Una película (independiente?) vista en Netflix. Sobre Camboya, un
país neutral que los gringos, como cosa rara, decidieron bombardear en la época
de Vietnam, a pesar de la neutralidad. Muestra la verdad de los gringos: arman
la guerra, el despelote y cuando se ven perdidos marcan la huida disfrazada de
retirada honorable, de hacerle un bien a la humanidad, un paso que dan a la paz,
de ellos. Cuándo pagarán los gringos las barbaridades que le han hecho al mundo
moderno? O se quedarán como los europeos conquistadores y colonizadores que
arrasaron América y África y no pasó nada? Creo que sí. (Con este comentario la CIA lo va a terminar de fichar, me dice
alguien. Pero será que la CIA, FBI, la Interpol o al menos la polecía me
leerán? De pronto se ilustran… me respondo! Yo
no respondo, dice ese otro.)
El asunto es que los gringos se acostumbraron, en momentos de
aburrimiento o de baja de negocios, a crear el caos (dirá el mierdero, oigo decir sin recato ni eufemismo) y luego, ese
mierdero se lo dejan a los que no lo iniciaron, digo sin recato.
Pero bueno, el asunto
gira alrededor de una niña y cómo ve que se derrumba su mundo, ve que su
familia se va desperdigando y no tiene explicación racional de lo que está
pasando. Y no hay explicación a la guerra, es la guerra vista por los ojos de
una niña que nada tiene que ver con eso pero que la sufre en su integridad, sin
explicación, sin razón, sin justicia, ni siquiera divina: Dios veía todos los pecados del
mundo y decidía si convenía o no mostrarse misericordioso(2). En este
caso y en todos los que la guerra conlleva, Dios no se muestra misericordioso,
así digan lo contrario los fanáticos religiosos.
Como espectador,
alejado de subjetivismo, me conmovió. La cuestión es que la vi como espectador,
como se ven todas las películas, como problemas ajenos y lejanos que concluyen
con el ajá, menos mal que no me tocó a mí.
Es la imposibilidad de ponernos en zapatos ajenos, en los zapatos
de los desplazados, de esos niños sin oportunidad gracias a la guerra, creada y
generada desde un escritorio, que sin corazón la miran como espectadores, como
negociantes, que no se conmueven, claro está. Y pensé en todas las
posibilidades truncadas para esos desplazados, aunque tal vez -generalmente así-,
sigan llevando una vida miserable ante la incapacidad de no poder llegar a una
mejor vida, vista desde el punto de vista del espectador.
Y me llevó a pensar en tantos niños desplazados por nuestra
violencia, viendo desperdigar a su familia, que no encuentran explicación
racional de por qué a ellos y terminan en una vida más miserable a la que
estaban destinados si no fuera por la guerra.
Sentir la tristeza de sus ojos, su voz muda ante la falta de una
explicación, su inexpresividad al aceptar lo inaceptable, porque no hay más qué
hacer. Hay que seguir viviendo. Ése es el problema, que la prudencia termina
convirtiéndose en colaboración.(3)
Por eso, afortunados nosotros esos espectadores que vemos la
película y que nunca sufrimos su horror, ni siquiera de lejos!
Si uno de sus
clientes, pongamos por caso, quiere meter sus manos en cualquier rincón del
mundo donde haya petróleo, gas, coltán, lo que sea que les interese, y los
gobernantes locales no muestran una buena disposición, crearán un conflicto.
Harán una campaña sobre lo evidente: que tal o cual país es una dictadura o que
la gente malvive porque sus gobernantes son corruptos. Todo verdad, sólo que
hasta ese momento les era indiferente que la gente muriera de hambre. Si tienen
que provocar una guerra, la provocan. Es fácil contar con la opinión pública
cuando se trata de echar a un dictador.(4)
Foto: JHB (D.R.A.)
(1) First they killed my father. Película dirigida por Angelina Jolie. Puede verse el
artículo del Clarín:
https://www.clarin.com/espectaculos/cine/brutalidad-mano-angelina-jolie-netflix_0_H1DZT6Y5-.html
(2) Edward Rutherfurd. Nueva York.
(3) Julia Navarro. Dime quién soy.
(4) Julia Navarro.
Historia de un canalla.
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