Hoy me ocupo de la culpa, no del
sentimiento generado por una acción sino, todo lo contrario, de la que nace de
la omisión. De aquella culpa que surge de no haberme despedido a tiempo, de no
haberme expresado antes de que alguien muriera, sin haberle dicho muchas cosas.
En una palabra, de la culpa que se acomoda en el ser al no saber qué iba a
pasar, de no haber tenido la oportunidad de expresarla en un momento que era
imposible de saber lo que iba a acontecer.
Y es un sentimiento que, si se le ve
adecuadamente, es irracional. Simplemente porque no nació de un querer pero sí
de una oportunidad que fue perdida, sin darse cuenta de su propia ocurrencia.
Pensando en eso se me ocurre como
explicación del arraigo que ese sentimiento viene adquirido no de la persona
misma sino de la religión, cualquiera que ella sea, al menos de las de
occidente. La culpa nacida de dioses que quieren someter, de cualquier manera,
su voluntad sobre sus sometidos, aunque aclarando que esa voz celestial no es
que devenga de los mismos cielos, sino es la traducción que hacen sus voceros
terrenales para el sometimiento de la grey.
La religión, entre otras cosas,
subyugó el pensamiento ancestral, por la importancia que para ellos tenía el
sometimiento a su voluntad que traducían como celestial, sintiéndose
autorizados para ser voceros, sin habérseles delegado esa tarea por mandato de
los cielos.
Pero bueno, la idea esencial no es irse contra la
religión, cualquiera occidental que sea. La cuestión es la implementación en el
hombre de una deuda que no se contrajo, de arrepentimiento por lo no hecho. Y
eso nos hace, cada vez que acontece, con bastante frecuencia agrego, más
propensos a tener ese sentimiento negativo de culpa, que día a día se
promociona como parte integral del ser. Pues no, no lo creo, uno debería
erradicar completamente esa sensación de culpabilidad por un hecho ni generado
ni propugnado por uno mismo. El que se fue sin despedirse, se fue; el que murió
sin esperar a la despedida, ya se fue, no hay nada qué hacer. Que qué vaina que
ese día hayamos peleado, que me hubiera ido sin despedirme, pues sí, así es la
vida y para qué cargar con esa extenuante sensación que deprime?
Por eso se debe evitar la sensación de arrepentimiento
de algo que pudo ser pero que no fue, debido a las circunstancias, a los
destinos, a los futuros malogrados. Pasados los hechos ya de qué carajos sirve
el arrepentimiento de no haber hecho o dicho? El arrepentimiento en estos casos
no conduce a nada, salvo a la depresión y al flagelarse por demasiado tiempo
que puede ser ocupado con ideas más sanas, no con las malsanas consecuencias de
la culpa que no fue de uno.
…(era)
repetir las mismas conversaciones, que iban perdiendo sentido a medida que se
gastaban las palabras.(1)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario