lunes, 3 de junio de 2019

DE LA CULPA


            Hoy me ocupo de la culpa, no del sentimiento generado por una acción sino, todo lo contrario, de la que nace de la omisión. De aquella culpa que surge de no haberme despedido a tiempo, de no haberme expresado antes de que alguien muriera, sin haberle dicho muchas cosas. En una palabra, de la culpa que se acomoda en el ser al no saber qué iba a pasar, de no haber tenido la oportunidad de expresarla en un momento que era imposible de saber lo que iba a acontecer.

            Y es un sentimiento que, si se le ve adecuadamente, es irracional. Simplemente porque no nació de un querer pero sí de una oportunidad que fue perdida, sin darse cuenta de su propia ocurrencia.

            Pensando en eso se me ocurre como explicación del arraigo que ese sentimiento viene adquirido no de la persona misma sino de la religión, cualquiera que ella sea, al menos de las de occidente. La culpa nacida de dioses que quieren someter, de cualquier manera, su voluntad sobre sus sometidos, aunque aclarando que esa voz celestial no es que devenga de los mismos cielos, sino es la traducción que hacen sus voceros terrenales para el sometimiento de la grey.

            La religión, entre otras cosas, subyugó el pensamiento ancestral, por la importancia que para ellos tenía el sometimiento a su voluntad que traducían como celestial, sintiéndose autorizados para ser voceros, sin habérseles delegado esa tarea por mandato de los cielos.

Pero bueno, la idea esencial no es irse contra la religión, cualquiera occidental que sea. La cuestión es la implementación en el hombre de una deuda que no se contrajo, de arrepentimiento por lo no hecho. Y eso nos hace, cada vez que acontece, con bastante frecuencia agrego, más propensos a tener ese sentimiento negativo de culpa, que día a día se promociona como parte integral del ser. Pues no, no lo creo, uno debería erradicar completamente esa sensación de culpabilidad por un hecho ni generado ni propugnado por uno mismo. El que se fue sin despedirse, se fue; el que murió sin esperar a la despedida, ya se fue, no hay nada qué hacer. Que qué vaina que ese día hayamos peleado, que me hubiera ido sin despedirme, pues sí, así es la vida y para qué cargar con esa extenuante sensación que deprime?

Por eso se debe evitar la sensación de arrepentimiento de algo que pudo ser pero que no fue, debido a las circunstancias, a los destinos, a los futuros malogrados. Pasados los hechos ya de qué carajos sirve el arrepentimiento de no haber hecho o dicho? El arrepentimiento en estos casos no conduce a nada, salvo a la depresión y al flagelarse por demasiado tiempo que puede ser ocupado con ideas más sanas, no con las malsanas consecuencias de la culpa que no fue de uno.

…(era) repetir las mismas conversaciones, que iban perdiendo sentido a medida que se gastaban las palabras.(1)



[1] Isabel Allende. El amante japonés.

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