miércoles, 9 de noviembre de 2022

CONVERSA

Siempre he querido hablar conmigo mismo, poder entablar una conversación, seria, clara, objetiva con ese alguien que convive en mi interior. Igualmente siempre he querido, de haber sido posible, poderla traducir en conversación escrita, de aquella en que uno escribe que él dijo y que el otro le replicó. Pero ha sido imposible. Hasta he pensado en que debería tener dentro del cerebro algo que grabara, video y sonido, ese tipo de conversación, tal vez para escribir las memorias, tal vez para tener pruebas de que no estoy tan loco como puedo aparentar, tal vez para tener constancia de lo rutinaria que es mi vida.

 

Naturalmente es imposible hablar conmigo mismo, porque los distractores son demasiados y los olvidos, muchos más. Mi pensamiento es saltarín, de aquí para allá, muchas veces sin ilación alguna, no se centra ni se concentra por demasiado tiempo, cuando se trata de pensamientos del día a día. A veces pienso en cómo hice para hacer mi trabajo bien hecho. Eso querría decir que si me concentro en el trabajo, no hay problema. El problema está en coordinar, recordar y mantener una conversación con uno mismo.

 

Todos estos pensamientos me atravesaron un día, en medio de mi desocupación diaria, por no decir de aburrimiento y precisamente por esos momentos, para evadir el aburrimiento, empecé un nuevo libro.

 

Y como caído el anillo al dedo, mucho de lo que quería expresar alguien, más conocido, más importante, un escritor reconocido, en otras latitudes, claro está, dijo lo que quería decir pero que no había podido expresar y lo dijo tal como me hubiera gustado expresarlo: 

La memoria no atiende al orden cronológico. Avanza, retrocede, se remansa; guarda reposo y, por sorpresa, sin que conozcamos el motivo, se aviva de nuevo, como si la impulsara una súbita iluminación. Es en las mil direcciones en las que se dispara…

La memoria no es una magnitud fiable en una vida. No lo es por la sencilla razón de que no antepone la verdad a todo. No es nunca la exigencia de veracidad lo que decide si la memoria reproduce un suceso correctamente o no. Lo decide el interés personal. La memoria es programática, es insidiosa y astuta, pero no de un modo hostil o malicioso, al contrario, hace todo lo posible para satisfacer a su amo. Algunas cosas las empuja hasta el vacío del olvido, otras las retuerce hasta lo irreconocible, otras malinterpreta elegantemente, y algunas, las menos, las recuerda nítida y correctamente. Tu nunca puedes decidir qué es lo que se recuerda correctamente.

En mi caso, el recuerdo de los primeros años es casi inexistente. Apenas recuerdo nada. No tengo ni idea de quién me cuidaba, qué hacía, con quién jugaba; es como si el viento se lo hubiese llevado todo, esos años (…) son un gran vacío en mi vida. Lo poco que recuerdo no vale gran cosa:[1]

Es como si se lo hubiera dictado a alguien que sí sabe escribir, afortunadamente. Y por eso es que veo que no puedo tener un conversación seria, coherente, sucedánea y objetiva conmigo mismo, porque estaría hablando con alguien poco fiable, no por maldad, sino por distraído, insidioso y astuto y porque objetivamente se vive defendiendo dentro de su propia subjetividad.




[1] La isla de la infancia. Karl Ove Knausgard.

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