No afirmo dogmáticamente
que no hay Dios.
Lo que sostengo es que no sabemos que lo haya.
B. Roussell
Al
despertar, me encontré a un ángel sentado al borde de la cama. Nos miramos,
asombrándonos el uno del otro, aunque para ser sinceros, el que se asombró fui
yo; él, al parecer, se asombró de que no hubiera gritado ante su presencia.
Durante
unos instantes nos miramos, como evaluándonos, como ponderando hasta dónde era
cierto este encuentro.
Pasado el
instante de asombro, me miró y me dijo:
-
Pregunta, que
tengo todas las respuestas.
Lo único
que se me ocurrió preguntar fue:
-
Llegó mi hora?
-
Sí, fue su
lacónica respuesta.
-
Entonces no tengo
preguntas, respondí con el mismo laconismo.
¬¬¬
Un día me
encontré con un ángel y, sin vergüenza, -de allí la coma necesaria, para que no
me tilden de irrespetuoso con las divinidades- le pregunté:
-
Entonces –como si
hubiera habido conversación previa-, por qué tenemos qué rezar?
Al
parecer mi pregunta además de inoportuna le pareció fuera de contexto y no supo
responderme.
¬¬¬
-
De qué he de
morir? Le pregunté.
-
De viejo, de qué
más a esa edad? Me dijo.
-
Ahh! Y eso es una
enfermedad? Me atreví a preguntar.
-
Acaso no dicen
ustedes que una enfermedad solo existe cuando tiene nombre?
-
Ahhh! respondí.
Entonces ya me puedo morir!
¬¬¬
Clamé a
los cielos y pregunté:
-
Señor, qué es
mejor ser o no ser?
Y los
cielos respondieron:
-
El no saber[1].
¬¬¬
-
Señor, pregunté,
no se cansa de tantos pedidos?
-
Esos no pasan por
mis manos, me respondió. Se quedan radicados en la sección de quejas y reclamos,
así evito las ganas de… - me respondió sin completar la oración!
¬¬¬
-
Señor,
estás ahí? Pregunté.
Nunca obtuve ninguna respuesta. Tal vez Bertrand Roussell tenga la
razón!
Foto: JHB (D.R.A.)
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