Es lo que tenemos a la vista pero cuyo encanto de sorpresa desapareció, porque no nos sorprende ya, damos por sentado que ahí está y ahí estará sin que nos sorprenda, al no verlo ni valorarlo.
Son los milagros de lo cotidiano, una serie de Netflix (1) que bien vale la pena ver.
En efecto, nada más mirar alrededor de un lugar y ver lo cotidiano, sin imaginarse cómo se hizo, qué le llevó a aparecer y a ser necesitado. En el estudio o en la oficina, ver la lámpara, un computador, una tablet, un celular, un caucho, un clip, una hoja de papel. El techo, la silla, la ventana, el espejo, la tinta, el estilógrafo, la mesa, de lo viejo a lo moderno. Todo eso dejó de sorprendernos.
Pero quién fue el primero que lo creó? Cómo apareció? Cuándo? Fue un experimento? Fue azar? Quién lo perfeccionó? Un chiripazo? Una casualidad? El momento oportuno?
Ya nada de eso llama nuestra atención, porque hace parte del paisaje cotidiano y todo lo damos por sentado.
También es cierto que todo lo bueno tiene su contrapartida. El cuchillo inventado para desollar la comida, pasó a ser un utensilio de cocina y a su vez en arma letal. Cómo? Tal vez producto de la ira, o de la defensa obligada o un medio de amenaza. Esos son los riesgos, parte del yin y del yan de cada cosa. Y las medias veladas –o si lo prefieren, de nylon- dieron lugar a que las faldas femeninas se fueran subiendo. Detalles imperceptibles.
Igualmente unos van muriendo, desvaneciéndose en el tiempo –la pluma de escribir-, otros sobreviven –el estilógrafo, para el caso- y otros más, van naciendo –lápiz digital, óptico-. Recordar el bulbo que se convirtió en transistor y luego pasó al silicio. Y por donde se vea, algo murió, algo sobrevive y algo nace más moderno. Quién piensa en arquitectura que del bahareque se pasó al concreto, quién se imagina la construcción de hace mil años con los rascacielos actuales. Se volvió cotidiano.
Todos estos cambios han llevado a la evolución, se han dado en el lugar y en el momento correspondiente y se fueron volviendo cotidianos a los que no se les presta mayor atención, por lo cotidiano que es y aún dentro de lo cotidiano, pasan cosas desapercibidas, cosas que van muriendo, desvaneciéndose, ocultándose de lo cotidiano, sin darnos cuenta, porque todo lo damos por sentado.
Y lo peor de todo, con tanto cambio tan constante y le seguimos teniendo miedo al cambio.
La iluminación nunca es fácil. Resulta aterrador dejar atrás a nuestro antiguo yo que es la única forma que conocemos para vivir. Aun cuando lo familiar sea insatisfactorio, tendemos a aferramos a ello porque tememos lo desconocido.(2)
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