He venido sosteniendo que ante mi
invisibilidad como ciudadano y aún me atrevo a decir que como persona social –por
no referirme al animal social griego- mi voto resulta ser una inutilidad,
porque no es el decisorio, es uno más en una urna que confiemos está bien
custodiada.
Iba a votar en blanco, esa era mi
campaña, pero la soledad me invitó a quedarme en la comodidad de mi rutinario
día. Entonces decidí ser ese día abstencionista, porque de todos modos para el
congreso –demeritado y desgraciadamente foco de injusticia y corrupción- no
tenía candidatos y a sabiendas de que por ser para el congreso, eran elecciones
sujetas a la compra del voto.
Leyendo el resultado obtenido, como
consuelo de mi pereza para votar, vi que hubiera o no ido, no habría influido
en el resultado final. Antanas salió elegido por amplio espectro, que era mi
opción, por lo tanto un ser decente, en medio de tanta mermelada y rapiña me
representará, sin haber votado por él, salvo que valga el voto de intención,
como es mi caso.
De resto, reitera mi pensamiento, siguieron
los mismos con las mismas. El miedo hizo que ganaran los que no deberían ganar,
aunque en mi sentir, todos deberían perder, no nos merecemos ese congreso que
sirve para tres cosas. Nada más que vean las leyes que anualmente aprueban; un
montón sí, pero ninguna que piense en el futuro de este país. La mayoría se
quedan en el respectivo provincialismo (por medio de la cual el congreso se
asocia a la fundación de cualquier pueblo olvidado por Dios; por medio de la
cual se reconoce como patrimonio inmaterial de yo no séquécosas; por la cual se
aprueban los protocolos de un montón de bobadas que se firman, que se cumplen a
medidas, que se incumplen según interés; por la cual se declara patrimonio
folclórico, como si la música colombiana aún subsistiera; por la cual se
declara patrimonio nacional la casa del telégrafo y así hasta la infinidad y
eso que desde la constitución del 91 ya llevamos 1988 leyes, casi todas ellas
transitorias y que pasan al olvido del colectivo (si es que la palabra
significa algo).
Y me pregunto, sin congreso el país deja
de funcionar? No lo creería, más bien nos ahorraríamos un montononón de plata;
el gobierno dejaría de ser chantajeado para la aprobación de proyectos. Y sí,
si conocieran –algunos habrán de conocer- las intimidades del poder y de la
política sabrían de tantas cochinadas como las que he presenciado, oído y
chismeado, pero como nos gusta el eufemismo, preferimos no decirlas o decirlas
en tono tan bajo, como es la política.
Ya me he desahogado. Aún contra mi
voluntad, siguen los mismos, las mismas prácticas, la misma democracia y con mi
voto o sin mi voto, la vida sigue igual, porque mi voto no define nada, solo
define lo que es democracia, el derecho a votar o a abstenerse (léase como
excusa pública a la pereza de hacerlo). Esta es mi amada Colombia, la que no
nos merece. (Ya oigo decir: después no se
queje, pero dentro de la indiosincracia colombiana, el quejarse parece ser
un deporte que tampoco tiene eco).
Solía afirmar
que la mejor manera de sobrevivir a tanto caos, tanta falsedad y tanto dolor
era ocultar la propia naturaleza detrás de una máscara. «La máscara puede reír
y gritar, enfurecerse y llorar, pero el rostro que hay debajo de la máscara, nuestra
propia naturaleza, permanece impenetrable, impasible, tan carente de alma como
el vacío».(1)
facebook_1505576766492
(1) Gary Jennings, Robert Gleason y Junius Podrug. Sangre azteca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario