Antaño una persona se definía por el grado de cultura que tenía, entendiendo por cultura el conocimiento en diversas y múltiples áreas que permitía socializar y mantener conversación en todos los temas posibles. Se hablaba con cierto fundamento de política, sociedad, literatura, ciencia y uno de los mayores apelativos que se podía obtener era que dijeran que uno era culto.
Como en alguna oportunidad escribí,
me molestaba que algún joven dijera que para qué saber tanto si llegado el caso
bastaba preguntarle al doctor Google y la respuesta se tenía a mano, que para
qué llenar el disco duro con tanta información que a la larga resultaba
inservible. Como dije, esa afirmación me ocasionó un trastorno a mi
conocimiento, me sentí ofendido, realmente ofendido.
Ha pasado el tiempo y en El Tiempo leí un artículo de Constaín que inciaba: Decía Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el príncipe, el maestro, que una de las formas más elevadas del conocimiento y la felicidad es la del conocimiento inútil, la curiosidad como un fin en sí misma, la pasión por saber y descubrir y atesorar cosas que en un principio parecen inservibles o insignificantes y que sin embargo nos regalan un placer culposo y descomunal: la alegría sola de encontrarnos con ellas, para qué más.(1)
Y leído desprevenidamente de esa
manera trocó mi pensamiento me hizo reaccionar y pensar que en efecto me
consideraba culto y viéndolo objetivamente con un bagaje de conocimiento inútil,
bajo esa perspectiva.
Hice un somero inventario de lo que
abarcaba mi cultura, lo más objetivamente posible, amplio en mi concepto y
sinceramente llegué a la conclusión de que en efecto tenía una amplia cultura
que, a la larga y ya a mi edad, resultaba inútil. Qué importancia saber el
detalle de la historia, como que Bolívar nació un 24 de julio de 1783 o que Julio
Cesar fue asesinado, por Bruto. O que la sal es cloro y sodio y cuya fórmula es
NaCl y que la base por la altura dividida entre dos es el área de un triángulo,
o que a2+2ab+b2 es la fórmula del binomio cuadrado
perfecto –(a+b)2- y que Aristóteles fue maestro de Platón y que el
único militar colombiano que fue teniente general fue Rojas y así un montón de
datos que mantengo en mi cabeza.
Esa cultura era adquirida y
estudiada, aprendida y aprehendida –buena forma de recalcar la cultura al
conocer tal diferencia- y todo el saber venía en textos de papel, única fuente
del saber, para aquellas épocas, que los jóvenes pensarán que era de bárbaras
naciones. Igualmente mucho conocimiento fue adquirido gracias al placer de la
lectura, de la no obligada, de la lectura libre, de cualquier tema interesante.
Ya entrado en años, debo reconocer
que la cultura que tenía me permitió escribir bien, expresarme de mejor manera
(sin pretender olvidar la parte de gamín que albergo, claro está) y ser
reconocido y lograr ascensos laborales, efecto creo yo de ese conocimiento
adquirido, me ha permitido, como dije, lo más objetivamente posible, encontrar
que tengo una amplia cultura, inútil, pero para mí bastante placentera, de la
que no hay arrepentimiento alguno, porque esa misma aparente inutilidad, de
alguna manera me dio de comer y me ha permitido ser lo que soy actualmente, con
el placer de lo vivido. Y puedo agregar que la alusión al doctor Google, el que
todo lo sabe y todo lo comparte con un solo clic, ya no me molesta porque he
aprendido a que al no saber todo ni de todo –y menos hoy-, mi ignorancia puede
ser suplida con un clic, con lo cual acrecento
aún más mi inútil conocimiento. Ironías de la vida.
Qué cultura, qué cultura va a tener
Un indio chumeca
Como Lorenzo Morales
Que cultura va a tener
si nació en los cardonales…[2]
[1]
Juan Esteban Constaín. Que no nos pase. https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/juan-esteban-constain/que-no-nos-pase-columna-de-juan-esteban-constain-528700
[2] La gota
fría. Emiliano Zuleta.
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