viernes, 30 de marzo de 2018

Vagaba sin ningún rumbo


Vagaba sin ningún rumbo, sólo con el peso de la vida, “sólo rodando por el mundo...”, precisamente era la canción que se oía al fondo del paisaje que le rodeaba y pensó: sí, sólo rodando por el mundo y cuando terminó de tararearla recordó aquella vieja canción que nunca le dejaba, a pesar de la aparente contradicción que podía tener con su vida, rodeada de personas pero siempre sintiéndose solo: “Hola soledad, no extrañaba tu presencia, te saluda un viejo amigo...”

Así estaba hoy, sólo rodando por el mundo acompañado de su vieja amiga, la soledad... la soledad del alma...

Quería llegar a ese lugar del sin destino; su ánimo no era el mejor, prefirió dejar que sus pies condujeran su vida, ya estaba cansado de la vida, ya se veía viejo... viejo y cansado...

Sus pies le hicieron entrar a una iglesia, de esas iglesias corrientes con presencia de catedral; gárgolas malgeniadas protegiéndola en las afueras, como impidiendo que el mal pudiera colarse adentro pero a la vez sus feas figuras presagiando el mal que hay afuera. La entrada imponente, techos altísimos como el Altísimo que la presidía, los vitrales que nunca pueden faltar, esa semipenumbra característica de viejas iglesias, el viejo olor de iglesia, los murmullos de los penitentes, los confesionarios vacíos en su oscuridad y de vez en cuando el aletear de las palomas, el único signo de libertad que puede escucharse. Las imágenes de santos y cristos tristes, vírgenes llorando la muerte de su amado hijo, todo demasiado triste. La única que tenía esa alegre tristeza en su bella y fina figura era esa Virgen que mira con ojos de mis pobres hijos, pero que a la vez reconforta y anima; sólo Ella era tranquilidad, esa Virgen hermosamente modelada por el artista que supo ponerle todo su amor a su obra, sólo Ella irradiaba ese azul celeste que le acompaña... irradiaba múltiples sensaciones maravillosas.

Luego de todos estos pensamientos siguió la mirada de la Virgen, ella miraba una cartelera, la miraba de esa forma en que forzosamente redirigía la mirada de quien la miraba. Siguiendo ese llamado miró el mensaje de la cartelera, una frase de San Pablo que decía: “Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos mata”. Le dio varias vueltas a la frase, le empezó a intrigar, jugó con sus diversos sentidos y concluyó: Quitémonos lo que nos estorba y el miedo que nos mata... Así está mejor, pensó. Ese Quitémonos lo que nos estorba y el miedo que nos mata comenzó a girar y girar en su cabeza. Retornó su mirada a esa comprensiva Madre y repitió: Quitémonos lo que nos estorba y el miedo que nos mata... Y vio la sonrisa maternal de aceptación y se decidió...

Desde ese día decidió ser feliz!

Foto: JHB (D.R.A.)


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