Entonces
a veces nos quedamos sin palabras. Nada qué decir, nada qué pensar, nada para
proponer cuando la indignación lo copa todo y el dolor se mete en las entrañas
y se nos vuelve náusea. (…) Y los
indignados tiran piedras para todas partes y nos acusan a todos y descargan su
rabia por donde pueden y otros hacen política y unos más son incapaces de dejar
lo suyo por un instante y pescan en el río revuelto del dolor que nos consume.
(…)
Nada me sale coherente, no hay una idea que aporte, nada que sirva, nada
de nada. Escribo, borro y lloro sin que pueda ponerle sentido a lo que no tiene
sentido. La indignación está ahí, la siento, me camina por el cuerpo y por el
alma pero es un grito ahogado que no encuentra salida.
Y es que hemos dicho tanto… son años y años de gritos y de debates, de
propuestas fallidas, de batallas perdidas porque los niños siguen muriendo. En
mi vida de periodista he informado tantas veces de niños violados, torturados,
asesinados, que las palabras no bastan porque ya sabemos que no sirven. Lo
único cierto es que Yuliana no está, que no volverá a su casa y el violador es
responsable pero todos los demás también un poco por permitir que esto pase
todos los días con nuestros hijos.
Yolanda Ruíz.
Indignación. http://www.elespectador.com/opinion/indignacion-0
La indignación es tan pasajera como respirar y contar hasta diez; así es
nuestra indignación moderna que perdura hasta que salga la otra noticia que
opacará a la primera, la tergiversará y la hará olvidar de esta memoria
colectiva que ahora tenemos, más imprecisa que la de antaño, más volátil y
explosiva que las de otras épocas, a pesar de que antes no teníamos redes
sociales y todo se limitaba al cotorreo y al chisme, que perduraba e imaginaba
a través de los mitos urbanos, venenosa sí, pero no tan explosiva, creo yo, si
se mira con el retrovisor.
Sí, un horrible
crimen de un hampón de alcurnia contra una víctima indefensa. Sí, da piedra.
Sí, deberíamos matarlo ante la imposibilidad de que lo ordene una justicia, ya
que la divina es sorda en estos casos. Sí, salimos a gritar y a poner velitas -al
mejor estilo gringo, porque hasta en eso no podemos ser originales (valga la
puya)-. Pero nada más pase la noticia, se enfríe el cadáver, se vuelva a la
rutina diaria, la indignación del colombiano se va desvaneciendo y volvemos al olvido que somos, a ese si perdeis estos momentos de efervescencia y
calor, efervescencia que dura lo que dura el sal de frutas. En un mes más,
aún nos ruborizamos por el tema. En seis meses ya es historia, un recuerdo que
se alcanza a recordar. En un año, si se dicta sentencia, haremos referencia a
ese que mató a una niñita y pontificaremos. En dos años, ni sabremos quién era
Garavito, hoy olvidado, pero que de pronto debe estar haciendo más estragos.
Tal vez la historia haya sido olvidada, desafortunadamente por otra
desafortunada muerte, sin razón, sin motivo, sin conciencia y nuevamente
indignados, por otra historia surgida de redes sociales irremediablemente
imperfecta y poco verdadera.
No todas las
opiniones son válidas ni respetables.
Cuando alguien no se toma el tiempo de formarse una opinión
con criterio, es decir, sometiendo a juicio a cada una de las ideas de las que
parte, su opinión no vale. No es válida la opinión desinformada ni la del que
no se molesta en evaluar la calidad de las fuentes en las que se basa.
Lo grave es la tendencia del público a juzgarlo y
promoverlo con base en si se acomoda a lo que quiere pensar. Es peligroso para
la democracia que grandes segmentos del electorado participen en el proceso
político dejando de lado el impulso de razonar y de buscar lo verdadero.
Mejor sería que se abstuvieran de participar [2].
Y así es:
Comunico, luego
existo. La comunicación es intrínseca a la condición humana. Es la actividad,
la energía que nos hace humanos y que a la sociedad le da su estructura, su
argamasa o pegante.
Frente a esa realidad, surgen preguntas del tenor siguiente:
¿Se es hoy más libre, más informado, más reflexivo o simplemente se está frente
a otra manera de masificar lo que debería ser una comunicación
personalizada, cerrándosele el camino a la reflexión que permita asumir
posiciones libres e individuales, como sucedía en el pasado? ¿Podemos
decir que se avanza hacia una ciudadanía más responsable, libre y comprometida
con la suerte colectiva, o se trata de un ligero barniz de
independencia? ¿Finalmente, se está en la simple exaltación del individuo
como tal, sin otro propósito que gritar que existe, donde los selfies serían la prueba
visual de esa existencia? Equivocada e infatuadamente se considera que lo
personal tiene un valor, algún interés para los otros quienes, por lo
demás, están en las mismas[3].
A eso
nos hemos acostumbrado, al selfie, a la foto del celular como primicia de lo
bueno, de lo malo, de lo regular y aún de lo mediocre, pontificando de lo
divino y de lo humano, con la superficialidad propia del hombre de hoy, de ese
hombre moderno, tan avanzado, el cocreador de la existencia, el de la raza
superior, ese que si se atreviera a traspasar las fronteras del universo, no
sería bien recibido, por depredador, por superficial, por selfie, por
pontificador, de sensiblerías pasajeras y menos por colombiano. Por todo eso me
da piedra, sé que transitoria, volátil, pasajera. Ya mañana será otro día, por
eso y mucho más me jacto de ser colombiano (qué desgracia la mía!).
Y
tristemente nada de eso tiene solución, ni mediata ni inmediata, porque nos
enredaremos en discusiones bizantinas, buscando unos culpables, desde razones
atávicas hasta económicas, señalizando, apuntando el dedo con sentencia de
letrado, sin apelación ni tutela que le saque de allí. Y ellos se quedarán
discutiendo per omnia secula seculorum.
Y discutiremos quienes
no tenemos ningún poder para cambiar nada y nuestras discusiones igualmente
serán bizantinas. Castrarlo o fusilarlo? Ya que estamos en el Bizancio
colombiano, prefiero la segunda, porque qué se saca con una capada? Será un ser
aún más amargado al que tendremos que tolerar, por qué no acabar con el mal de
raíz? (Sí ven por qué podría ser un buen dictador y un mal ser humano?). Que
porque era rico, que porque lo hizo por necesidad, que si estaba drogado, que
tuvo una infancia infeliz, a pesar de la cuna de oro, que no era él, aunque lo
era y el principio de inocencia y que como confesó le reducirán la pena, pero
como es feminicidio, antes que infanticidio no vale, y así terminaremos en
discusión, totalmente bizantina, al igual que las de los purpurados que aún no
decidieron de qué sexo eran los ángeles (va otra puya!).
Sí, somos colombianos,
dados a emitir opinión por anticipado, de ser superficiales en nuestros
comentarios, que nos unimos ante hechos tan deplorables, pero que no podemos
ponernos de acuerdo en si queremos o no la paz. Somos colombianos expertos en
creer en todos los chismes, en descuerar y comer del muerto. Y gritamos y nos
envalentonamos hasta que vemos al Smad o hasta las cinco porque hay partido, o
mañana hay que madrugar o esta lluvia. Hasta allí siempre llega nuestro
patriotismo.
Ni como instituciones
educativas, ni como educadores individuales podemos dejar de cuestionarnos
—acaso con el mismo dolor causado por el crimen, acaso con el peso de la
perversidad de lo causado, acaso con la quiebra de la vida que lo monstruoso ha
causado en individuos— en qué hemos fallado en la educación para que formemos
ciudadanos capaces de semejante destrucción y daño.
Como suele pasar en
un país mediocremente educado (no sólo nuestro sistema educativo es deficiente
en calidad e integralidad, sino también exhibe unas enormes desigualdades entre
instituciones con educación de alta calidad y otras con cualquier tipo de
educación), ante atrocidades, “la opinión pública” pide soluciones
inmediatistas y fatalistas: castración química, aumento desmesurado de castigos
en casos específicos, escarnio público...
Somos miembros de una sociedad mediocre y afanada, en todos
los aspectos de la existencia. (…) Hay que reconocer el oportunismo político, y
en contados casos la auténtica angustia afanada, de algunos funcionarios que
con el horror de los hechos exigen penas ejemplares que sacien nuestra
sed de venganza, para ver si así logramos olvidar y saldar cuentas y pasar anestesiados
a la estupidez cotidiana de los escándalos de los mismos políticos, de las
noticias de moda, de la vanidad de los ilustres ciudadanos[4].
Y entonces
viene otra pregunta que me hice pero que también leí –en una revista, quién lo
dijera, tipo jetset-:
También nos enteramos de
que todo apunta a que el asesino y violador es un prestante arquitecto de
la alta sociedad bogotana.
Escandaloso, espantoso,
inhumano, increíble.
Pero, sin darnos cuenta,
nos estamos enterando también de cómo cubrimos las noticias en este país y
cómo las víctimas y los victimarios cobran su debida importancia y papel en
nuestro inconsciente colectivo según su posición socio económica.
Leyendo lo que se ha
escrito sobre el crimen hasta el momento, me pregunto: Honestamente, ¿a
quién le importa que Rafael Uribe Noguera sea del Gimnasio Moderno y haya
estudiado en la Universidad Javeriana? ¿A quién que sea un reconocido
arquitecto de una firma de nombres extranjeros? ¿A quién diablos que su hermano
trabaje en un muy prestante y rolísimo bufete de abogados?
Y la respuesta,
tristemente, es muy simple: a nosotros.
A nosotros: usted y yo y
muchas de las otras personas que han leído la noticia y la han convertido en
un trending topic. El
morbo que nos produce saber que una persona “divinamente” pueda hacer algo como
eso y peor aún, que lo estén exponiendo públicamente es tan grande que
perdemos totalmente la perspectiva de lo que aquí sucedió[5].
Somos morbosos, un colectivo morboso y que por el mismo
morbo nos dejamos llevar por pasiones, sí, de las más bajas de esas que
envenenan el alma, pero que luego olvidan.
…
Pero el crimen contra Yuliana nos confirma una horrible
realidad. Hay personas que simplemente deciden desde la naturaleza del mal
producir el mal. Cuando alguien entra en el mal y disfruta de él conociéndolo,
sin razón, sin atenuante, sólo porque sí, nos hace cuestionar los cimientos
básicos de lo que somos. El crimen de Yuliana no es únicamente contra ella sino
un crimen contra nuestra esperanza de poder llegar a ser un mejor país[6].
Aquí
sí es válido el amén!
La vida es dura para todos,
criticar es fácil y yo soy, lo he dicho ya, un hombre pacífico al que no le
gusta meterse en desafíos ni en polémicas.
Saramago. El odio al intelectual.
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[1] fatuo, tua. Del lat. fatuus.
1. adj. Lleno de presunción o vanidad infundada
y ridícula. U. t. c. s. 2. adj. desus. Falto de razón o de entendimiento. Era u. t. c. s. fuego fatuo
(RAE)
[2] Luis
Carlos Reyes. En 2016 la sección de comentarios le ganó al
artículo. http://www.elespectador.com/opinion/2016-seccion-de-comentarios-le-gano-al-articulo
[3] Juan Manuel Ospina. La trampa de las redes sociales. http://www.elespectador.com/opinion/trampa-de-redes-sociales
[4] Carlos
Arturo Sanabria. Es como si se aborreciera la vida.
http://www.elespectador.com/opinion/si-se-aborreciera-vida
[5]
http://www.fucsia.co/contenidos-editoriales/articulo/rafael-uribe-noguera-violacion-yuliana-andrea/76014
[6] Catalina Uribe. Asesinos educados. http://www.elespectador.com/opinion/asesinos-educados
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