Creo que podría transformarme y vivir con los animales.
¡Son tan apacibles y dueños de sí mismos!
Me paro a contemplarlos durante tiempo y más tiempo.
No sudan ni se quejan de su suerte,
no se pasan la noche en vela, llorando por sus pecados,
no me fastidian hablando de sus deberes para con Dios.
Ninguno está insatisfecho, a ninguno le enloquece la manía
de
poseer cosas.
Ninguno se arrodilla ante otro, ni ante los congéneres
que
vivieron hace miles de años.
Ninguno es respetable ni desgraciado en todo el ancho mundo.
Walt Whitman
Nos hemos acostumbrado a medir
todas las cosas con el mismo rasero, con el de uno. Porque hemos vivido algunas
experiencias, hemos compartido con otros semejantes situaciones, el cerebro se ha
acostumbrado a medir las cosas con su propio rasero, sin dar opción a la posible
existencia de otra posibilidad, lo que me ha llevado a pensar cuán equivocado puedo
estar y cuánta equivocación hace que mi visión sobre algo no sea tan certera, precisa
u objetiva como pretendo creerlo.
Montar en avión, ir a la playa,
conocer el mar son hechos que uno cree que todo el mundo ha vivido y que es lo más
común, por lo que se da por supuesto, sin que queda duda alguna. Sin embargo, se
encuentra uno con que está equivocado al oír conversaciones ajenas o confesiones
de conocidos demostrando que lo que uno conoce por experiencia propia, puede que
no sea tan generalizado como aparenta hacernos creer el cerebro. Aunque también
es cierto que hace poco en una terminal de transporte una señora común y corriente
entabló conversación con alguien y le oí decir: ve y el bus por dónde pasa? Es que acostumbro a viajar en avión y nunca
he viajado en bus. Pensé de todo y no dije nada, por la prudencia que hace verdaderos
sabios, para todo hay gente, de ese tipo de gente.
Y decía que las confusiones que
se generan es por culpa de la generalización; culpo al mismo cerebro porque es,
según creo, el que nos lleva a pensar o decir cosas que en últimas carecen de objetividad
o tiene apreciación diferente entre lo visto, lo no reconocido y lo que quisiera
que fuera. En estos días fue aún más notorio el hecho del autocorrector que tenemos,
el sugerente de léxico que nos conduce en la vida con una autonomía indiscreta y
que muchas veces nos hace jurar sobre falsedades no vistas, sobre realidades ignoradas
o suposiciones inciertas.
Un ejemplo, leer un aviso que
dice Helados, cuando en la realidad decía
Regalos, el cerebro vio la e, la a, la
o y la ese y decidió concretar la palabra no vista con atención y aparente descuido,
lo que hace que el cerebro asuma la palabra más cercana que encuentra e informe,
sin precisar que es a su parecer, la palabra que él mismo interpretó debido al descuido
o la falta de atención de uno, es decir, la eterna dualidad entre uno mismo y su
cerebro. Casi nunca concordante a medida que pasan los años.
Dos temas inconexos? Eso me lleva
a pensar qué tan incoherente se vuelve uno con los años, aunque al generalizar estoy
asumiendo la primera parte del escrito, al generalizar que todos los viejos somos
incoherentes a medida que pasa la vida y lo que realmente es cierto, es que yo me
estoy volviendo incoherente, síntoma de mi senilidad? Un aviso que debe tenerse
en cuenta. Si termino loco basta con hacer una revisión de mi blog y allí aparecerán
los antecedentes, consecuentes y el epílogo!
Para que vean cómo son las cosas.
El tema inicial iba orientado a pensar que en medio de un retiro de la vida citadina,
en donde carezco eventual aunque voluntariamente de redes sociales, internet y demás
–salvo de computador para escribir mis cuitas y de celular al que nadie llama y
del que a nadie llamo, supongo que sólo para no perder la costumbre de saber que
por ahí anda o como reproductor de música, que es para lo que me sirve en los momentos
de mi soledad- me hacía pensar en el placer de salir a caminar por una carretera
rural, a paso de no tener afán en la vida, rodeado de unos perros que ni siquiera
son de uno, paso a paso disfrutando el paisaje, el momento sin futuro porque poco
importa el paso siguiente ni el próximo paisaje al estar centrado en ver nimiedades
que para la generalidad pueden carecer de sentido, pero que iluminan el paso. Donde
no importa a dónde ir ni cuándo llegar ni siquiera para qué llegar.
Y eso me hizo pensar en que iba
a empezar a generalizar pero me di cuenta que en este caso, la excepción era yo
y recordé todos los fines de semana o puentes pasados con otras personas que no
se desprendían del celular, que las redes sociales eran su consuelo al estar en
un pueblo, aparentemente de descanso, replicando a sus conocidos que estaba de descanso,
sacándose fotos insulsas para demostrar que lo que decía era cierto, que comimos
en tal restaurante, que pasamos por tal lugar histórico o turístico, con foto obligatoria,
falsa sonrisa de diversión. Muchos de viaje obligado, porque toca, pero aparentando
disfrute, es decir muchachitos que en casa viven desprogramados y cuando salen a
viajar con los papás, qué mamera, pero toca y replican situaciones no deseadas pero
que comunicando a sus semejantes creen desplazar la felicidad que no ha sido lograda.
O de aquellos que ven el paseo en la oportunidad de sentarse a beber, con las consabidas
fotos en la red… y así puedo seguir con la descripción con los más mayores y aún
con los de mi edad y de lo que actualmente hacen, pero oí una voz que decía: y a usté que le importa?
Y en efecto, parezco viejito
mala leche, a mí qué me importa, siga disfrutando
de su paisaje, de su vida, que cada cual haga con su vida lo que quiera, desde que
no se metan con usté.
Entonces me centro en mi experiencia,
en la tranquilidad de un rincón alejado, sin excesos de comodidad, pero de paz de
campo, irremplazable en todo caso, alejado, como decía, de todo ruido de ciudad,
de pueblo, de turismo, en medio de una montaña que permite ver un paisaje variante
a cada hora, reflejante de montañas desconocidas en el más lejano horizonte, con
variaciones de luz propicias para un pintor, de música de campo que incluye además
de pájaros, sonrisas de vientos, rumor de silbantes árboles, aunado a los lejanos
radios que vecinos comparten, conversaciones que llegan de la carretera y fotografías
captadas en su momento, para que llegado el momento traigan a la memoria unos buenos
momentos de un pasado disfrutado.
Por eso me alegro de ser como
soy y me entristece ver cómo los demás perdieron la facultad de sorprenderse.
Pues ocurre,
amigos míos, que la habilidad para concentrarse y dedicarse a una única tarea, la
capacidad para estar en silencio, consigo mismo, en una labor solitaria y a veces
tenaz, el potencial de centrarse en el objetivo que tenemos entre manos, hace mucho
que se fue al traste. Esa facultad hermosa y admirable que había sido un logro de
la civilización (uno de los mayores), vino a ser reemplazada por un ajetreo incesante,
lleno, en ocasiones, de ocupaciones infinitas pero estériles: vemos a personas atareadas
en faenas sin sentido, gestionando su nada, organizando su vacío; vemos enfrascados
en tareas minúsculas a seres que desarrollan de mala manera, o de cualquier manera,
la labor que les ha sido encomendada, mientras revisan las conversaciones que tienen
en el celular, hablan por teléfono, conversan con el vecino del puesto de la oficina
y piensan en lo que ayer les dijo su tía. A tal dispersión de quehaceres, a aquella
desorganización del día a día, a la desconcentración que impera, a esa disgregación
del yo es a lo que los gerentes y dirigentes del mundo contemporáneo llaman multitareas
(omultitasking, que hay que decirlo en inglés para que esa
impostura ridícula y esa imposición nefasta suene más creíble y más importante).
http://www.elespectador.com/opinion/contra-el-multitasking Juan David Zuloaga.
Foto: JHB. (D.R.A)
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