viernes, 28 de enero de 2022

EFECTOS POSTERIORES

                 Luego de haber escrito sobre el mal tuve un sueño, un sueño bien curioso, que puede significar todo o nada, pudo haber sido un mero sueño y como vengo diciendo, los sueños, sueños son.

 

                Me encontraba en algún lugar de mi entorno, al parecer muy familiar, aunque la imprecisión de los sueños nos indique lo que no es, nunca he podido encontrarle el intríngulis a los sueños, pues vaporosos son y su recuerdo, tan vaporoso como el mismo sueño, dura solo unos instantes que hay que saber captar, para no olvidar, al menos la esencia o, al menos, retener los instantes más llamativos.

 

                Estando en ese lugar, no recuerdo bien, si recibía o ya tenía en mi poder un gran libro blanco y eso me hace llevar a tratar de recordar si en ese momento no era yo un muchachito que recibía su libro de primera comunión (es una sensación que me queda al momento de escribir este blog). Como sea, muchachito, joven, adulto o viejo como estoy, tenía en mis manos un libro blanco, pero grande (de ahí que me haya imaginado que era un muchachito? Pues lo alzaba haciendo un poco de fuerza). Sus páginas estaban en blanco? La pureza en su esplendor? Algo me lo decía. Y con el libro en las manos sabía que ya me había ganado el cielo, que era mi pasaporte para entrar al paraíso, inmaculado como sentía que era mi vida.

 

                Sin embargo, con el transcurso del tiempo, al tener ese libro entre mis manos me pareció que se iba haciendo pesado y que ese blanco puro se iba tornando en un blanco menos puro, detalle que no pasó en vano, pues sin abrirlo podía entrever sus páginas y salían, sin verse, oscuros episodios que hacían que la majestad inicial no fuera tal, sino apariencia. Y como salido de una película fantasiosa, las páginas del libro, que sin abrirse, se dejaban ver, dejaban notar las acciones que en el curso de los años se iban produciendo y cómo no todo era tan blanco como aparentaba. Estaba la parte oscura de mi vida, la de los secretos, la de los miedos, la de las cobardías, aflorando envidia, tentación, dolores. Ahí supe que en mis manos ya no tenía el pasaporte para el edén, no era tan inmaculado como me imaginaba y al despertar sentí esa sensación de estar jodido, el paraíso no estaba a mi alcance, aunque quién sabe, podía remediarlo con los años que me faltan (o acabar de joderme, vaya uno a saber).

 

                Y lo que me llevó a escribir este blog, fue lo leído al otro día: 

—¿Por qué proteger el mal, entonces?
—Con buena intención —dijo Erriaga, dándose cuenta de que el concepto podía rechinar en los oídos de un profano—. Verás, Marcus, en todas las grandes religiones monoteístas Dios es tanto bueno como malo, benévolo y vengador, compasivo y despiadado. Así es para los judíos y para los musulmanes. Los cristianos, en cambio, en un cierto punto de su historia diferenciaron a Dios del diablo… Dios debía ser sólo bueno, bueno a la fuerza. Y todavía hoy pagamos el precio de esa elección, de ese error. Hemos escondido el diablo a la humanidad, como se esconde la suciedad debajo de la alfombra. ¿Para lograr qué? Hemos absuelto a Dios de sus pecados sólo para absolvernos a nosotros mismos. Es un acto de gran egoísmo, ¿no crees?
— (…)
—Si el verdadero Dios es tanto bueno como malo, ¿qué es realmente el satanismo si no otro modo de venerarlo? En vísperas del año mil —en el 999— algunos cristianos constituyeron la Cofradía de Judas. Sostenían algo que ya era evidente en las Sagradas Escrituras, es decir, que sin el apóstol traidor no se habría producido el martirio de Cristo, y sin el martirio no habríamos tenido cristianismo. Judas —el mal— había sido esencial. Comprendieron que se necesitaba al diablo para alimentar la fe en el corazón de los hombres. De ese modo inventaron símbolos que sacudieron las conciencias: ¿qué es el 666 sino un 999 al revés? ¡Y las cruces boca abajo siguen siendo cruces! Eso es lo que la gente no ve, no entiende.
—(…)

—Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, entonces él también puede ser malvado. Un ejército, para existir, necesita una guerra. Sin el mal, los hombres no necesitarían la Iglesia. Y cada guerra, al final, cuenta sus propias víctimas[1].

                 Qué tiene que ver lo uno con lo otro? Ni idea, solo seguí mi intuición[2].

 

—A veces nos gustaría que la realidad fuera distinta. Y si no podemos cambiar las cosas, intentamos explicárnoslas a nuestro modo. Pero no siempre sale bien.[3]

Tomado de Facebook


[1] El cazador de la oscuridad. Donato Carrisi.

[2] Agrego a la historia. Mientras tenía el libro en mis manos, veía cómo pasaban las páginas, ese suave sonido que se produce al pasar una hoja de un libro le delataba. Era como si alguien más le estuviera leyendo. Y me pareció percibir una voz, que más que una voz era como un pensamiento ajeno que decía, de manera displicente: Qué vida tan aburrida, que historia más aburridora, una inútil vida. Y me dio una piedra que, mirando hacia donde venía la voz, le increpé con rabia: Y por qué no hizo de mi vida algo interesante?

[3] Ibíd.

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