Hoy… hoy ya carece de sentido, son palabras huecas, sin sentido. Cuándo dejaron de tener sentido, me pregunto ahora.
—Os
ofrezco cincuenta y seis.
—Cincuenta
y seis y tres cuartos.
—Cincuenta
y seis y medio, pagados en reales de a ocho.
—Me
parece bien, por esta vez.
—La
mujer se escupió en la palma de la mano y se la tendió, y el hombre se la
estrechó. Se habían estado entendiendo.[1]
Supongo que
el momento invisible en que se evaporó la palabra fue el mismo en que las
palabras justicia, patria (incluido sus símbolos) y otras más se volvieron
etéreas, perdieron su personalidad, perdieron su valor y dejaron de ser
respetadas, de ser respetables.
Tenemos cierta tendencia a
perdonar las transgresiones cuando el personaje en cuestión nos resulta
simpático o cuando logramos sentir de cerca el problema que nos quitan de
encima. ¿Quién no estaría dispuesto a manifestar que habría hecho lo mismo si
con ello salvaba a un hijo, a un familiar, a alguien cercano? Los debates
éticos, la moral, la ley quedan en suspenso cuando nos arrebatan las emociones.[2]
[1] La
armada de Dios. Julio Alejandre Calviño.
[2] Nadie
en esta tierra. Víctor del Árbol Romero.
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