lunes, 12 de marzo de 2018

MI VOTO Y SU INUTILIDAD



He venido sosteniendo que ante mi invisibilidad como ciudadano y aún me atrevo a decir que como persona social –por no referirme al animal social griego- mi voto resulta ser una inutilidad, porque no es el decisorio, es uno más en una urna que confiemos está bien custodiada.

Iba a votar en blanco, esa era mi campaña, pero la soledad me invitó a quedarme en la comodidad de mi rutinario día. Entonces decidí ser ese día abstencionista, porque de todos modos para el congreso –demeritado y desgraciadamente foco de injusticia y corrupción- no tenía candidatos y a sabiendas de que por ser para el congreso, eran elecciones sujetas a la compra del voto.

Leyendo el resultado obtenido, como consuelo de mi pereza para votar, vi que hubiera o no ido, no habría influido en el resultado final. Antanas salió elegido por amplio espectro, que era mi opción, por lo tanto un ser decente, en medio de tanta mermelada y rapiña me representará, sin haber votado por él, salvo que valga el voto de intención, como es mi caso.

De resto, reitera mi pensamiento, siguieron los mismos con las mismas. El miedo hizo que ganaran los que no deberían ganar, aunque en mi sentir, todos deberían perder, no nos merecemos ese congreso que sirve para tres cosas. Nada más que vean las leyes que anualmente aprueban; un montón sí, pero ninguna que piense en el futuro de este país. La mayoría se quedan en el respectivo provincialismo (por medio de la cual el congreso se asocia a la fundación de cualquier pueblo olvidado por Dios; por medio de la cual se reconoce como patrimonio inmaterial de yo no séquécosas; por la cual se aprueban los protocolos de un montón de bobadas que se firman, que se cumplen a medidas, que se incumplen según interés; por la cual se declara patrimonio folclórico, como si la música colombiana aún subsistiera; por la cual se declara patrimonio nacional la casa del telégrafo y así hasta la infinidad y eso que desde la constitución del 91 ya llevamos 1988 leyes, casi todas ellas transitorias y que pasan al olvido del colectivo (si es que la palabra significa algo).
               
Y me pregunto, sin congreso el país deja de funcionar? No lo creería, más bien nos ahorraríamos un montononón de plata; el gobierno dejaría de ser chantajeado para la aprobación de proyectos. Y sí, si conocieran –algunos habrán de conocer- las intimidades del poder y de la política sabrían de tantas cochinadas como las que he presenciado, oído y chismeado, pero como nos gusta el eufemismo, preferimos no decirlas o decirlas en tono tan bajo, como es la política.

Ya me he desahogado. Aún contra mi voluntad, siguen los mismos, las mismas prácticas, la misma democracia y con mi voto o sin mi voto, la vida sigue igual, porque mi voto no define nada, solo define lo que es democracia, el derecho a votar o a abstenerse (léase como excusa pública a la pereza de hacerlo). Esta es mi amada Colombia, la que no nos merece. (Ya oigo decir: después no se queje, pero dentro de la indiosincracia colombiana, el quejarse parece ser un deporte que tampoco tiene eco).

Solía afirmar que la mejor manera de sobrevivir a tanto caos, tanta falsedad y tanto dolor era ocultar la propia naturaleza detrás de una máscara. «La máscara puede reír y gritar, enfurecerse y llorar, pero el rostro que hay debajo de la máscara, nuestra propia naturaleza, permanece impenetrable, impasible, tan carente de alma como el vacío».(1)

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(1) Gary Jennings, Robert Gleason y Junius Podrug. Sangre azteca.

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