Sé
que me ha dado por escribir sobre sueños (particularmente de los míos), pero
sueños, sueños son, como predicaba Calderón.
Este
no tiene nada diferente de lo que comúnmente sueño, tramoyas semejantes,
personajes igualmente, paisajes los mismos, con las variaciones que cada noche
presenta. Al parecer reiterativos, rutinarios, expresión de mi propia vida (¿).
Tal vez y a la larga, qué importa.
A
alguno de los personajes de este sueño, viejo conocido, estando (y no estando,
por ser un sueño) en su carro aparece una bolsita de mariguana. Y como si no
fuera nada extraño en nuestra relación, le pregunto si la fumaba. Y él, como si
fuera algo normal, me dice que sí, que de vez en cuando. No hay recriminación
alguna, porque no puede haberla, es charla de amigos.
Y
el sueño intrascendental continúa , hasta que al final, supongo que ocurre
hacia el finalizar el sueño ocurre algo que lo hace diferente.
Estaban
todos los personajes, supongo que yo incluido o al menos estaba en la distancia
de espectador-actor, creo que más como espectador, pero estábamos todos allí.
Como una película filmada desde la distancia, grabando escenario, actores,
tramoya a todo color.
Pero…
siempre hay un pero, de un momento a otro el color se fue perdiendo, se fue
difuminando, todo se iba agrisando gradualmente, la escenografía multicolor se
fue encementando, con ese gris que le es característico, transformándose en una
bodega abandonada por la mano de Dios.
Los
personajes, no sé si incluirme, con los vistosos colores de sus vestimentas
también empezaron a agrisarse, desvaneciéndose el color y los actores, no sé si
yo también, pues veía todo desde la distancia, se fueron desvaneciendo en y con
el color, transformándose en parte del paisaje y ellos ya no eran lo que
aparentaban, eran más imágenes o sombras de distancia aunque nítidas,
escondidas bajo la percepción de la irrealidad, cobijadas en el manto de lo que
no es y cuando se desnudan del color queda el espacio encementado, todo gris,
todo en obra inconclusa, en una mala obra.
Eso
me llevó a pensar que no somos lo que creemos ser ni somos lo que no creemos
ser, simplemente no eran lo que me imaginaba, qué desilusión.
Había reparado de repente en una verdad que me
había ocultado cuidadosamente a mí mismo: desde hacía tiempo, ya no tenía ni un
solo amigo. Puede que eso sea normal cuando llegas a los cuarenta. Todos tienen
sus ocupaciones, familias, niños, separaciones, carreras, amantes, y la amistad
es un lujo que no se pueden permitir. Quizá la verdadera amistad es el lujo de
los veinte años. O, a lo mejor, es que sólo digo chorradas. El caso es que en
aquel momento me di cuenta, dolorosamente, de que ya no tenía amigos.
Tonado de Facebook
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