viernes, 17 de enero de 2025

TE DOY MI PALABRA

             Hoy… hoy ya carece de sentido, son palabras huecas, sin sentido. Cuándo dejaron de tener sentido, me pregunto ahora.

             Antes, hace mucho tiempo (a long time ago, empezaba la guerra de las galaxias), decía que hace mucho tiempo, por lo general (lo digo así porque de todos modos y en todos los tiempos existían sus excepciones y no pocas) era respetable dar la palabra, era mucho más vinculante que un contrato y se sellaba con un solo apretón de manos, con eso bastaba, se cerraba el negocio o la promesa, no se necesitaban testigos, ni arras, nada más, no se necesitaba nada, la palabra era la palabra y se respetaba y, como dije, en vez de firma, se sellaba con un fuerte apretón de manos, mirándose a los ojos.

             Te doy mi palabra era dogma de fe y uno se jugaba todo su prestigio, que igualmente de algo servía. 

—Os ofrezco cincuenta y seis.

—Cincuenta y seis y tres cuartos.

—Cincuenta y seis y medio, pagados en reales de a ocho.

—Me parece bien, por esta vez.

—La mujer se escupió en la palma de la mano y se la tendió, y el hombre se la estrechó. Se habían estado entendiendo.[1] 

             Como dije las excepciones siempre las hubo, por lo que naturalmente de esta creencia se excluían los políticos que cuando lo dicen, de antemano ya se sabe que no va a ser cumplida y lo hacen sin resquemor, sin vergüenza, sin rubor. Esos nunca han sido sujetos de palabra. 

            Supongo que el momento invisible en que se evaporó la palabra fue el mismo en que las palabras justicia, patria (incluido sus símbolos) y otras más se volvieron etéreas, perdieron su personalidad, perdieron su valor y dejaron de ser respetadas, de ser respetables.

             Hoy la palabra de alguien ya no vale nada, como no lo vale el juramento, cuyo valor también se evaporó con el paso de estas generaciones.

 

Tenemos cierta tendencia a perdonar las transgresiones cuando el personaje en cuestión nos resulta simpático o cuando logramos sentir de cerca el problema que nos quitan de encima. ¿Quién no estaría dispuesto a manifestar que habría hecho lo mismo si con ello salvaba a un hijo, a un familiar, a alguien cercano? Los debates éticos, la moral, la ley quedan en suspenso cuando nos arrebatan las emociones.[2]

Tomado de Facebook
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[1] La armada de Dios. Julio Alejandre Calviño.

[2] Nadie en esta tierra. Víctor del Árbol Romero.


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