Es curioso, pero siempre me pasa.
Cada noche, luego de jugar en el celular, viendo la televisión, sufriendo de
esas apagadas de ojos momentáneas que se dan, que indican que es la hora de
dormir, pero que obligatoriamente hay que acabar de leer en la Tablet la dosis
de la noche, cuando los ojos ya no dan, presentándose los micro sueños nuevamente,
es el momento en que nada más apagar la luz con la confianza de poder entrar en
el entresueño para que luego lo conduzca a uno a un profundo sueño, resulta que
no, que no es cierto, a pesar de los ojos agotados, somnolientos que
infaliblemente dicen que es hora.
Y es entonces cuando la decisión
está tomada y se arruncha para acariciar a Morfeo y de manera automática los
ojos quedan sin gota de sueño. El sopor desaparece automáticamente y ya
conociendo cómo es la mecánica, para obligarme a dormir y no pasar la noche en
vela, me pongo a divagar ante la renuencia de poder quedar profundo. Y mientras
el sueño subrepticiamente llega, son las pendejadas las que afloran en el
pensamiento. Hasta me he obligado a pensar en el siguiente blog, suponiendo
falsamente que lo voy a recordar al otro día. Pero llega el otro día y todo lo
pensado quedó olvidado, ni siquiera una palabra de pista y pensar lo bonito que
había quedado el discurso.
Es como una maldición, mientras
se ve televisión a altas horas, comienza el cabeceo, se profundiza un sueño que
parece dura milisegundos y ya decidido a no seguir en actividad, en pose de
sueño o a modo de dormir, es cuando desaparece el cansancio y la adormilada y
queda uno desprogramado. Parece que es
una maldición que hay que conjurar cada noche.
Y otra cosa curiosa es el sonido
de las cosas en las noches, tan diferente al del día, siendo el mismo. Cuando
las luces se han apagado, cuando el retozo ha cesado, cuando viene la calma,
cualquier sonido generado, por simple que sea, explota a los oídos. Cuando las
luces están apagadas y los silencios ya son generalizados y se acuerda uno de
haber olvidado tomarse una pastilla o de no haber puesto el control del
televisor en su sitio y se abre el cajón para buscar la pastilla o poner el
control y el ruido que producen es todo un estruendo, que solo se oye en las
medias noches, pero que alerta a los demás. Es tal el silencio habitual que la
sola búsqueda en la penumbra retumba como imperativo que quisiera dejarse
notar. Es como el inicio de un aguacero bajo una teja de zinc. Parece que es
otra maldición con la que uno carga.
Y pensar que son solo cosas
nocturnas, que pasan en el silencio de la noche.
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