También en ese instante se había detenido a observarse los pies, con la recurrente conciencia de que habían sido y seguirían siendo los conductores de su destino.[1]
Esta
frase me llevó a pensar o, mejor, a tomar conciencia de la importancia de mis
pies (término con el que incluyo a las piernas, rodillas, muslos y demás
componentes por mí ignorados, todos ellos).
Ya entrado en la
senectud, cuando los pies comienzan a arrastrarse así no se quiera, adquirí
conciencia de ese compañero de sesenta y pico de años que me han aferrado y
acompañado a lo largo del camino de este planeta y a decir verdad, a los que
también me he aferrado. (Como dato curioso, Google Maps me informó que al
finalizar el año 22 había recorrido el 43% de la esfera terrestre y durante el
primer trimestre de este año había sido el 2%. Lo sé, datos inútiles, pero
llamativos como para preguntarse cuántas veces en la vida, así sea con pasos
rutinarios del día a día, ha dado la vuelta a la circunferencia terráquea o
cuantas veces pudo haber ido y venido a la y de la luna; lo sé, preguntas
retóricas que tampoco sirven de nada).
Entonces los pies
me han llevado a los pasos, los buenos y los malos pasos que he dado y no sé si
seguiré dando, en esta vida. Testigos de las diversas situaciones de mi vida,
buenas, no tan buenas y hasta regulares o malas, testigos igualmente de mis círculos
repetitivos o viciosos, si se quiere (supongo que de allí las frases de mal paso,
buen paso, recoger los pasos, devolver los pasos). Permanente e indiscutible
compañía y a los que he abandonado, pies y pasos, al suponer que son
imprescindibles, obligatorios, que para algo están, olvidando naturalmente su
importancia y que sin ellos, no estaría aquí, bien o mal. Tantas veces son ellos,
mientras estoy en piloto automático, los que han dirigido, decidido y actuado
por los diversos caminos de la vida, guiados por su propia autonomía, o tal vez
por un mensaje cerebral inadvertido que indicaba el rumbo que se debía tomar,
mensaje subliminal recibido de un subconsciente inconsciente.
Olvidados los
pies, los pasos evaporándose en los recónditos escondites de la memoria, qué
falta de cuidado han tenido y todo lo que han servido, me digo mientras me
masajeo los primeros, reconociendo en tales movimientos el placer de la calidez
y descanso que da un buen masaje. Y los pasos, como dije, tratando de que no se
evaporen demasiado rápido, tratando de retenerlos para que el recuerdo perviva
así estén distorcionados.
Se miró los pies,
otra vez estaba en camino[2].
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