Nos dijeron que internet era una revolución
indispensable. Pero nadie previó lo que iba a costarnos… Ante todo, no es tan
libre como quieren hacernos creer: si no, ¿por qué usaríamos todos el mismo
motor de búsqueda? Quieren que tengamos las mismas informaciones, han
uniformado nuestro pensamiento sin que nos demos cuenta… Y además internet ni
siquiera es ecuánime: es tiránico. Y no es cierto que repare las injusticias
sociales; al contrario, no olvida ni perdona. Si escribo algo sobre ti, nadie
podrá borrarlo. Aunque sea una mentira, permanecerá allí para siempre.
Cualquiera puede utilizar la web como un arma y, lo que es peor, sabe que
quedará impune… La gente ha volcado su rabia en la red y nosotros se lo hemos
permitido, ha sido como esconder la suciedad debajo de la alfombra. Pero, por
muy vasto que nos parezca, internet no es capaz de contener nuestro peor lado.
Antes o después, todo ese odio buscará una vía de escape… Vivimos en la ilusión
de poderlo controlar todo solo porque podemos ir de compras desde el sofá con
una mierda de smartphone. Pero bastaría una erupción solar más potente que las
demás para colapsar en pocos minutos los aparatos electrónicos del mundo. Se
tardarían años en reparar los daños y, mientras tanto, nos precipitaríamos en
una profunda Edad Media…
El análisis era impecable, pensó Mila. Pero lo más desconcertante era que esas
verdades estaban delante de los ojos de todo el mundo y, sin embargo, nadie
parecía darse cuenta del riesgo real.
(…)
No hacía falta tener un alter ego en un maldito
mundo virtual. Llevamos una doble vida también sin internet. Porque una parte
de nosotros, la más profunda e inalcanzable, tiene vida propia. Con ella
odiamos en secreto, envidiamos a escondidas a los demás deseándoles todos los
males, manipulamos, mentimos. La usamos para aplastar a los débiles. La
alimentamos con las peores perversiones, permitiéndole hacer todo lo que quiere
dentro de nosotros. Y al final le echamos la culpa por lo que somos.
Verdades que se encuentran ante
nuestros ojos, es cierto, pero que preferimos hacer a un lado, con las
preocupaciones que se tienen, para qué buscarse más, si, con todo, vivimos en
un mundo de soledad, a pesar de tener toda la tecnología.
Tuvo un momento de desánimo.
¿Llegaría a comprender lo más mínimo de su forma de pensar, de su forma de
actuar?
Se alejó con una pregunta en la cabeza. ¿Cómo era posible que, en la era de la
comunicación global, en la era en que todas las fronteras culturales,
lingüísticas, geográficas y económicas se habían borrado de la faz de la
tierra, aquel espacio inmenso hubiera creado una multitud de soledades, una
infinidad de soledades comunicadas entre sí, cierto, pero siempre en absoluta
soledad?
Pero nos convencemos de que tenemos
mucho roce social (a través de una pantalla), muchos amigos que, a la
larga, son meros conocidos y en otros, ni eso, porque es necesario ser alguien
en las redes, no importa cómo. De alguna hay que trascender, a pesar de que
La gente va a trabajar, coge el metro, paga
sus impuestos. Nadie sospecha nada. ¿Por qué iba a hacerlo? Sigue haciendo lo
que hace siempre basándose en una sencillísima constatación: si hoy es igual
que ayer, ¿por qué mañana tendría que cambiar? Ese era un poco el sentido del
discurso.
¿Qué más
puedo decir, si ya todo el mundo lo sabe? pero parece que ya es intrascendente,
es repetir la repetidera, hasta que algo más novedoso nos haga reaccionar, o
sigamos con la conformidad de lo que no podemos cambiar.
A la gente no le gusta hablar, pero, sin duda,
le gusta que la escuchen.
Tomado de Facebook
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Donato Carrisi. El juego del
susurrador.
La red de protección. Andrea Camilleri.