miércoles, 10 de noviembre de 2021

Y DALE CON LA LEY.

             Revisando alguna normatividad, no porque tenga deseos de profundizar en las materias jurídicas, sino por el mero capricho de ver qué iba pasando en este país y de poder ilustrarme sobre la forma en que las estupideces se acumulaban en ellas, aclarando que es lo que me permite pasar el rato en momentos de extremo aburrimiento.

             Se encuentra uno con toda una selva de locuras. Redacciones que dejan mucho qué desear. Ortografías indignas de legisladores, quienes a decir la verdad, no se precian de ser ni de tener siquiera una cultura mediana, de allí las barbaridades. Pensamientos que le inducen a uno a pensar a quién están beneficiando (y no es a los muchos). Todo un variopinto de regulaciones que dejan mucho qué desear, que dejan mucho en qué pensar, me repito.

             Y veo otras, las pocas, con un lenguaje grandilocuente, propio de estas épocas que a lo lejos deja ver que no fueron escritas por los congresistas -pues su cultura no da para tanto, insisto- pero con adornos propios para que lo que debería ser entendible y simple, termina en un discurso rimbombante que exuda sapiencia. Una ley entre más enredada, mejor, se piensa ahora. Baste ver el estatuto tributario, con eso basta.

             Y entre ellas me topo con la Ley 2113, sobre consultorios jurídicos y me sorprendió lo bien escrita que estaba, lo que excluía que hubiera sido escrita en el congreso, que como han notado, no es santo de mi devoción. Pero lo que me llamó la atención fue que entre tanta gradilocuencia, era mucha la mierda que se decía, sin decir a la larga nada. Algo así como que es un escenario de aprendizaje práctico de las Instituciones de Educación Superior, autorizado en los términos de esta ley, en el cual los estudiantes de los programas de Derecho, bajo la supervisión, la guía y la coordinación del personal docente y administrativo que apoya el ejercicio académico, adquieren conocimientos y desarrollan competencias, habilidades y valores éticos para el ejercicio de la profesión de abogado, prestando el servicio obligatorio y gratuito de asistencia jurídica a la población establecida en la presente ley. O que garantiza procesos de aprendizaje a partir del acercamiento de los estudiantes a las personas en condición de vulnerabilidad, la sociedad, las necesidades jurídicas que enfrentan y los contextos en que se desarrollan, al igual que fomenta el desarrollo de estrategias y de acciones de defensa de sus derechos dentro de estándares de innovación, calidad y actualidad, colaborando con la administración de justicia y asegurando el cumplimiento del derecho de acceso a la justiciaO que a través de la Innovación jurídica. Propiciar, a través de la Institución de Educación Superior, el conocimiento científico, reflexivo e innovador del Derecho, contribuyendo a su vez con la transformación digital para el fortalecimiento de su ejercicio, atendiendo a las realidades contemporáneas de interés para el campo jurídico y que tengan impacto sobre el contexto socioeconómico de las comunidades donde ostenta influencia la facultad de derecho.  

             Y eso me llevó a recordarme en mi vida de empleado. Cuando tenía que hacer informes. Aprendí que a nadie le gustaban los informes concretos, precisos, eso se dejaba para el resumen ejecutivo que debía anexarse (es decir, el que leían a vuelo de pájaro los ejecutivos, los que no tenían tiempo para leerlo, pero que sabían que tenía que presentarse).

             Y si eran informes para descrestar, aprendí a hacerlos. Con la misma gradilocuencia, rimbombantes y exudantes de sapiencia suma. Para escribir mierda, igualmente era bueno, bastaba que me dijeran cómo lo querían y así era escrito. Mi Dios me dio la virtud de escribir medianamente bien. Y tratándose de mamotretos, que por definición nadie leería, logré sacar a flote a alguno que otro jefe, que terminó agradeciéndome haber escrito más de la cuenta. Hay que saber meter el veneno y las exculpaciones, así también me salvaron en algunas oportunidades mis propios informes.

             Y todo este discurso para nada más decir que me quejo de lo que algún día fui y en mi defensa digo: para eso me pagaban. Yo también busco respuestas exculpantes! Nadie es perfecto! (lo digo sin sonrojo pero con sorna). Todos somos pecadores! 


Cada hombre tiene recuerdos que sólo contaría a sus amigos. Conserva cosas en la mente que incluso no contaría a sus amigos, sino sólo a sí mismo, y en secreto. Pero hay otras cosas que un hombre tiene miedo de revelarse incluso a sí mismo, y cualquier persona de bien tiene un cierto número de cosas de este tipo apartadas en la mente. Dostoievski, Memorias del subsuelo.
No está bien cuando aquellas cosas apartadas emergen. Todas de golpe.[1]

Tomado de Google



[1] Testigo involuntario. Gianrico Carofiglio.

1 comentario: