Vagaba
sin ningún rumbo, sólo con el peso de la vida, “sólo rodando por el mundo...”, precisamente era la canción que se
oía al fondo del paisaje que le rodeaba y pensó: sí, sólo rodando por el mundo
y cuando terminó de tararearla recordó aquella vieja canción que nunca le
dejaba, a pesar de la aparente contradicción que podía tener con su vida,
rodeada de personas pero siempre sintiéndose solo: “Hola soledad, no extrañaba tu presencia, te saluda un viejo amigo...”
Así
estaba hoy, sólo rodando por el mundo acompañado de su vieja amiga, la
soledad... la soledad del alma...
Quería
llegar a ese lugar del sin destino; su ánimo no era el mejor, prefirió dejar
que sus pies condujeran su vida, ya estaba cansado de la vida, ya se veía
viejo... viejo y cansado...
Sus
pies le hicieron entrar a una iglesia, de esas iglesias corrientes con
presencia de catedral; gárgolas malgeniadas protegiéndola en las afueras, como
impidiendo que el mal pudiera colarse adentro pero a la vez sus feas figuras
presagiando el mal que hay afuera. La entrada imponente, techos altísimos como el
Altísimo que la presidía, los vitrales que nunca pueden faltar, esa
semipenumbra característica de viejas iglesias, el viejo olor de iglesia, los
murmullos de los penitentes, los confesionarios vacíos en su oscuridad y de vez
en cuando el aletear de las palomas, el único signo de libertad que puede
escucharse. Las imágenes de santos y cristos tristes, vírgenes llorando la
muerte de su amado hijo, todo demasiado triste. La única que tenía esa alegre
tristeza en su bella y fina figura era esa Virgen que mira con ojos de mis pobres
hijos, pero que a la vez reconforta y anima; sólo Ella era tranquilidad, esa
Virgen hermosamente modelada por el artista que supo ponerle todo su amor a su
obra, sólo Ella irradiaba ese azul celeste que le acompaña... irradiaba
múltiples sensaciones maravillosas.
Luego
de todos estos pensamientos siguió la mirada de la Virgen, ella miraba una
cartelera, la miraba de esa forma en que forzosamente redirigía la mirada de
quien la miraba. Siguiendo ese llamado miró el mensaje de la cartelera, una
frase de San Pablo que decía: “Quitémonos
lo que nos estorba y el pecado que nos mata”. Le dio varias vueltas a la
frase, le empezó a intrigar, jugó con sus diversos sentidos y concluyó: Quitémonos lo que nos estorba y el miedo que
nos mata... Así está mejor, pensó. Ese Quitémonos
lo que nos estorba y el miedo que nos mata comenzó a girar y girar en su
cabeza. Retornó su mirada a esa comprensiva Madre y repitió: Quitémonos lo que nos estorba y el miedo que
nos mata... Y vio la sonrisa maternal de aceptación y se decidió...
Desde ese día
decidió ser feliz!
Foto: JHB (D.R.A.)
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