Leí un artículo
titulado: El nivel cero
del ruido(1). Me
llevó a pensar en el silencio entendido como la mudez del ruido. Naturalmente
el artículo hablaba del exceso de ruido, del sonido y la contrapartida la
ausencia de éste, el silencio absoluto, que dicen es enloquecedor y que no se
puede sostener por mucho tiempo por la necesidad que tenemos de sonido y aún de
ruido.
Coincidió el artículo
con una ida al restaurante. A veces me entretiene; mientras espero el despacho
de mi domicilio, ver el caos que representa la cocina, el pedido, el empaque,
la reiteración. Un desorden que en la distancia uno no entiende cómo no
planifican el acontecer diario, esa rutina diaria de pedido-despacho.
En fin, el día en
particular tenía una sensación de exceso de ruido, de movimientos, sin ser
consiente de ellos a pesar de ser un espectador que participaba del momento. Un
corre corre de quien hace el pedido, de quien sirve, de quien empaca, de quien
cobra, sin ser, advierto, una tarea exclusiva de cada uno, sino como en
Fuenteovejuna, todos a una, todos piden, todos empacan, todos cobran y una sola
sirve. En la distancia uno piensa en el caos, en no existir una actividad
precisa para una persona determinada. Me divertí viendo la realidad, sin
embargo no tenía conciencia alguna en ese momento de lo que se generaba en
términos de ruidos, en los cuales había que incluir radio, movimiento de lozas,
de ollas.
Una vez salí con mi
pedido, divertido de la comedia presenciada, algo llamó mi atención, pues el
caos seguía en mi cerebro, y fue simplemente oír el no caos, el silencio
cerebral, fue el cantar de unos pájaros, el sonido de los carros en la
distancia, la ciudad, a pesar de no ser una ciudad silenciosa, más bien
bulliciosa.
Y pensé en el
silencio. En mi silencio. La ausencia de sonidos sería para mí catastrófico,
estar con el no sonido ni el ruido, el silencio absoluto, tal vez porque estoy
acostumbrado a mi silencio.
Mi silencio no es
ausencia, por el contrario, es presencia de sonidos mas no de ruidos, de
sonidos en la lejanía, de canto de pájaro, de viento que vibra al contacto con
los árboles, de oír en la lejana distancia el bullicio de la ciudad, escuchar
unos niños embebidos en sus juegos de patio, conversaciones ajenas en la
distancia apenas audibles todas ellas, tal vez un gallo a deshoras o el tañido
de una campana de iglesia.
Mi silencio es estar
solo con el sonido y la música, a mi tono. Siempre acompañado de la música,
aunque no la oiga por estar concentrado en algo, pero sabiendo que allí está.
Veo que se trata de un silencio sonoro, de mi silencio de soledad acompañada.
Son contradicciones,
lo sé, pero es lo que disfruto.
—Porque me sobra tiempo y por
primera vez en mi vida nadie espera nada de mí. No tengo que demostrar nada, no
ando corriendo, cada día es un regalo y lo aprovecho a fondo.(2)
Óleo sobre papel con espátula. JHB (D.R.A) |
(1) Julio César Londoño El nivel cero del ruido https://www.elespectador.com/opinion/el-nivel-cero-del-ruido-columna-833521
(2) Isabel Allende. El amante japonés.
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