Hay frases que pueden resultar equívocas, pero que de tanto uso ya uno termina entendiéndolas por el sentido que debe tener.
Una
publicidad fue la que me iluminó. Decía: cómo mejorar el estreñimiento.
Uno entiende ya que se trata de un mecanismo para no sufrir estreñimiento, pero
que vista bajo la lupa lo que estrictamente quiere decir la frase citada es lo
contrario, de cómo hacer que el estreñimiento sea más estreñido, pues así se
mejora el estreñimiento, me digo. Son frases que oídas con calma hacen la
resonancia mental de que algo no concuerda.
En
el argot femenino son más ostensibles. Como aquella respuesta que nos dan
cuando nos atrevemos a preguntar si están bien. Tu sabrás, es la
respuesta, cuando no dicen A mí nada, cuando se les pregunta si les pasa
algo.
Y
eso me lleva a otras frases ahora trilladas como aquella del garrote que se
recibe porque no piensan como ellos. Y toda conversación termina con el
grito de feminista, machista, homófobo, racista y las demás que están de moda,
pues es una moda, no una forma de aceptación, como debería ser.
Lo que me lleva a
otra que por ahí oí: Son verdades incómodas que nadie quiere oír.
Tanta
incongruencia escrita me lleva a pensar en si mi cerebro también tiene un doble
faz.
había aprendido que la verdadera grandeza
humana está en la práctica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar
a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que
tenemos.… me satisfacía pensar que tal vez algún día el ser humano podía
cultivar esta filosofía, que me parecía tan elemental, sin sufrir los dolores
de un parto ni los traumas de la obligatoriedad: por pura y libre elección, por
necesidad ética de ser solidarios y democráticos. Pajas mentales mías… [1]
[1] El hombre que amaba los perros. Leonardo
Padura.
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