En alguna oportunidad hablé de la fe cotidiana, de la que pasa desapercibida, de la que tenemos en el chofer cuando tomamos un taxi, por ejemplo.
Luego estaba viendo un programa,
creo que en TVAgro, y hablaban de la inocuidad[1]
que debe preceder a la fabricación de los alimentos.
Principios de higiene, salubridad,
procedencia, todos esos elementos que deben respetarse en su elaboración para el
consumo.
Y eso me llevó a pensar que cotidianamente
también hacemos actos de fe al comprar o consumir alimentos, enlatados, embutidos,
los del mercado, los del restaurante, en que partimos de la buena fe de que son
sanos, bien elaborados y que respetan todas las condiciones propicias para su fabricación.
Esta seguridad nos la da aquel refrán: Ojos que no ven…
De ahí que pasara a pensar en que
somos creyentes, nos aferramos a una fe y esperamos ser correspondidos.
Todo lo que quieras pedir, pídelo en mi nombre
y nada te será negado.
[1] La Inocuidad se define como la característica que garantiza
que los alimentos que consumimos no causan daño a nuestra salud, es decir, que durante
su producción se aplicaron medidas de higiene para reducir el riesgo de que los
alimentos se contaminen con: Residuos de plaguicidas. Metales pesados. Tomado
de Google.
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