Hay sensaciones que causan malestar. Veamos unos ejemplos: salir de casa y sentir que se le quedó algo; sentir que algo nada bueno va a suceder. Es sentir, en una palabra, un algo inquietante en un no sé dónde. O si se quiere, tener un mal presentimiento.
Esas sensaciones
corroen, lastiman la tranquilidad, encausan el malestar y generan un
sentimiento de culpa, siéndose inocente. Es sentirse culpable confeso y si se
hacen realidad esos presentimientos (por qué no hice caso a esa sensación o
por qué no hice…), además lleva a la frustración por impotencia (si yo
hubiera, si yo… ese eterno si yo que acrecienta la culpa no generada
por uno).
Y lo curioso es
que esas sensaciones o palpitaciones no son verdaderas, en la mayoría de casos,
son producto simple de un cerebro desocupado que le gusta inventarse
situaciones que llevan al estrés, pero que carecen de todo fundamento.
Es entonces
cuando me pregunto si no es el pensamiento generado en nuestro cerebro el mayor
enemigo de uno mismo? O es una venganza del mismo al vernos desestresados, pues
no puede ver a un pobre acomodado.
El cerebro es una máquina muy puñetera que no
solo no se detiene nunca, sino que te obliga a pensar en lo que a él le viene
en gana. Te pones a evocar un momento feliz de tu vida y, al cabo de menos de
cinco minutos, el cerebro ya te ha obligado a recordar lo que no te apetecía.[1]
[1] Nido de víboras. Andrea Camilleri.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario