viernes, 9 de diciembre de 2016

FATUA INDIGNACIÓN[1]



Entonces a veces nos quedamos sin palabras. Nada qué decir, nada qué pensar, nada para proponer cuando la indignación lo copa todo y el dolor se mete en las entrañas y se nos vuelve náusea. (…) Y los indignados tiran piedras para todas partes y nos acusan a todos y descargan su rabia por donde pueden y otros hacen política y unos más son incapaces de dejar lo suyo por un instante y pescan en el río revuelto del dolor que nos consume. (…)
Nada me sale coherente, no hay una idea que aporte, nada que sirva, nada de nada. Escribo, borro y lloro sin que pueda ponerle sentido a lo que no tiene sentido. La indignación está ahí, la siento, me camina por el cuerpo y por el alma pero es un grito ahogado que no encuentra salida.
Y es que hemos dicho tanto… son años y años de gritos y de debates, de propuestas fallidas, de batallas perdidas porque los niños siguen muriendo. En mi vida de periodista he informado tantas veces de niños violados, torturados, asesinados, que las palabras no bastan porque ya sabemos que no sirven. Lo único cierto es que Yuliana no está, que no volverá a su casa y el violador es responsable pero todos los demás también un poco por permitir que esto pase todos los días con nuestros hijos.

La indignación es tan pasajera como respirar y contar hasta diez; así es nuestra indignación moderna que perdura hasta que salga la otra noticia que opacará a la primera, la tergiversará y la hará olvidar de esta memoria colectiva que ahora tenemos, más imprecisa que la de antaño, más volátil y explosiva que las de otras épocas, a pesar de que antes no teníamos redes sociales y todo se limitaba al cotorreo y al chisme, que perduraba e imaginaba a través de los mitos urbanos, venenosa sí, pero no tan explosiva, creo yo, si se mira con el retrovisor.

Sí, un horrible crimen de un hampón de alcurnia contra una víctima indefensa. Sí, da piedra. Sí, deberíamos matarlo ante la imposibilidad de que lo ordene una justicia, ya que la divina es sorda en estos casos. Sí, salimos a gritar y a poner velitas -al mejor estilo gringo, porque hasta en eso no podemos ser originales (valga la puya)-. Pero nada más pase la noticia, se enfríe el cadáver, se vuelva a la rutina diaria, la indignación del colombiano se va desvaneciendo y volvemos al olvido que somos, a ese si perdeis estos momentos de efervescencia y calor, efervescencia que dura lo que dura el sal de frutas. En un mes más, aún nos ruborizamos por el tema. En seis meses ya es historia, un recuerdo que se alcanza a recordar. En un año, si se dicta sentencia, haremos referencia a ese que mató a una niñita y pontificaremos. En dos años, ni sabremos quién era Garavito, hoy olvidado, pero que de pronto debe estar haciendo más estragos. Tal vez la historia haya sido olvidada, desafortunadamente por otra desafortunada muerte, sin razón, sin motivo, sin conciencia y nuevamente indignados, por otra historia surgida de redes sociales irremediablemente imperfecta y poco verdadera.  
No todas las opiniones son válidas ni respetables.
Cuando alguien no se toma el tiempo de formarse una opinión con criterio, es decir, sometiendo a juicio a cada una de las ideas de las que parte, su opinión no vale. No es válida la opinión desinformada ni la del que no se molesta en evaluar la calidad de las fuentes en las que se basa.

Lo grave es la tendencia del público a juzgarlo y promoverlo con base en si se acomoda a lo que quiere pensar. Es peligroso para la democracia que grandes segmentos del electorado participen en el proceso político dejando de lado el impulso de razonar y de buscar lo verdadero.

Mejor sería que se abstuvieran de participar [2].

Y así es:
Comunico, luego existo. La comunicación es intrínseca a la condición humana. Es la actividad, la energía que nos hace humanos y que a la sociedad le da su estructura, su argamasa o pegante.
Frente a esa realidad, surgen preguntas del tenor siguiente: ¿Se es hoy más libre, más informado, más reflexivo o simplemente se está frente a  otra manera de masificar lo que debería ser una comunicación personalizada, cerrándosele el camino a la reflexión que permita asumir  posiciones libres e individuales, como sucedía en el pasado? ¿Podemos decir que se avanza hacia una ciudadanía más responsable, libre y comprometida con la suerte colectiva, o  se trata de  un ligero  barniz de independencia? ¿Finalmente, se está en la simple  exaltación del individuo como tal, sin otro propósito que gritar que existe, donde los selfies serían la prueba visual de esa existencia? Equivocada e infatuadamente se  considera que lo personal tiene un valor, algún interés para los otros quienes,  por lo demás, están en las mismas[3].

A eso nos hemos acostumbrado, al selfie, a la foto del celular como primicia de lo bueno, de lo malo, de lo regular y aún de lo mediocre, pontificando de lo divino y de lo humano, con la superficialidad propia del hombre de hoy, de ese hombre moderno, tan avanzado, el cocreador de la existencia, el de la raza superior, ese que si se atreviera a traspasar las fronteras del universo, no sería bien recibido, por depredador, por superficial, por selfie, por pontificador, de sensiblerías pasajeras y menos por colombiano. Por todo eso me da piedra, sé que transitoria, volátil, pasajera. Ya mañana será otro día, por eso y mucho más me jacto de ser colombiano (qué desgracia la mía!).

Y tristemente nada de eso tiene solución, ni mediata ni inmediata, porque nos enredaremos en discusiones bizantinas, buscando unos culpables, desde razones atávicas hasta económicas, señalizando, apuntando el dedo con sentencia de letrado, sin apelación ni tutela que le saque de allí. Y ellos se quedarán discutiendo per omnia secula seculorum.

Y discutiremos quienes no tenemos ningún poder para cambiar nada y nuestras discusiones igualmente serán bizantinas. Castrarlo o fusilarlo? Ya que estamos en el Bizancio colombiano, prefiero la segunda, porque qué se saca con una capada? Será un ser aún más amargado al que tendremos que tolerar, por qué no acabar con el mal de raíz? (Sí ven por qué podría ser un buen dictador y un mal ser humano?). Que porque era rico, que porque lo hizo por necesidad, que si estaba drogado, que tuvo una infancia infeliz, a pesar de la cuna de oro, que no era él, aunque lo era y el principio de inocencia y que como confesó le reducirán la pena, pero como es feminicidio, antes que infanticidio no vale, y así terminaremos en discusión, totalmente bizantina, al igual que las de los purpurados que aún no decidieron de qué sexo eran los ángeles (va otra puya!).
Sí, somos colombianos, dados a emitir opinión por anticipado, de ser superficiales en nuestros comentarios, que nos unimos ante hechos tan deplorables, pero que no podemos ponernos de acuerdo en si queremos o no la paz. Somos colombianos expertos en creer en todos los chismes, en descuerar y comer del muerto. Y gritamos y nos envalentonamos hasta que vemos al Smad o hasta las cinco porque hay partido, o mañana hay que madrugar o esta lluvia. Hasta allí siempre llega nuestro patriotismo.
Ni como instituciones educativas, ni como educadores individuales podemos dejar de cuestionarnos —acaso con el mismo dolor causado por el crimen, acaso con el peso de la perversidad de lo causado, acaso con la quiebra de la vida que lo monstruoso ha causado en individuos— en qué hemos fallado en la educación para que formemos ciudadanos capaces de semejante destrucción y daño.
Como suele pasar en un país mediocremente educado (no sólo nuestro sistema educativo es deficiente en calidad e integralidad, sino también exhibe unas enormes desigualdades entre instituciones con educación de alta calidad y otras con cualquier tipo de educación), ante atrocidades, “la opinión pública” pide soluciones inmediatistas y fatalistas: castración química, aumento desmesurado de castigos en casos específicos, escarnio público...
Somos miembros de una sociedad mediocre y afanada, en todos los aspectos de la existencia. (…) Hay que reconocer el oportunismo político, y en contados casos la auténtica angustia afanada, de algunos funcionarios que con el horror de los hechos exigen penas ejemplares  que sacien nuestra sed de venganza, para ver si así logramos olvidar y saldar cuentas y pasar anestesiados a la estupidez cotidiana de los escándalos de los mismos políticos, de las noticias de moda, de la vanidad de los ilustres ciudadanos[4]. 

Y entonces viene otra pregunta que me hice pero que también leí –en una revista, quién lo dijera, tipo jetset-:

También nos enteramos de que todo apunta a que el asesino y violador es un prestante arquitecto de la alta sociedad bogotana.
Escandaloso, espantoso, inhumano, increíble.
Pero, sin darnos cuenta, nos estamos enterando también de cómo cubrimos las noticias en este país y cómo las víctimas y los victimarios cobran su debida importancia y papel en nuestro inconsciente colectivo según su  posición socio económica.
Leyendo lo que se ha escrito sobre el crimen hasta el momento, me pregunto: Honestamente, ¿a quién le importa que Rafael Uribe Noguera sea del Gimnasio Moderno y haya estudiado en la Universidad Javeriana?  ¿A quién que sea un reconocido arquitecto de una firma de nombres extranjeros? ¿A quién diablos que su hermano trabaje en un muy prestante y rolísimo bufete de abogados?
Y la respuesta, tristemente, es muy simple: a nosotros.
A nosotros: usted y yo y muchas de las otras personas que han leído la noticia y la han convertido en un trending topic. El morbo que nos produce saber que una persona “divinamente” pueda hacer algo como eso y peor aún, que lo estén exponiendo públicamente es tan grande que perdemos totalmente la perspectiva de lo que aquí sucedió[5].

Somos morbosos, un colectivo morboso y que por el mismo morbo nos dejamos llevar por pasiones, sí, de las más bajas de esas que envenenan el alma, pero que luego olvidan.

Pero el crimen contra Yuliana nos confirma una horrible realidad. Hay personas que simplemente deciden desde la naturaleza del mal producir el mal. Cuando alguien entra en el mal y disfruta de él conociéndolo, sin razón, sin atenuante, sólo porque sí, nos hace cuestionar los cimientos básicos de lo que somos. El crimen de Yuliana no es únicamente contra ella sino un crimen contra nuestra esperanza de poder llegar a ser un mejor país[6].

Aquí sí es válido el amén!

La vida es dura para todos, criticar es fácil y yo soy, lo he dicho ya, un hombre pacífico al que no le gusta meterse en desafíos ni en polémicas.

Saramago. El odio al intelectual.

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[1] fatuo, tua. Del lat. fatuus. 1. adj. Lleno de presunción o vanidad infundada y ridícula. U. t. c. s. 2. adj. desus. Falto de razón o de entendimiento. Era u. t. c. s. fuego fatuo (RAE)

[2] Luis Carlos Reyes. En 2016 la sección de comentarios le ganó al artículo. http://www.elespectador.com/opinion/2016-seccion-de-comentarios-le-gano-al-articulo

[3] Juan Manuel Ospina. La trampa de las redes sociales. http://www.elespectador.com/opinion/trampa-de-redes-sociales

[4] Carlos Arturo Sanabria. Es como si se aborreciera la vida. http://www.elespectador.com/opinion/si-se-aborreciera-vida
[5] http://www.fucsia.co/contenidos-editoriales/articulo/rafael-uribe-noguera-violacion-yuliana-andrea/76014

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