Somos vulnerables porque nos creen vulnerables. Seamos
fuertes y nos tomarán por fuertes.(1)
Allí
iba un mendigo, con su presencia de mendigo abandonado, vistiendo ropa sucia de
diferentes tallas y colorines que por el abuso impedían descubrir el color
original de su atuendo. Sucio como mendigo abandonado. En una mano su costal
lleno de cachivaches que ni él sabía para qué le habrían de servir; en la otra,
una lata de cerveza que a leguas se veía que contenía bóxer, ese disolvente de
rico aroma que trastoca la mente, que les hace olvidar y les hace vivir en un
mundo tal vez mejor, de ilusión, que les ayuda a evadir esa realidad en que
viven, de mendicidad, olvidar ese mundo atroz que les rodea, de esa realidad en
que su prójimo es el de “personas de bien” pero que rehúyen de su
presencia, de todos esos transeúntes que le evaden en su andar, que ni siquiera
les miran a los ojos, que ni siquiera les consideran humanos...
Viene
ese mendigo, con su figura de locura y suciedad, que no vaticina un buen
encuentro, y por el contrario es detectado por el ojo radar que es el encargado
de detectar todo rechazo, todo peligro y produce siempre la primera reacción:
el alejamiento, porque advierte que es un desechable y por eso la reacción, la
reacción de la “gente de bien”. Se
trata de un primer impulso que conlleva la siguiente acción que no
es otra que esconder cualquier objeto que pudiéramos tener a la vista: reloj,
arete, un sobre, argolla, anteojos, cualquier cosa que tememos perder. Luego de
protegida toda nuestra materialidad viene el siguiente impulso, el del rechazo
a la persona, por estar sucia, aparentemente peligrosa, mendiga, posiblemente
loca y por... no ser “gente de bien”, si he de ser sincero.
Venciendo
todos esos resquemores, no me pregunte por qué, el imán que tengo no lo rechaza
al instante, por el contrario decide no cambiar de rumbo, decide continuar su
camino y pasar junto a ese mendigo... No me pregunte por qué, pero la mano va
hacia la moneda con intención de ser entregada y el pensamiento decide dar esa
moneda si ese mendigo la solicita. No me pregunte por qué, pero así sucedió y
de la unión de mano y pensamiento, como en una relación de amor, la sonrisa
afloró y el sentimiento de entrega, pensamiento y sonrisa hacia ese mendigo se
hizo sincero y le perdí el miedo, le perdí el temor y con seguridad seguí el
camino hacia el encuentro. No me pregunte por qué...
Fue
una sonrisa sincera la que le di y él...
Me
miró a los ojos, unos ojos que no estaban tristes sino que reflejaban una
cierta alegría, sería la alegría de encontrarme? Se paró a mi lado mientras yo
pasaba al lado suyo, haciendo el ademán propio de un militar, con la seguridad
de un militar, se puso firmes mientras yo pasaba a su lado y mientras se ponía
firmes, con voz militar me dijo: SALUDOS
JEFE! Y puso su mano en la frente, con saludo militar. A continuación,
volvió a la posición de descanso militar y agregó: QUE DIOS LO BENDIGA JEFE... Y continuó su camino... y yo el mío... atónito
y sin poder extender mi mano de limosna. No me pidió una moneda, pero me dio su
bendición...
Iba a confesarme después de cada falta, me arrepentía de mis
pecados, hacía acto de contrición, depositaba unas pocas pesetas en el cepillo
de la iglesia —junto con una bolsa de oro para el sacerdote— y después rezaba
una docena de avemarías. Mi alma quedaba limpia y yo me sentía redimido y en
condiciones de transgredir de nuevo.(2)
Óleo, papel y espátula. JHB (D.R.A.)
(1) Alber Vásquez. Mediohombre.
(2) Gary Jennings, Robert
Gleason y Junius Podrug. Furia azteca.
Óleo, papel y espátula. JHB (D.R.A.)
(1) Alber Vásquez. Mediohombre.
(2) Gary Jennings, Robert
Gleason y Junius Podrug. Furia azteca.
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