lunes, 20 de noviembre de 2023

CRÍTICO O CÍTRICO

                No sé si puedo ser buen crítico de música moderna, pues de no serlo puedo terminar siendo también muy cítrico, tal vez porque vengo del siglo pasado y en música sigo pensando que todo tiempo pasado fue mejor.

                 Como sea, mientras el sueño llegaba me puse a leer y mientras en el televisor puse música (Non stop hits).

                 Oída la música no se oí mal y por eso me pude concentrar en la lectura casi todo el tiempo. En algún momento algo me llamó la atención del video y me encontré, casi sin quererlo, con un común denominador, tipo Shakira, en que además del arrastre de la loba, había que mover tetas y culo como locas, tirarse al piso como epilépticas, mover todas las partes nobles como poseídas por el demonio.

                 También me llamó la atención que en cantantes blancas -pues la mayoría de videos eran mujeres-, la escenografía debía presentar uno que otro negro, otros con ojos rasgados, hombres medio empelotos, insinuantes y otros más medio hombres, pues eso insinuaban también. Si el cantante era negro, de pronto se dejaba ver algún bailarín blanquito, otro de ojitos medio rasgados, porque supongo que si no los ponen pueden ser tildados de racistas, homófobos y quién sabe qué más. Curiosidades que uno se encuentra. Ahora el común denominador en novelas, presentación y demás parece ser que debe incluir toda la gama de colores del ser humano, toda la gama de modalidades sexuales y toda la gama de estupideces que puede imponer una moda, bajo argumentos poco creíbles, al menos para gente pensante.

                 Y claro, en todos esos videos no hay cosificación de la mujer (qué va!), todas las bailarinas (incluidos los que en algún momento fueron hombres) hacen movimientos tratando de mostrar más de lo que tienen, por no decir cuasiempelotas, con los consabidos movimientos de rabo y tetas con síntomas epilépticos y el ya casi universal del perreo (que se ve divino en los niños, dicen las beatas abuelas), no sé si como expresión de protesta contra las buenas maneras de antaño, porque ahora vale todo, mientras no sea contra ellos.

                 En fin, lo mejor es oírles en la distancia, más que verlos, así uno no se ofende demasiado a esta tierna edad y no se evidencia la cosificación, el racismo, la homofobia y, en general, las estupideces que en estos tiempos debe uno soportar, como forma hipócrita para esconderse de la prevalencia de la retahíla eterna de los derechos humanos actuales que solo sirven a conveniencia. Aunque a la larga, bien visto, se puede ver todos esos videos como una función de porno bien disfrazado, por aquello del movimiento sexi…  

A un volumen ensordecedor empezaron a sonar los golpes de un reguetón (¿el mismo del solar?, ¿o todos los reguetones eran un solo reguetón y por eso él no los distinguía?) a cuya irrupción los otros nueve tripulantes del taxi, incluido el chofer y excluido el Conde, respondieron con un casi coordinado movimiento de caderas y hombros, para luego comenzar a corear la letra de una canción que todos (con la vergonzosa excepción del Conde) se sabían, gruñido por gruñido.
Cuando el auto torció por la calle Neptuno, tan o más abarrotada que la zona del Parque Central, y comenzó a torear a peatones, carretillas y triciclos para pasajeros, el chofer, convertido en una especie de líder del coro, indicó a sus tripulantes que ya podían sumarse todos a la interpretación:

Dame un chupi chupi

Que yo lo disfruti

Abre la bocuti

Trágatelo tutti…

Y, mientras cantaban, los viajeros masculinos les indicaban a las viajeras femeninas el sentido de la petición de una mamada, al tiempo que ellas, complacientes, hacían la mímica de realizar la felación y deglutir con gusto y avaricia la eyaculación que estremecía a sus compañeros de viaje hacia el placer. Damas y caballeros, jóvenes y ancianos, semiindigentes y bien vestidos usuarios del taxi colectivo parecían en ese instante ajenos a las tribulaciones del mundo y, sobre todo, a las de sus propias vidas, inmunes al calor y al vaho del petróleo que impregnaban el vehículo, empeñados en realizar una coreografía ritual que parecía ensayada con anticipación, y disfrutaban a ritmo de reguetón de un viaje entre suicida y asesino a bordo de un rugiente Buick de los años cincuenta devenido limosina de diésel Made in Cuba. Descolocado, alien en su propia tierra, Conde no pudo evitar un nuevo asalto de su vocación de meditador: la pobreza feliz, filosofó. La tabla de salvación nacional.[1]

Tomado de Facebook
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[1] La transparencia del tiempo. Leonardo Padura.


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