Una frase oída al aire me hace escribir sobre
el recuerdo. Decía algo de un recuerdo dentro de otro recuerdo.
Inicialmente pensé cómo podía un recuerdo
estar dentro de otro recuerdo y recordé la fragilidad del pensamiento, de la
vulnerabilidad en la grabación cerebral, en la traición de la mente, en la poca
fiabilidad de lo que guardamos en cualquier lado de la cabeza, consciente o
inconscientemente, por no mencionar al subconsciente, esas tres personalidades
que allí habitan.
Los recuerdos nos confunden y basta con oír
las versiones de varias personas a un mismo suceso pasado; cada una trae a su
memoria lo que recuerda, le agrega apreciaciones subjetivas, le añade
emotividad no ocurrida y al hacer la mezcla con los recuerdos ajenos, queda la
sensación de no saber cuál fue realmente el hecho que se recuerda y de allí en adelante,
cada vez que se piensa se le sumarán todos los elementos nuevamente oídos para
crear un nuevo recuerdo dentro del recuerdo y de así la realidad termina
tergiversada.
Si se piensa un
poco más, el recuerdo termina involucrado con otro recuerdo y éste lleva a otro
haciendo tal mezcolanza que la verdad se evapora generando una nueva verdad, ya
subjetivamente tergiversada, torcida, desconocida.
Y en eso se nos va
la vida, de allí que alguien hubiera puesto en alerta sobre aquella loca que
habita en nuestra cabeza y como loca que es, no se puede confiar en ella,
aunque a veces diga o parezca decir la verdad, dado que el desprestigio de su
lengua le lleva a divagar con propiedad o con dubitación, pero nunca
objetivamente.
Era más pequeña de lo que me había
imaginado –como inevitablemente son los sitios que la memoria reconstruye-,
pero también más aburrida y grisácea. Los recuerdos mejoran el pasado; es la
realidad la que falla.(1)
Óleo sobre papel. Técnica espátula. JHB (D.R.A.)
(1) Siddhartha Mukherjee. El gen, una
historia personal.
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