En el curso de mis inútiles investigaciones,
llegué incluso a preguntarme si las alteraciones que siempre acompañan a las
sagas transmitidas oralmente no le habrían entregado a mi madre un cuento
fantástico con pocas apoyaturas en la realidad: su relato procedía de un tal
tío Attilio que afirmaba haberlo recibido, habérselo oído contar a su padre,
Natale, que, a su vez, sostenía que lo había escuchado de labios de su padre,
Michele, y cualquiera de ellos podía haberlo alterado(1).
Leyendo a la Fallaci con la narrativa
de sus antecesores desde finales del siglo XV y cómo por cuestiones del azar o
del destino, como se prefiera, logró ser engendrada para aterrizar en su
tierra, me hizo recordar mi propia genealogía.
De alguna manera por nuestros
ancestros cercanos o más lejanos y la amalgama genética generada con el paso de
los años descubrimos que nuestra pretendida pureza no es tal. Algún pariente
debió llegar de lejanas tierras, generalmente huyendo de guerras, hambrunas,
pestes o simplemente de la miseria en que vivían en los viejos tiempos.
Llegaron buscando una esperanza. Algunos lograron hacer fortuna, otros
siguieron igual o simplemente no les fue tan mal.
Es decir que provenimos de algún
inmigrante y aún así olvidamos la historia que ese pariente emigrante debió
pasar para llegar a ser inmigrante. Y lo curioso es que viendo desde el
retrovisor casi nadie sabe el sufrimiento que debió tener y pasar esa persona
llegando, generalmente, a tierra desconocida, de idioma desconocido, con solo
dos centavos en el bolsillo y una bolsa que recogía todas sus mundanas
pertenencias.
Pero eso sí, sabiendo que tenemos algo
de sangre europea o extranjera, si se quiere, nos vanagloriamos de ese
antecesor y terminamos por construir una historia verbal nacida de los
comentarios oídos por nuestros padres y abuelos, contados a su vez con la
distorsión debida del tiempo, encumbrando, magnificando, ocultando en la
mayoría de veces. Quién puede así reconocer que en su sangre corre sangre de
campesino venido a menos, de zapatero, trovador o serenatero, cuando no de cura
pueblerino y la historia termina trocada en hacendado, talabartero, músico o
descendiente del tío monseñor.
Por parte de padre el misterio es
menos misterioso, al no saber mayor cosa diferente a que mis ancestros por esa
línea son netamente aborígenes con tal vez alguna mezcla española, por aquello
del apellido que puede ser por imposición, de judíos conversos, moros o
cualquier otra casta, pero en ningún caso de alcurnia, parece.
Por línea materna, dentro de la misma
línea materna –ésto es por el lado de la abuela- ya es otro cuento.
Descendencia italiana, ésta sí todo un misterio, al desconocerse aún la
población de nacimiento del bisabuelo, conjeturando que era calabrés, es decir
vecino de los sicilianos. La zona según Wilipedia, históricamente pobre (El empobrecimiento de Calabria fue una característica
principal de la diáspora italiana
de principios del siglo XX) y de allí deduzco que el ancestral bisabuelo haya
preferido emigrar en busca de mejores fortunas llegando hasta estas tierras. No
voy a entrar en intimidades, al no haberlas por falta de información y para no
herir susceptibilidades si algún familiar me llegara a leer.
El cuento va a que, quiéralo uno o no,
de alguna manera proviene de inmigrantes, concepto del cual actualmente se
denigra. Personas que salieron de su país precisamente ante situaciones de
hambrunas, pestes o guerras, como solía acontecer mucho en Europa; en esa época
los ricos no emigraban, aunque sí podían darse el lujo de viajar o de ser
viajantes.
Sin olvidar tampoco que hubo una época
de inmigrantes nacionales, cuando los paisas no podían ver a los rolos, los
cachacos y el resto a los costeños, los boyacenses, pastusos, caleños,
santandereanos, etcétera y de alguna manera la genética de estos pueblos
también está en nuestra sangre. Y dicen los que saben que no hay peor cosa que
encontrarse en inmigración gringa siendo atendido por un latino, porque se cree
más gringo que el monito que sí lo es.
Son contradicciones de vida.
La gente intenta siempre revivir momentos que en su memoria
son mejores de lo que fueron en realidad, evocar emociones que, en realidad, es
mejor que permanezcan en el pasado. (2)
|
Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.) |