La cosa resulta ya tan normal que lo que
parece anormal es considerado anormal. [1]
Pareciera que la vida está diseñada para no ser
perfecta, por un lado, ni afortunada, por otro.
Me recuerda a Momo,
la obra de Michel Ende, gris, perseguida de gris, gris ceniciento, del color de
la ceniza de los cigarros que precedían los desgastes, del gris de los abrigos
de los grises funcionarios gubernamentales.
Aparentemente, solo aparentemente la vida ha de
ser perfecta, pero como la regla general es que con la perfección debe
coexistir la imperfección, así como lo bueno con lo malo para equilibrarlo
todo, resulta entonces que la perfección que tanto se la ha endilgado a Dios es
una mentira, es gris, es imperfecta y de allí que la vida no sea ni perfecta ni
afortunada.
Y no quiero parecer gris, para estos efectos odio
el gris.
Un buen día lo daña cualquiera. Una mirada de
odio, una murmuración, una grosería, un empujón, un cójalo, cójalo, cualquiera
de ellos oído o sentido en la calle ya es suficiente para malograr un buen día,
de esos en los que uno se levanta optimista, de color azul celeste.
Entonces le replican, cuando cuenta el cuento, para qué le para bolas a los demás, si no
fue con usté, si ni siquiera lo conoce, si ni siquiera es su problema y
demás etcéteras, incluido el no se deje
envenenar de personas tóxicas. Siempre me digo, para qué conté el cuento,
fuera de que un extraño daña el día, un no extraño acaba de rematar, cuando
supongo que uno solo esperaba a lo sumo un comentario, semejante ahh qué vaina, no?
Y pienso entonces, como diría un amigo mío: Cómo hago entonces para que no me dañen el
puto día?
Lo que sí resulta cierto es que respirar profundo
y exhalar profundo sirve para hacer evaporar el hijueputazo consabido.
Y yo, que inocentemente pensaba que este mundo
invariablemente era bueno, vaya sorpresa que me llevo, a mi edad!
Foto: JHB (D.R.A.)
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