Luego de haber escrito sobre el mal tuve un sueño, un sueño bien curioso, que puede significar todo o nada, pudo haber sido un mero sueño y como vengo diciendo, los sueños, sueños son.
Me encontraba en algún lugar de
mi entorno, al parecer muy familiar, aunque la imprecisión de los sueños nos
indique lo que no es, nunca he podido encontrarle el intríngulis a los sueños,
pues vaporosos son y su recuerdo, tan vaporoso como el mismo sueño, dura solo
unos instantes que hay que saber captar, para no olvidar, al menos la esencia
o, al menos, retener los instantes más llamativos.
Estando en ese lugar, no
recuerdo bien, si recibía o ya tenía en mi poder un gran libro blanco y eso me
hace llevar a tratar de recordar si en ese momento no era yo un muchachito que
recibía su libro de primera comunión (es una sensación que me queda al momento
de escribir este blog). Como sea, muchachito, joven, adulto o viejo como estoy,
tenía en mis manos un libro blanco, pero grande (de ahí que me haya imaginado
que era un muchachito? Pues lo alzaba haciendo un poco de fuerza). Sus páginas
estaban en blanco? La pureza en su esplendor? Algo me lo decía. Y con el libro
en las manos sabía que ya me había ganado el cielo, que era mi pasaporte para
entrar al paraíso, inmaculado como sentía que era mi vida.
Sin embargo, con el transcurso
del tiempo, al tener ese libro entre mis manos me pareció que se iba haciendo
pesado y que ese blanco puro se iba tornando en un blanco menos puro, detalle
que no pasó en vano, pues sin abrirlo podía entrever sus páginas y salían, sin
verse, oscuros episodios que hacían que la majestad inicial no fuera tal, sino
apariencia. Y como salido de una película fantasiosa, las páginas del libro,
que sin abrirse, se dejaban ver, dejaban notar las acciones que en el curso de
los años se iban produciendo y cómo no todo era tan blanco como aparentaba.
Estaba la parte oscura de mi vida, la de los secretos, la de los miedos, la de
las cobardías, aflorando envidia, tentación, dolores. Ahí supe que en mis manos
ya no tenía el pasaporte para el edén, no era tan inmaculado como me imaginaba
y al despertar sentí esa sensación de estar jodido, el paraíso no estaba a mi
alcance, aunque quién sabe, podía remediarlo con los años que me faltan (o
acabar de joderme, vaya uno a saber).
Y lo que me llevó a escribir este blog, fue lo leído al otro día:
—Si estamos hechos a imagen y semejanza de
Dios, entonces él también puede ser malvado. Un ejército, para existir,
necesita una guerra. Sin el mal, los hombres no necesitarían la Iglesia. Y cada
guerra, al final, cuenta sus propias víctimas[1].
—A veces nos gustaría que la realidad fuera
distinta. Y si no podemos cambiar las cosas, intentamos explicárnoslas a
nuestro modo. Pero no siempre sale bien.[3]
[1] El cazador de la oscuridad.
Donato Carrisi.
[2] Agrego a la historia. Mientras tenía el libro en mis manos,
veía cómo pasaban las páginas, ese suave sonido que se produce al pasar una
hoja de un libro le delataba. Era como si alguien más le estuviera leyendo. Y
me pareció percibir una voz, que más que una voz era como un pensamiento ajeno
que decía, de manera displicente: Qué vida tan aburrida, que historia más
aburridora, una inútil vida. Y me dio una piedra que, mirando hacia donde venía
la voz, le increpé con rabia: Y por qué no hizo de mi vida algo interesante?
[3] Ibíd.
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