Ella, por
voluntad propia, habiendo quedado viuda y sus hijos habiendo hecho su vida
propia se acogió a su propia independencia; ya era poco lo que esperaba de la
vida y ya socializar no era una alternativa, había elegido gratamente la
soledad y en ella aprendió a vivir, sin rendir cuentas, sin pedir cuentas, era como debía ser; así de
simple se presentaba la vida que restaba, era la que había elegido y a ella se
atendría, con eso bastaba, estableció su rutina, su grata rutina sin necesitar
de nada más.
Era la vida
que había anhelado.
Él, se
había separado, había convivido con su propia soledad, ya la pensión le
permitía ese lujo. Pero luego, cosas de la vida, conoció a alguien y volvió a
la rutina matrimonial, con sus haceres y sus pesares, aunque muchas veces
anhelaba la soledad ya retirada, pero era incapaz de verbalizarlo. Pasó el
tiempo y, milagro de milagros, sin quererlo ni buscarlo, su pareja le insinuó
la necesidad de trasladarse a otra ciudad; no dijo nada al principio, aunque en
su fuero interno deseaba reencontrar su soledad. No, dijo luego, yo
no soportaría irme a otra ciudad, lo dijo con voz contrita, que emanaba
algo de culpa y hasta le imprimió un poco de nostalgia y tristeza para que no
se evidenciara su deseo y la necesidad de obtener su vieja soledad. Así
quedaron, ella se fue y él volvió al reencuentro que ahora deseaba.
Era la vida
que había anhelado.
Y un
tercero, separado y sus hijos habiendo hecho su vida propia, se había
aclimatado a vivir solo, sin que nadie le jodiera, según sus palabras.
Esporádicamente venían a hacer menos sola su soledad una que otra novia, pero
cada vez se repetía lo mismo, prefiero mi soledad, sin que nadie me joda, se
decía. La última, insistente, como suele hacerlo una mujer, quería emparejarse,
hacer vida matrimonial y él, cada vez que el tema salía a flote, se enervaba
porque no había cosa más rica que cada lora en su estaca, solía decir. Hasta
que el roce se hizo tan notorio que con conciencia clara decidió terminar (para
ser preciso, me dijo que la había mandado a la mierda, eso dijo). No quería que
en su espacio personal e íntimo hubiera alguien más, permanentemente; de
lejitos, la cosa era ya más manejable, eso dijo. Eso era lo que anhelaba. Y así
fue. … le parecía que …
había alcanzado la condición que más natural era en él, como si de hecho
hubiera nacido para ser viudo.
Personajes
que lograron tener claro lo que deseaban, adquirieron conciencia de su propio
ser, de su propio deseo y, al menos por el momento, gozando de su propia
riqueza.
Uno
hace lo que no quiere hacer cuando se enamora y lo disfraza de propia
iniciativa, aunque en el fondo sólo sea renuncia.
Tomado de Facebook
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