre de 2024

TEATRO

                 Una obra de teatro requiere unas instalaciones, un escenario, un libreto, unos personajes principales y otros secundarios y un público. Con estos elementos ya se puede disfrutar de la obra, sea comedia o tragedia y dependiendo de unos y otros la obra será aplaudida o no.

                 A una iglesia entro por dos motivos fundamentales. El más importante, por la fotografía, porque en cualquier recodo puede haber una buena historia fotográfica, en los techos abovedados, en el campanario, en la escalera que conduce a él, en el púlpito, el altar mayor o en los menores, en los vitrales, en las lámparas, por no citar cuadros y esculturas. Todo tiene su llamativo (así sean feas obras de arte y por eso mismo; no todas las iglesias tienen ostentación o por sus feas y muchas veces odiosas gárgolas). El otro motivo es el forzoso, el obligatorio, de compromiso ineludible (matrimonio, defunción, bautizo), pero al asistir a estos rituales aprovecho para sacarle el jugo a la fotografía, hasta con mayor libertad de movimiento, por lo que no es tiempo perdido.

                 En estos días tuve que hacerlo por la segunda razón, triste por demás la ocasión. El lleno fue total por lo que, arrastrado por la multitud, terminé ubicado en un ala lateral del altar mayor y desde allí tenía la vista completa del ritual que acompañó el momento. A la vista y sin interferencia (generalmente en estos casos me hago cerca de la puerta de salida y desde la distancia paso el tiempo consabido). Estaba, en una palabra, al ladito del altar mayor, en misa concelebrada -dos curas-, más un diácono -supongo- y dos acólitos, éstos con sus sotanas propias de los acólitos de antaño, de rojo y blanco dando un bonito espectáculo en el recuerdo. En el ala contraria se encontraban los músicos -saxo y organeta-. La iluminación dentro de la iglesia era fuerte, compacta, con personalidad.

                 Luego de alguna expectativa fueron saliendo los actores principales, con parsimonia, paso lento, mirada agobiada, con reflejo de tristeza, mirada a la infinitud en el orden correspondiente. Me hizo acordar aquellas misas solemnes de mi niñez, cuando era ferviente creyente, educado por monjas y curas, o sea, bien adoctrinado.

                 Y esa similitud me llamó la atención, la del momento y la del recuerdo y luego de los inicios de los rituales, la forma en como se daban la bendición, elevaban oraciones y empezaban las primeras letanías me hizo asociar las imágenes con una obra de teatro, en este caso una tragedia. Reunía todos los requisitos para serlo, locación, iluminación, libreto, personajes principales y secundarios y el público. Movimientos programados, monólogos y diálogos, todo perfectamente calculado.

                 Y eso me hizo recordar que alguna vez leí que para ser cura no bastaba aprenderse las oraciones, tener una fe férrea, con la locuacidad necesaria para defenderla, sino que pareciera que hicieran curso de oratoria, modulación de voz, histrionismo y todas aquellas técnicas que deben aprender los actores para dominar el arte. Nada más ver al Papa dando su bendición urbi et orbis y se comprende la parsimonia que hay que representar.           O ver un cardenal pavoneándose ante la grey, como ser superior que se cree, por no seguir con la escala jerárquica correspondiente hasta el más bajo nivel. Hasta recuerdo que en esta ceremonia en particular los curas concelebrantes, en uno de ellos me pareció (nótese que digo que me pareció) que trataba de lucirse más en sus intervenciones, como lo hace cualquier macho alfa, ante otro semejante. (El tema parece que ya empieza a caldearse en mi mente, como se ve). 

                Para no ir más lejos y para evitar males mayores con mis comentarios, el sabor que me quedó fue el de haber asistido a una obra de teatro, que prefiero no calificar, una verdadera obra de teatro, percepción que tuve haciéndome viejo. Lo hubiera sabido antes… 

Al envejecer, … había perdido la mayor parte de los filtros sociales que se emplean normalmente en compañía educada.[1]

Tomada de Facebook
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[1] Los dioses de la culpa. Michael Connelly.


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