Me desperté con una sensación de haber estado en otro lugar, otra vida, otra conciencia.
Me desperté y luego de unos
segundos, de esos segundos que requiere la conciencia para también despertar y
ver el mundo real que le rodea, sentí brevemente el cortocircuito cerebral que
distensiona y le da forma a la penumbra que hay entre el sueño y la vigilia,
que permite recobrar la conciencia de aterrizar en el mundo de la realidad, ese
que cargamos durante el día, ese quehacer rutinario, de querer o de obligación.
Y al reaccionar ante la luz que
anuncia el amanecer, el despertar, el tener que continuar con la vida, quedé
con la sensación de la noche transcurrida, de tratar de recordar lo ocurrido en
ese otro mundo, el de los sueños, cuyo recuerdo confunde, como el sueño mismo,
en donde todo son transparencias, imágenes, siluetas, en todas sus gamas, sus
desvaríos y sus locuras, porque vaya incoherentes que son. Un curioso mundo que
se lleva cerca de la tercera parte del día y que al parecer duran instantes, a
pesar de sus ocho horas de vida. Un mundo que por invisible e irreal deja dudas
o certezas, todas ellas irreales.
Y en un momento dado descubro el
tercer mundo. El de la ensoñación, el de soñar despierto, el de estar sentado y
ver cómo la conciencia se va evaporando a la par con la realidad y se mezcla en
un mundo de pensamiento, porque solo es eso, a pesar de las imágenes, los
deseos y anhelos que se hacen presentes, cuando no son las penurias y angustias
que se dejan volar en él. Es un mundo de desconexión, con esta realidad, dicen
que es de reflexión, pero más que nada es de ensoñación y como tal, demasiado
vaporoso, pero revitalizante, si se le ve bien.
Una misma realidad y tres versiones
desencaminadas. Qué más puedo decir?
Se notaba el cerebro convertido en una espesa
mermelada en cuyo interior los pensamientos apenas podían circular y a veces se
quedaban atascados.[1]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario