El problema de repetir las temporadas del Doctor House es que lo induce a oír frases que uno preferiría omitir, al ser preguntas curiosas, impertinentes, lo sé. Poco razonables, lo sé. Eufemísticas, también sé que no lo son.
Y la
de este título, la que nadie quiere hacerse, al menos en voz alta. La mayoría
ni siquiera en voz baja y menos hacérsela. Porque ya saben la respuesta, de
antemano, le temen a ella y odian oírla.
Para
la respuesta se necesita mucha, tal vez demasiada objetividad; alejarse lo más
posible de la subjetividad, de los sentimientos, olvidar el pobreteo propio de
cada quien, pues adoramos que nos pobreteen. Ay pobrecito, es la condescendiente respuesta que al parecer
insufla el alma ante la desgracia.
Por
eso prefiero dejar la pregunta en el aire, para no distraernos en lo que viene
a continuación. Si es que algo tiene que venir a continuación de la pregunta
impertinente, grosera, agresiva, pero necesaria.
Y la
respuesta…
—Todos estamos en las manos de Dios.
—O del destino —tercia Sánchez Terrón, fatuo y
solemne—. La naturaleza tiene reglas implacables[1].
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