Los días pasan, desapercibidos es cierto,
pero sin distinción el uno del otro. Pasan sin pasar, pasan sin dejarse ver,
como en eterno domingo.
Hoy, al mismo ritmo de ayer, semejante al
de mañana, me imagino, sin distinción alguna.
Días que pasan sin pasar, pasando uno tras
otro, semana tras semana, sin distingo, como he dicho; sin presencia, como he
anotado; sin anunciarse, como he pensado.
Qué día es hoy, me preguntan. Levanto los
hombros y respondo: si usted no sabe, qué he de saber yo que solo soy un
pensionado?
En qué fecha estamos? Me inquieren. Mi
respuesta es igual, si usted no sabe, qué he de saber yo que solo soy un
pensionado?
Un eterno domingo, sin sensación de tarde
de domingo que complique el requerir nocturno de la angustia de que mañana es
lunes. Simplemente es eterno domingo sin amargura, pero ahora, que se siente
sólo la esclavitud de la ignorancia, con deseos de que sea lunes.
—¿Cuándo?
—No hay mejor momento que el presente, Antonio.(1)
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