lunes, 12 de diciembre de 2016

EL ESPEJO, MI ALTER EGO (I)



“Cuidado con los miedos,
les encanta robar los sueños[1]

Me he mirado en el espejo y, como en otra oportunidad hace ya tiempo, al dejar de verme tuve una extraña sensación que no concordaba mi mirada con la reflejada en el espejo, como si se trataran de dos personajes diferentes, el de acá y el del mundo paralelo, dejando el sinsabor de desconocer cuál podía ser el verdadero y si fue una actuación real o el mero reflejo de la imaginación.

Era esa sensación de retirarse pero a la vez sentir que la otra mirada le sigue y le mira de reojo, señalándole y tal vez recriminándole o acusándole de algo, generando en consecuencia un complejo de culpa por una actuación indeterminada, generalizada y desconocida.

La misma sensación hizo que me devolviera al reflejo para corroborar si todo obedeció a una recriminación o era únicamente producto de mi fantasía, a la cual soy tan proclive. Y recordé que mis fantasías, por lo general, no eran precisamente lo más positivas del mundo. Siempre me he imaginado lo peor, siguiendo la tendencia materna, en contraposición de la paterna que, con todo, siempre era la más optimista: “Más se perdió en el diluvio”, según su frase favorita en momentos nada favorables.

Como decía, enfrenté nuevamente la mirada reflejada y naturalmente me vi como me han de ver los demás, aún a mi pesar: arrugado, ojos de cansancio, mirada… Ante este panorama pensé en cómo estaba ya, sexagenario, palabra tan odiosa, puesto que no sentía toda esa cantidad de años, considerada con la idea que antaño tenía de los sexagenarios, es decir, ancianos, porque en esos tiempos se era viejo nada más se volvía uno cincuentón. Todo eso decía el espejo, naturalmente el yo de este lado, eludiendo compromisos íntimos, no reconocía a su alter ego y se aferraba a la idea de que era un sexagenario moderno, es decir, con treinta años menos. Ah engaños de la mente!

A propósito, en el aniversario de estos días de Ana Freud, el doctor Google me llevó a saber que la hija del afamado Freud también había seguido sus pasos y había escrito algunos tratados, entre los cuales me llamaron la atención dos títulos: “Relación entre fantasías de flagelación y sueño diurno” y “El Yo y los mecanismos de defensa[2]”, los que me han hecho pensar cuánto de lo que he de hablar hace parte de mi autoflagelación constante y la eterna excusa de tercerizar la responsabilidad que puede haber y que lleva a evadir tales comportamientos, camuflándome en denominarlos mecanismos de defensa propios del hombre, o al menos eso creía, que fueran de toda la raza humana.

Acabo de comprender, por esos pensamientos instantáneos o iluminaciones fugaces, que allí radicaría la diferencia entre los optimistas y los pesimistas, pasando por todas las variopintas posibles, porque ya somos expertos en excusar siempre nuestras propias decisiones, transponiéndoselas a otros o delegándola en ellos, para así tener la conciencia medianamente limpia.

Efectivamente, ante toda circunstancia siempre tenemos, como efecto reflejo, la excusa perfecta para explicar cualquier comportamiento, al parecer sabiendo que el tiempo se encarga de continuar con la manutención de la excusa misma. -Nótese que de antemano excuso y, por ende, soy ejemplo viviente de lo que quisiera explicar-.

Decía, nuevamente, que me vi reflejado en el espejo y aún a pesar del deseo de huida de alguna de las miradas –no pude concretar si la mía o la del espejo-, le forcé a mirar ojo contra ojo, enfocadas las miradas y obligando una a mantenerse firma con la otra, impidiendo que huyera.

Así es como veo en el fondo de esos ojos la sensación de miedo, de verse descubiertos en parte de su personalidad –mía o del reflejo?-, buscando excusa para huir y no dejarse enfrentar ni reconocer que el miedo está presente allí donde se le ve, imposible de reconocer que se tienen secretos en lo más recóndito del alma, porque dicen que los ojos son el reflejo del alma y de allí que muchas veces la mejor defensa es rehuir la mirada amenazante o la que nos puede poner al descubierto.

He dicho al espejo: si esos ojos son mis ojos, creo que ya es hora de enfrentarnos, dejar ambages y excusas, asumir y liberarnos de esa carga de culpabilidad que ya tenemos sobrellevando tantos años. Yo, ya me cansé, basta con mirar esa cara avejentada que ya veo reflejada, que supongo que es la que reconocen quienes nos ven y ni modo de seguir pensando que tiene treinta años menos, prolongando innecesariamente la mentira y cubriéndola con el manto de la eterna excusa. Creo que ha llegado el momento de sincerarnos o al menos intentarlo.

Aquí hago un paréntesis, por la palabra dualidad que me acaba de pasar por la mente. Esa dualidad en donde uno es positivo y el espejo el negativo, el uno asume y el otro excusa, o viceversas, dualidad que igualmente sirve, para estos efectos, como excusa del uno frente al otro, para liberar parte de la carga, pienso yo y entonces sería un mecanismo de defensa para poder sobrevivir en el mundo que me correspondió?

Eso me hace pensar en la posibilidad de existencia de varios tipos de excusas. Una propia de la raza humana, otra genética, otra adquirida del entorno y otra más, la creada por uno mismo, como mecanismo de autodefensa, aún y a pesar de uno mismo.

Podría resumir cada una de la siguiente manera:

La propia de la raza humana, que puede perdurar en el lugar donde se guardan los rezagos atávicos o de nuestro requeteantepasados (polvo de estrellas!).

La genética, que ya viene en la sangre por herencia directa de padre, madre y ambos (polvo eres!).

La del entorno, que se adquiere por la convivencia y el roce social (…).

La propia, que como salamandra, nos ha llevado a aprender a camuflarnos como mera parte de sobrevivencia propia y que igualmente contiene subproductos, en diversas dosis, de los anteriores.

Me sentí elaborando una tesis o un tratado de cualquier cosa. Pero a la vez, más que tipos de excusas, no corresponden a la tipología del miedo? Ya veremos cómo termino.

Como sea, veo que es hora de mirar para adentro, al menos en materia de miedos. No son muchos los años que me quedan, porque a estas edades el tiempo ya importa –o no, según se vea-, en que no suma mucho pero sí resta, mucho.

Seguirá... 

Foto: JHB (D.R.A.)



[1] Erick Fromm?
[2] Si leí Freud, mi padre, de Martin Freud. Un buen libro, una mirada diferente a una persona que uno considera tan distante.

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