viernes, 14 de junio de 2019

HAY DÍAS


Hay días que demuestran la intemporalidad del tiempo. Días que pasan sin darnos cuenta, que llenan el calendario dejando caer sus hojas despistando al cerebro y nos desubican en la fecha en que estamos.

Días que se acaban en un santiamén y que no permiten manifestar lo inconcluso que dejó a la actividad.

Pero también hay días, los más, que pasan con una pereza que hace que el tiempo sea infinito e inacabado, que no hay actividades que permitan complementarlo y ayudarlo a seguir su camino, al ritmo al que está programado.

            Días eternos por la angustia o días ágiles por el deseo, siendo los mismos días, con las mismas horas y segundos. Días en que somos fértiles y otros, los más, que se niegan a proseguir su camino, a la buena de Dios.

            Pero la virtud de la vejez está en que ágiles o lentos la diferencia radica en la sonrisa que cada uno de ellos nos trae o, los más, la indiferencia de su transcurrir que nos acerca al horizonte definido.

            De allí la Canción de la vida profunda, de Porfirio Barba Jacob:

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!

            Hay días y ay días! Según como se entone.


Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.)

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