Se dice que en
el pórtico del templo de Apolo, en Delfos, hay grabadas tres frases: «Conócete
a ti mismo», «No desees nada demasiado» y «Nunca tengas pleitos». [1]
Hablé en alguna oportunidad de perfección y
aunque la conclusión fue la dicha, hay una perfección que no se puede
desconocer. Si fue por creación divina, es el perfecto arquitecto de la vida;
si es por espontaneidad de la naturaleza o cualquier otra hipótesis, ese azar o
esa evolución fue perfecta, de eso no hay duda.
Si uno es objetivo y pudiera conocer los
pormenores, no tendría otro camino que el de maravillarse de la perfección.
De qué hablo? (Mejor pregúntese qué se le ocurrió
hoy!) El ser humano físico –hago esta advertencia porque por el lado síquico,
anímico, es cuento aparte-. Me maravillo cuando leo u oigo temas sobre las
diferentes funciones que realiza el cuerpo humano, me maravilla su perfección,
por donde se le vea. Por el lado muscular y esquelético, una máquina perfecta,
entender cómo una mano puede hacer lo que hace, unos huesos que sostienen y que
se mueven, a través de articulaciones, pegados con músculos que le permiten ciertos
giros, tan perfecta sincronización que aún ningún robot ha podido hacer a la
perfección, tanto movimiento como el realizado por el hombre. Y así mírese por
lo digestivo, lo respiratorio, lo circulatorio. Pensar en el crecimiento
constante de la uña, de la dura uña exterior; del pelo, aún en la época en que
el pelo sale en donde menos se desea. Sólo pensar en eso. O pensar cómo puede
el cuerpo, la química del cuerpo, según me explicaron, saber que una pepa con
un determinado elemento se redirige al lugar al que tiene que llegar, a la
infección, al foco de mal, al lugar que requiere su aliento, a amortiguar el
dolor.
Y me maravillo cuando me corto. Cómo todo un
sistema de apaga incendios se pone en funcionamiento para evitar que la sangre
se agote por esa fuga. (Recuerdo los artículos de antaño, de Selecciones –para quienes la recuerden,
la de Readers Digest-, con los artículos de soy el corazón de Juan, soy el
páncreas, el hígado, los intestinos, los pulmones. Y lo femenino luego con
María. También esas caricaturas que antaño se presentaban ilustrando estos
temas).
Y cada vez que me corto, me imagino a unos
glóbulos prendiendo alarmas, saliendo corriendo en búsqueda del lugar en donde
está la fuente de la explosión, todo por el sistema circulatorio; por otro
lado, la química del analgésico no tomado pero allí presente soltando las gotas
necesarias como suero para pervertir el dolor; luego el primero que llega, con
plaquetas funde el orificio para evitar que siga el desangre, otras por su
lado, combatiendo cualquier posible infección y todos, si no hay una
malformación, trabajando al unísono, con responsabilidad, sin pensar, en
automático, pero de manera certera, precisa. Y mientras, la piel,
regenerándose, para que se olvide lo ocurrido, para que sea pasado y no haya de
qué arrepentirse.
Esto es perfección y uno queda corto de palabras.
Foto: Google.
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