Por parecerme suficientemente profundo, me atrevo a transcribir (como si fuera mío) el poema de Víctor Hugo[1] (Te deseo), que más que diciente contiene la profundidad de un alma que realmente mereció vivir. Toca al alma y a las profundidades bellas que hay en él.
Te
deseo primero que ames, y que amando, también seas amado.
Y
que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes
rencores.
Deseo,
pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar.
Ni
muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro.
más
no insustituible.
Y
que en los momentos malos, cuando no quede más nada, esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.
Porque
cada edad tiene su placer
y
su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.
No
todo el año, sino apenas un día.
Pero
que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa
habitual
es sosa y la risa constante es malsana.
alimentes
a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de
esta manera,
sentirás
bien por nada.
para
que descubras de cuantas vidas está hecho un árbol.
Y
que por lo menos una vez
por
año pongas algo de ese dinero
frente
a ti y digas: "Esto es mío".
sólo
para que quede claro
quién
es el dueño de quién.
de
tus afectos muera, pero que si
muere
alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.
tengas
una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día
siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, hablen sobre amor para
recomenzar.
Nada más qué agregar, eso es lo que creo.
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