Un cuento anónimo, con moraleja y muy bien escrito, decía el mensaje que recibí. Y efectivamente es así. El cuento dice:
Me compré un comedero para pájaros, lo colgué en el
jardín de mi casa y lo llené de granos y semillas. Era un espectáculo ver a los
pajaritos de cerca. Al cabo de una semana eran ya centenares los pájaros que se
aprovechaban de la comida gratuita.
Todo tan
simple. Luego con el cuento viene una serie de reflexiones que ya conocemos,
replicamos y nos quejamos pero que de nada sirven. Que quienes trabajamos
(honradamente, porque actualmente es necesario hacer la precisión) y que con
sacrificio hemos obtenido cosas, vemos que cada día nos merman nuestros
derechos, cediendo a aquellos que sin tenerlos lo exigen de una manera que
obliga a concederlos. Que pagamos impuestos pero los subsidios y prebendas se
los llevan los que no lo hacen. La vida se hace más difícil para quienes no
queremos todo gratis, para quienes cumplimos con nuestras obligaciones, porque
van mermando cada día más nuestras opciones legales.
Aristóteles justificaba la limitación del voto
a los propietarios de alguna fortuna, o sea, a los que pagaban impuestos,
porque si se les concedía el voto a los pobres exigirían tantas ayudas que
arruinarían el país: «Los pobres sólo reciben, no dan, y siempre piden más.»[1]
[1] Historia del mundo contada para
escépticos. Juan Eslava Galán.
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