Me gusta porque creo que es bueno, pero no sé si es bueno. (1)
Cuántos rostros habré visto en mi vida? Una
pregunta insulsa, insípida si se quiere, pero que me hizo pensar.
A lo largo de mi vida, cuántos rostros habré
visto? Me repito tratando de ponerle un número, de estimar su dimensión, pero
como todas mis preguntas retóricas: insulsas e insípidas, dirán algunos, o tal
vez curiosas tratando de encontrar explicación aún a lo inexplicable, me
consuelo yo.
Unos rostros indiferentes, otros vistos de
reojo, otros más ignorados por el consciente y unos guardados, sin querer, en
el subconsciente o en el inconsciente.
Unos repetitivos, otros olvidados, otros más
indescriptibles y otros queridos y claro, los hay odiados.
También los hay que fueron rechazados,
alejados y unos cuantos retrasados.
Y los que simplemente se recuerdan, los que se
recuerdan con una sonrisa y los que llevan un suspiro y un recuerdo.
También los olvidados, los refrescados, los
aparecidos por un instante y los desaparecidos por el momento.
Los queridos, los olvidados, los indiferentes,
los no vistos, los ajenos, los narrados por boca diferente.
Tantos rostros que creo que no se debe
limitar, ni enumerar, ni siquiera cifrar.
Y si
se extendiera la pita y tuviera en cuenta los rostros que no he conocido directamente
sino a través de películas y televisión, cuántos rostros he conocido? Sagrado rostro! me dirá alguien, son
demasiados para contarlos.
Pero si pienso sólo en mí (raroooo, oigo gemir), prosigo si me lo
permite aquél que interviene cuando no es llamado… (ejemmm! refunfulla). Decía, si pienso en mí y en el espejo, mi
alter ego, cuántos rostros míos he visto? De niño, de joven, de adulto y ahora
de viejo, todos esos rostros tan diferentes, siendo el mismo, él mismo, o sea
yo!
Y si pudiera hilar un poco más delgado,
cuántos rostros míos en diferentes posiciones, en diferentes estados: el
plácido, el cándido, el preocupado, el cansado, el desilusionado, el alegre, el
feliz, el agotado, el ingrato, el envidioso, el rabioso, el satisfecho, el
angustiado, el celoso, el malqueriente, el hiriente, el sonriente y hasta el
emputado, por citar solo algunos, pero tantos que habitan en mí mismo, me doy
cuenta.
Juan, qué
capacidad tienen para perder el tiempo, para hacérnoslo perder, dice algún rostro y yo, boquiabierto,
sólo puedo atinar a decir: Sagrado
rostro!
Foto: JHB (D.R.A.)
(1) Saramago. Claraboya.
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