Te escribo con
tanta claridad porque en esta época es imposible guardar un secreto. La
conversación más íntima es escuchada y repetida y no hay carta que no pueda ser
leída y, si es necesario, copiada. Vivimos en un tiempo de recelos y sospechas.
Por eso he llegado a la conclusión de que el mejor modo de sobrevivir es hablar
y escribir con toda sinceridad.[1]
Cualquiera que pudiera leer estas
palabras pretendería que son actuales, pero fueron escritas en 1959 por Mika
Waltari, palabras que remitió a hace más de dos mil años, es decir cuando no se
vislumbraba ningún adelanto, tan solo el paso de un profeta llamado Jesús, en
el segundo de los casos. En el primero, tampoco se vislumbraba demasiado
adelanto en tecnología, aunque ya se empezaban a dar los primeros pasos para
llegar a la era del internet, casi treinta años después.
Si para aquellas épocas pretéritas,
del siglo pasado –para no hablar de las más pretéritas-, se desconfiaba del
decir al poder ser oídas por terceros sin que lo supieran los primeros, qué se
podrá decir de lo que la actualidad tiene qué decir, porque así no se diga,
cualquier algoritmo lo puede deducir y hasta intuir, así se trate de un
algoritmo, no de una mente racional. Un chisme, dicho en red social, se
multiplica en la medida en que resulte interesante, venenoso o al menos un poco
perspicaz, porque tratándose de chisme, todos somos iguales, no importa si son
o no ciertos, lo importante es poder replicarlo antes que los demás. La defensa
posterior es lo de menos, porque en todo caso se vuelve tan intemporal que un
chisme mata a otro mejor y cada tres segundos se genera un mejor chisme, más
velado, más hipócrita, más mentiroso, más soslayado.
Por lo visto, a pesar del transcurso
de los años, los humanos no hemos cambiado, seguimos con la tergiversación, con
el amagualamiento de los hechos, esclavos del chisme, sin importar las
consecuencias.
Y entonces me pregunto, si desde
hace tantos siglos no hemos cambiado –seguimos siendo chismosos, sin importar
las consecuencias-, como esperamos ser mejores en estos tiempos en que hasta la
renuncia o la echada del puesto se notifica por medio de una simple nota que
puede llegar por una red social o en el mejor de los casos, por algún
comentario de algún conocido que nos lo hace saber por el mismo medio.
Por eso, chismosos seremos hasta que
nos muramos! Y así lo sabrán, pues el chisme de que uno ha muerto vuela por las
redes invisibles de eso que llamamos ciberespacio.
Pero no me arrepiento
de ello, pues ningún hombre puede borrar ni cambiar las consecuencias de sus
actos[2].
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