lunes, 16 de enero de 2017

EL ORGANIZADOR DE SUEÑOS



Sueña el rey que es rey,
y vive con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso,
que recibe prestado,
en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son
.[1]



Soñé que organizaba los sueños. No de los que dan ilusión a la vida, de esos esperanzadores que dan esperanzas pero nada más. No de éstos, de los otros. De esos locos, sin sentido, que alborotan y dan realidades dentro del sueño o que sumados indistintamente, se vuelven dictadores y terminan en pesadillas, generan miedo.

Y los había de todos los tipos, estaban allí desordenados, sabía que había que ordenarlos, no sé por qué, pero había que darles vida coherente, arreglarlos para el final, para que cuando volvieran a aparecer supieran comportarse, supieran su destino, comprendieran el final.

Era organizarlos para que tuvieran sentido, para que no maltrataran a su arribo.

Parecían ideas de hiperactivo. Un sueño saltaba sin sentido de allí para allá. Sin sentido era la vida de los sueños y yo en la distancia, no sabía que era su dueño, ni que era un sueño. Hasta que lo comprendí. Decidí ordenarlos, es decir, decidí darles órdenes y aconductarlos. Usté por aquí, usté para allá, usté quietecito, usté no se me alborote, usté en el taburete. El de allí, pues para acá, el de acá va para acullá –así sonara palabra rara-.

Y los sueños fueron tomando forma, parecían códigos ordenados según tamaño, parecía biblioteca especializada a la que a cualquier docto le daría orgullo exhibir.

Sin embargo, dejaron de ser ellos, dejaron de ser sueños, al tener dueño y se volvieron aburridos, doctos, académicos. Dios me libre! Pasad por acá. Qué queréis señor? Ah! Es por allí, incluye final. Pesadillas? Perdonad, es mejor no abrir, allí se revuelve la conciencia mayor, la del pánico, la del susto, la del miedo, las que infunden horror. Os advierto, es mejor no acercarse. Volved aquí, dejad de mirar de reojo que esa es la caja de Pandora. Os lo he advertido, pero humano sois, dice el académico. Y dicho eso el académico desaparece (cosa tan rara!).

Dejemos a Pandora quieta, que ya una vez le fue mal por el mal que trajo al mundo, en cualquiera de las versiones que de ella hay.

Volviendo al asunto, dejando la pesadilla alejada y a Pandora vigilante (pues así se llamaba una perra criolla que de niño tuvimos, honor a ella), decía, volver los ojos a los sueños ordenados.

Parecían obras de teatro, al mejor estilo de Lope o de Calderón, de esas que en mi niñez no logré acabar, aquellas que iniciaban con detalle de personajes, dos puntos. Papeles o roles, dos puntos. Escenografía, dos puntos. Tema, otros puntos. Sale fulano, entra zutano, congoja de mengano. Quienes han leído teatro me entienden. Todo calibrado, todo previamente decidido. Y viendo todo ese orden, pensé en el caos, en el caos propio del sueño, del que es dueño, en donde no hay papeles, todo se improvisa, personajes, lugares, libreto, actores sin escenario ni temática predefinida, simplemente caos, dentro de un orden, supongo, o al menos eso dicen, que el caos tiene su orden y Heisenberg otra vez, indeterminación, incertidumbre.

Y pensé en que no hay como los sueños en que el personaje aparece y luego, por encanto, desaparece, sin darnos cuenta, sin saberlo, ignorándolo, pero aceptándolo, como dogma, como auto de fe. En donde el paisaje hace otro tanto, en donde el sueño se convierte en pesadilla, en cuestión de milisegundos, pero que parecen una eternidad y sin razón se despierta, asustado, trémulo, acongojado, generando desvelo y eso desvela y su argumento se pierde en la imaginación. Continuará, pareciera decir sueño o pesadilla, pero nunca lo hará, porque ya despierto, ya desvelado, aparece la vida que continuará, que seguirá, pero tal vez no como creemos, tal vez diferente y sueños e ilusiones se construirán, como ilusión de previo desencanto, invasora de esperanza para que no nos consuman de vida, para que sobrevivamos, como es debido.

Sueños que no sabemos si se cumplirán y más cuando soñamos con el mañana, cuando se vuelva realidad, olvidando que era sueño de antaño, lo que impide que nos sorprendamos si en el horizonte le vemos.

Sueños los unos, sueños los otros. No acepté el encargo, no era organizador de sueños, mejor dejarlos como son, con su incertidumbre, con su propia anarquía, quién era yo para meterme en esos vericuetos?


¿Qué os admira? ¿Qué os espanta, si fue mi maestro un sueño, y estoy temiendo en mis ansias que he de despertar y hallarme otra vez en mi cerrada prisión? Y cuando no sea, el soñarlo sólo basta; pues así llegué a saber que toda la dicha humana, en fin, pasa como sueño. Y quiero hoy aprovecharla el tiempo que me durare, pidiendo de nuestras faltas perdón, pues de pechos nobles es tan propio el perdonarlas.[2]





[1] Calderón de la Barca. La vida es sueño
[2] Calderón de la Barca. La vida es sueño.

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