Oh! qué agradable sentir
cómo sus ojos acarician mi perfil!
Grafiti de antaño
Ojos huidizos, ojos vergonzantes, ojos que
no ven, que no se dejan ver, que no quieren ver.
Ojos que se acostumbraron a no ver, a evadir,
a huir, a rechazar, a no mirar para no ser sometidos.
Así lo sentí algún día de estos en que
recorro calles sin sentido. Me vi evadiendo miradas, rehuyendo ojos que me
miraban, como si reclamaran el pago de una deuda eterna, como si hicieran reclamos,
como si fuera el enemigo, ninguna mirada con cariño, al menos con indiferencia
no gélida.
Y en esas miradas que me veían vi que ellos
estaban en mi misma situación. Con miradas que rehuían cuando el que la fijaba
era yo, ojos huidizos cuando yo quería verles de frente, saludarles, como solo
saludan los ojos, que llevan a una sonrisa automática, no importa que fuera
automática, me dije, sonrisa es sonrisa y la sonrisa atrae.
Y recordé cuando alguna vez me vi en un
espejo, cuando me atreví a verme a mis ojos, evitando que rehuyeran de mí, que
se avergonzaran de mi propia mirada. También descubrí que las dos pupilas no se
podían ver al mismo tiempo, o era izquierda o era derecha, pero juntas pupilas
no, los ojos al tiempo no le permitían verse, aunque en conjunto los ojos si
permitían tanta indiscreción. Cosas extrañas descubre uno cuando lo aguijonea
la curiosidad.
Y decidí cambiar, al menos tratar, porque
con tanto tiempo de práctica es difícil deshacer lo aprendido. Decidí tratar de
ver a los ojos de la gente, sin que fuera yo el que desviara la mirada, la
hiciera ajena o la trasladara al horizonte, rehuyendo de otra mirada frentera.
No debo nada, ni debía nada, no tengo nada
que ocultar ni nada de qué avergonzarme, por qué he de ser yo el que desvíe la
mirada? Además no sé de cuantas cosas me puedo perder eludiendo miradas.
Y me atreví a mirar ojos ajenos y vi cómo
ellos rehuían, ellos eran los temerosos, los vergonzantes, los huidizos. Sentí
que era el macho alfa, el que se impone.
Si mal no recuerdo, en mi época a un
superior no se le podía mirar a los ojos, directamente a los ojos, era cuestión
de respeto. No sé si sea cierto o producto de imaginación. En cualquiera de los
dos casos, la práctica constante se convirtió en costumbre y de allí, supongo,
el temor reverencial de ver a los ojos a otra persona, generalmente
desconocida, recién conocida, salvo los atractivos del amor.
Y me dije, por qué he de desviar los míos?
He hecho algo que me obligue a doblegarme, a arrodillarme? Estoy libre de
culpa, al menos eso pienso yo, de mí mismo. Debo esforzarme a deshacer
costumbres, inocuas, inexplicables, irrazonables. Debo mirar a los ojos, que
sean ellos los que quieran ocultarse, no yo; que sean ellos los que quieren
evadirme, ya que no pudieron cruzar la calle a tiempo para evitarme; que sean
ellos los que sufran la vergüenza de no mirarme, de no verme, porque yo, he de
decirlo, no tengo por qué ocultar mis miradas, no tengo por qué mirar para el
piso, ni desviar la mirada, no les debo nada, no me deben nada, si estamos a
paz, por qué he de rehuir una mirada?
Ojos que no ven,
ojos que no quieren ver, que se acostumbraron a no ver, por eso son huidizos,
bajos, perversos o es porque recuerdan que los ojos son el reflejo del alma y
temen que el alma les sea leída? Temen la desfachatez de quien sí sabe mirar?
Hay que saber mirar, con altivez, con seguridad, con serenidad, a pesar de la
miopía, la propia de la óptica, no la otra. Porque quienes desvían, persisten
en no ver, evaden, eluden, evitan, esquivan, declinan, rehúsan, escapan, huyen,
desertan, rehúyen sufren de miopía, al no saber de lo que se pierden.
Es necesario mirarse cada día,
con nuevos ojos.
Grafiti
de antaño
Foto: JHB (D.R.A.)