“Cuidado con los miedos,
les encanta robar los sueños[1]”
Me he mirado en
el espejo y, como en otra oportunidad hace ya tiempo, al dejar de verme tuve una
extraña sensación que no concordaba mi mirada con la reflejada en el espejo, como
si se trataran de dos personajes diferentes, el de acá y el del mundo paralelo,
dejando el sinsabor de desconocer cuál podía ser el verdadero y si fue una actuación
real o el mero reflejo de la imaginación.
Era esa sensación
de retirarse pero a la vez sentir que la otra mirada le sigue y le mira de reojo,
señalándole y tal vez recriminándole o acusándole de algo, generando en consecuencia
un complejo de culpa por una actuación indeterminada, generalizada y desconocida.
La misma sensación
hizo que me devolviera al reflejo para corroborar si todo obedeció a una recriminación
o era únicamente producto de mi fantasía, a la cual soy tan proclive. Y recordé
que mis fantasías, por lo general, no eran precisamente lo más positivas del mundo.
Siempre me he imaginado lo peor, siguiendo la tendencia materna, en contraposición
de la paterna que, con todo, siempre era la más optimista: “Más se perdió en el diluvio”, según su frase favorita en momentos nada
favorables.
Como decía, enfrenté
nuevamente la mirada reflejada y naturalmente me vi como me han de ver los demás,
aún a mi pesar: arrugado, ojos de cansancio, mirada… Ante este panorama pensé en
cómo estaba ya, sexagenario, palabra tan odiosa, puesto que no sentía toda esa cantidad
de años, considerada con la idea que antaño tenía de los sexagenarios, es decir,
ancianos, porque en esos tiempos se era viejo nada más se volvía uno cincuentón.
Todo eso decía el espejo, naturalmente el yo de este lado, eludiendo compromisos
íntimos, no reconocía a su alter ego y se aferraba a la idea de que era un sexagenario
moderno, es decir, con treinta años menos. Ah engaños de la mente!
A propósito, en
el aniversario de estos días de Ana Freud, el doctor Google me llevó a saber que
la hija del afamado Freud también había seguido sus pasos y había escrito algunos
tratados, entre los cuales me llamaron la atención dos títulos: “Relación
entre fantasías de flagelación y sueño diurno” y “El Yo y los mecanismos de defensa[2]”,
los que me han hecho pensar cuánto de lo que he de hablar
hace parte de mi autoflagelación constante y la eterna excusa de tercerizar la responsabilidad
que puede haber y que lleva a evadir tales comportamientos, camuflándome en denominarlos
mecanismos de defensa propios del hombre, o al menos eso creía, que fueran de toda
la raza humana.
Acabo de comprender, por esos pensamientos instantáneos
o iluminaciones fugaces, que allí radicaría la diferencia entre los optimistas y
los pesimistas, pasando por todas las variopintas posibles, porque ya somos expertos
en excusar siempre nuestras propias decisiones, transponiéndoselas a otros o delegándola
en ellos, para así tener la conciencia medianamente limpia.
Efectivamente, ante toda circunstancia siempre
tenemos, como efecto reflejo, la excusa perfecta para explicar cualquier comportamiento,
al parecer sabiendo que el tiempo se encarga de continuar con la manutención de
la excusa misma. -Nótese que de antemano excuso y, por ende, soy ejemplo viviente
de lo que quisiera explicar-.
Decía, nuevamente, que me vi reflejado en el
espejo y aún a pesar del deseo de huida de alguna de las miradas –no pude concretar
si la mía o la del espejo-, le forcé a mirar ojo contra ojo, enfocadas las miradas
y obligando una a mantenerse firma con la otra, impidiendo que huyera.
Así es como veo en el fondo de esos ojos la sensación
de miedo, de verse descubiertos en parte de su personalidad –mía o del reflejo?-,
buscando excusa para huir y no dejarse enfrentar ni reconocer que el miedo está
presente allí donde se le ve, imposible de reconocer que se tienen secretos en lo
más recóndito del alma, porque dicen que los ojos son el reflejo del alma y de allí
que muchas veces la mejor defensa es rehuir la mirada amenazante o la que nos puede
poner al descubierto.
He dicho al espejo: si esos ojos son mis ojos, creo que ya es hora de enfrentarnos, dejar ambages
y excusas, asumir y liberarnos de esa carga de culpabilidad que ya tenemos sobrellevando
tantos años. Yo, ya me cansé, basta con mirar esa cara avejentada que ya veo reflejada,
que supongo que es la que reconocen quienes nos ven y ni modo de seguir pensando
que tiene treinta años menos, prolongando innecesariamente la mentira y cubriéndola
con el manto de la eterna excusa. Creo que ha llegado el momento de sincerarnos
o al menos intentarlo.
Aquí hago un paréntesis, por la palabra dualidad
que me acaba de pasar por la mente. Esa dualidad en donde uno es positivo y el espejo
el negativo, el uno asume y el otro excusa, o viceversas, dualidad que igualmente
sirve, para estos efectos, como excusa del uno frente al otro, para liberar parte
de la carga, pienso yo y entonces sería un mecanismo de defensa para poder sobrevivir
en el mundo que me correspondió?
Eso me hace pensar en la posibilidad de existencia
de varios tipos de excusas. Una propia de la raza humana, otra genética, otra adquirida
del entorno y otra más, la creada por uno mismo, como mecanismo de autodefensa,
aún y a pesar de uno mismo.
Podría resumir cada una de la siguiente manera:
La propia de la raza humana, que puede perdurar
en el lugar donde se guardan los rezagos atávicos o de nuestro requeteantepasados
(polvo de estrellas!).
La genética, que ya viene en la sangre por herencia
directa de padre, madre y ambos (polvo eres!).
La del entorno, que se adquiere por la convivencia
y el roce social (…).
La propia, que como salamandra, nos ha llevado
a aprender a camuflarnos como mera parte de sobrevivencia propia y que igualmente
contiene subproductos, en diversas dosis, de los anteriores.
Me sentí elaborando una tesis o un tratado de
cualquier cosa. Pero a la vez, más que tipos de excusas, no corresponden a la tipología
del miedo? Ya veremos cómo termino.
Como sea, veo que es hora de mirar para adentro,
al menos en materia de miedos. No son muchos los años que me quedan, porque a estas
edades el tiempo ya importa –o no, según se vea-, en que no suma mucho pero sí resta,
mucho.
Seguirá...
Foto: JHB (D.R.A.)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario