lunes, 28 de enero de 2019

DEL RESPETO INTERNACIONAL


Antiguamente y digo antiguamente entendiendo que fue hace como cien años, los tratados internacionales se respetaban, como se respetaba, más o menos se deduce de la historia, al país vecino.

Cualquier malentendido se solucionaba con la diplomacia, aunque esté definida como el arte de la hipocresía o de la mentira, si se prefiere(1).

Con el tiempo, los tratados firmados que habían logrado sobrevivir los cien años fueron cambiando hasta el punto en que fácilmente se podía desconocer su contenido sin rubor alguno. Uno se sometía al tratado y el tratado tenía consecuencias, de alguna manera; pero ahora, si no me conviene simplemente cojo mi balón y me voy a casa, dejando a los demás viendo un chispero. Recuérdese a Uribe que jugaba a conveniencia, sin respeto alguno a lo que alguna vez estuvo escrito en un papel.

Y normalmente un país no se metía en otro ni hablaba en voz alta del vecino, pues para eso se habían inventado la diplomacia, así fuera el arte de mentir, pero al menos se procuraba respetar al vecino, en cuanto no interviniera en lo doméstico del otro.

Pero todo ha cambiado, dicen que como efecto de la globalización y es así como puede verse en redes sociales y en televisión a un presidente madreando al vecino y visconversa. Ya es lo normal, lo corriente y ya no nos sentimos mal, así resulte ofensivo.

Y para colmos, sin poder manejar bien su propio país, dan cátedra sobre la administración del vecino; dicen que es un distractor para que los de adentro no se preocupen de lo mal que les va y vean que los vecinos están peor. Un ejemplo, España, la de Sánchez quien en una jugada sin igual y no por vía democrática de voto, logró desalojar a Rajoy, su antecesor y ahora pontifica contra Venezuela. Le dio un plazo de ocho días para nuevas elecciones, como si en ese plazo fuera posible hacerlo. Pareciera que Europa le hubiera dado la orden al títere para que tirara la primera piedra y si los gringos no decía mucho, entonces ahí sí apoyaban a España, como en efecto aconteció. Pero de qué nos vamos a sorprender, si los gringos lo han hecho los últimos cien años así. Ponen y quitan demócratas que luego se vuelven dictadores, según los aconteceres de la moral gringa, bastando recordar a Noriega; invaden cuando se les da la gana el país que se les da la gana, siempre que lleven la superioridad; y así América Latina estuvo sometida a sus caprichos con aquello de que América para los americanos, eslogan que no vimos claro, porque realmente decía América para los gringos, los demás no somos americanos.

Sé que la situación venezolana está grave y soy muy consciente de quiénes están en el poder allá y que no es mucho lo que se puede esperar de sus dirigentes, aunque hoy por hoy, en cualquier país del mundo, qué se puede esperar de sus dirigentes?

De alguna manera, antes se respetaban los tratados y se respetaban un poco más los países, especialmente los limítrofes. Pero hoy, todo ha cambiado, estamos en la política del todo vale y no importa el precio ni las consecuencias, estamos condenados a que, a partir de mentiras e infundios el mundo se mueva, sin tener en cuenta nuestra opinión, por eso me limito a escribir mi pensamiento y a soñar que vivo en permanente pesadilla internacional que en cualquier momento la cosa se va a poner negra y el que la sufrirá será el que no tenía nada que ver. Y termino preguntándome el que gana una guerra, realmente qué gana?

El maestro enseña la dificultad de conocer la verdad de los hechos, cuando los hechos mismos son ya interpretaciones personales de los intervinientes y testigos.(2)

cabrasespartanas.com


(1) Podemos señalar, para precisión, las siguientes citas:
«El diplomático es una persona que primero piensa dos veces y finalmente no dice nada». Winston Churchill
«La diplomacia es el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que uno desea que hagan». Andrew Carnegie
«La diplomacia: el arte de limitar el poder». Henry Kissinger
«La diplomacia es solo una práctica de hipocresía y cobardía, si vamos a hacer algo hagámoslo, sin preguntar a nadie». Benito Mussolini

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