Los medicamentos que tomamos se suponen que sirven para aliviar los males que nos aquejan, lo que quiere decir que nos alivian para unas cosas, pero para otras nos pueden generar problemas. Como el caso de la quimioterapia, que mata las células cancerosas, pero a la vez matan las células buenas que se encuentren a su alrededor. En una palabra, de un mal, el menor.
Tomo los medicamentos propios de
la edad, por el momento: el acetil salicílico, para diluir la sangre; el
omeprazol, para las agruras; la tiroxina para la tiroides; lovastatina, para
triglicéridos y colesterol; losartan para la presión; hidroclorotiazida como
diurético para deshacerme de los rastros del anterior; nimodipino para que me
irrigue más el cerebro y multivitaminas, para lo demás.
Me tomé la libertad de leer las
contraindicaciones de algunos, a veces cortas, a veces más largas. Pero además
de las contraindicaciones leí las precauciones y advertencias. Solo del
omeprazol aparecieron dieciséis y cada una de ellas con más de una advertencia.
Del losartan aparecen ya no contraindicaciones, ni precauciones ni
advertencias, sino efectos secundarios y salieron catorce, sin contar con la
advertencia de la interacción con otros medicamentos. Y hasta unos están
contraindicados con los otros, como el caso del omeprazol con la
hidroclorotiazida (Evítese el consumo de…).
Y naturalmente me faltó por citar
que los medicamentos son venenos que tomados en dosis precisas pasan a ser los
que curan, lo que, en el fondo, tiene una evidente contradicción, pero como el
mundo está lleno de contradicciones, qué más da una adicional, como decían
antaño: si no mata, por lo menos que sane. Otro de los dilemas a los que nos
enfrentamos, sanar matándonos o no sanar, matándonos.
«La naturaleza empuja a los hombres hacia el
optimismo», se dijo. Es fundamental para la supervivencia de la especie dejar
de lado los peligros potenciales y concentrarse sólo en los más probables. No
se puede vivir en el miedo. Una visión positiva es la que nos hace ir hacia
adelante a pesar de las adversidades y el dolor que jalonan la existencia. Sólo
tiene un inconveniente, allí es donde suele esconderse el mal.[1]
[1] El tribunal de las almas. Donato Carrisi.
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